Verifactu y verigaltas

La capacidad tecnológica para tener controlados crece exponencialmente. Da igual que hablemos del espionaje de teléfonos móviles de independentistas, con o sin mandato judicial, como de los anuncios de zapatos que te llegan después de haber mantenido una conversación sobre zapatos en presencia del teléfono móvil. Porque ésta es la otra, que es que regalamos los datos a chorro. Pero vayamos al tema que toca.

En los últimos meses, ha entrado en nuestra vida un nuevo concepto que, dada su creciente popularidad, bien podría aspirar a convertirse en neologismo del año: Verifactu. Ibas a plaza a comprar y la vendedora de la parada te hablaba del Verifactu. Los autónomos, acostumbrados a todo tipo de malos tratos normativos, se lo tomaban con deportividad: se veía a venir que, tarde o temprano, habría que conectar las facturas a un sistema informático de facturación para que pudieran ser enviadas de inmediato a las autoridades fiscales. ¿Verifactu? Ya no viene de ahí.

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El celo recaudatorio es impopular desde tiempos inmemoriales, pero es indignante cuando se compara con la manga ancha de los gastos. Que una persona como Mazón, todavía en libertad, se beneficie de un plus de más de 600 euros mensuales como miembro de una comisión parlamentaria que no se ha reunido ni una sola vez desde el inicio de legislatura debería ser objeto de unveripenques. El mismo sistema podría aplicarse a los beneficios de las ventas del libro del rey Juan Carlos, quien nunca hubiéramos imaginado haciendo promoción con un anuncio barato, del estilo de los anuncios de la teletienda que pasaban de madrugada. El dinero obtenido por su trabajo de autoblanqueamiento debería ir a parar a la recuperación de la memoria democrática.