Violencia institucional en la ciencia

Esta semana hemos conmemorado el 25-N, el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Mientras la violencia machista más explícita ocupa titulares, merece la pena recordar que la violencia de género adopta muchas formas, algunas más sutiles pero igualmente lamentables. Por eso quiero hacer mención del Manifiesto of values de Women for Quantum (W4Q), que nos interpela sobre cómo los entornos científicos y académicos reproducen dinámicas de exclusión y violencia simbólica que invisibilizan a las mujeres.

El manifiesto conecta con críticas más amplias al funcionamiento de la academia contemporánea. La hipercompetitividad a publicar en revistas de alto impacto, la precariedad laboral institucionalizada, la evaluación cuantitativa deshumanizada. Todos son elementos que no sólo perjudican a las mujeres, sino que empobrecen a la ciencia misma. Cuando el manifiesto habla de "liberar a la comunidad de microagresiones y prácticas degradantes", señala un ecosistema que expulsa talento y diversidad.

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Asimismo, creo que también conecta con las reivindicaciones del 25-N porque, en el fondo, lo que reclama es acabar con las estructuras patriarcales que organizan la ciencia, es decir, jerarquías rígidas, competitividad agresiva, modelos de autoridad basados ​​en la dominación y no en la colaboración y la generosidad.

Quienes firman el manifiesto son científicas consolidadas de todo el mundo que constatan desde dentro que el sistema no funciona. Y que las medidas actuales –cuotas, programas de mentoría, conferencias sobre diversidad– son insuficientes, dado que no modifican las estructuras de poder ni los valores que guían la práctica científica. Reivindican una investigación basada en la colaboración genuina frente a la competitividad feroz, en la confianza y la integridad frente a contar obsesivamente las citas de los artículos científicos como medida de excelencia. Recuperan el significado etimológico deautoridad –del latín augere, hacer crecer– para oponerlo a la concentración de poder en manos de unos pocos.

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Lo que le hace singular es que no se limita a denunciar la discriminación –las microagresiones, el acoso, la brecha salarial, la sobrecarga de tareas de gestión–, sino que propone una transformación cultural que vaya a la raíz del problema. Plantea redistribuir el poder, realizar la toma de decisiones transparente y participativa, evaluar no sólo los resultados sino también los procesos y las trayectorias vitales diversas. Propone, en definitiva, otra forma de hacer ciencia: más humana, más colaborativa, más inclusiva. Y advierte que este cambio beneficiaría no sólo a las mujeres, sino a todos los grupos infrarrepresentados y al conjunto del ecosistema científico.

Las universidades, los centros de investigación y las agencias de financiación deben escuchar este clamor e impulsar transformaciones reales. Porque, como dice el manifiesto, ya bastan medidas cosméticas. Lo necesario es un cambio verdadero, y este cambio sólo puede venir de un profundo replanteo de los valores que sustentan la ciencia.