La galaxia del viejo PSOE se moviliza contra Sánchez
La oposición a la amnistía une a Felipe González y Alfonso Guerra pero también exministros de Zapatero y 'barones' críticos
MadridSi Pedro Sánchez quiere aprobar una ley de amnistía para pactar la investidura con ERC y Junts, no lo tendrá fácil. A la oposición furibunda de la derecha y la extrema derecha política, mediática y económica, del aparato judicial y del alto funcionariado, se suma también la de la vieja guardia socialista, encabezada por el propio Felipe González, y el PSOE más jacobino, que ya ha salido en tromba a dejar claro que no lo aceptará. Esta semana uno de sus representantes, el ex líder de los socialistas vascos Nicolás Redondo Terreros, que de hecho ya llevaba años distanciado del partido y que participaba en actos del PP, ha sido expulsado del PSOE por sus críticas constantes a la dirección.
Redondo Terreros es el último de toda una larga lista de exdirigentes socialistas que ya empezaron a abandonar el partido cuando José Luis Rodríguez Zapatero se impuso a José Bono en el congreso del PSOE del año 2000. Aquello fue el principio del fin del felipismo, que nunca comulgó con la visión plurinacional y la apuesta por recuperar la memoria republicana del expresidente español. Es aquí cuando el PSOE empieza a escindirse en dos almas, una más nacionalista española y partidaria del entendimiento con el PP, y otra más izquierdista y abierta a la pluralidad del Estado. La primera que saltó del barco fue la andaluza Cristina Alberdi, que fue ministra de Asuntos Sociales en el último gobierno de González y que abandonó el partido en el 2003 en protesta por el pacto del PSC con ERC en el 2003, el Pacto del Tinell. Alberdi fue rápidamente cooptada por el PP de la Comunidad de Madrid.
Fugas y expulsiones
La segunda cara conocida en marcharse fue Rosa Díez, que dejó el PSOE en el 2007, tras la aprobación del Estatut, para fundar un nuevo partido, Unión Progreso y Democracia (UPyD), disuelto en el 2020. Díez mantiene ahora posiciones ultranacionalistas incluso más cercanas a Vox que a las del PP. Una baja también sensible en el ámbito del socialismo vasco fue la de Enrique Múgica, histórico militante del PSOE fallecido en el 2020 que participó en el famoso Congreso de Suresnes de 1974 que encaramó a González. Fue ministro de Justicia (1988-1991) y Defensor del Pueblo (2000-2010), cargo desde el que presentó un recurso de inconstitucionalidad contra el Estatut. A raíz del asesinato de su hermano Fernando por parte de ETA en 1996 se fue radicalizando. Dejó el partido en el 2018 como protesta por una foto en la que la líder del PSE, Idioa Mendia, compartía fogones con Arnaldo Otegi y otros políticos vascos.
Un año antes, en el 2017, había sido el exministro del Interior Javier Corcuera quien desgarró el carnet al día siguiente de la victoria de Pedro Sánchez sobre Susana Díaz. Y un año después, en el 2019, fue la vallisoletana Soraya Rodríguez quien se marchó en protesta por los pactos con los independentistas. Finalmente, el expresidente madrileño Joaquín Leguina también fue expulsado en el 2022 por apoyar a Isabel Díaz Ayuso. Esta semana él mismo ha explicado que el 23-J votó a Feijóo.
El antisanchismo de Felipe
Todos ellos son ahora voces críticas contra Sánchez y habituales de los medios de la derecha, pero no son los que más duelen. Lo que más inquieta al presidente español son dos figuras históricamente enfrentadas entre sí y que ahora cierran filas contra Sánchez: Felipe González y Alfonso Guerra. González, que participó en la conspiración para sacar a Sánchez de la secretaría general del PSOE en el 2016 y que nunca ha escondido su antipatía (a pesar de que en enero del 2021 se abrazó en un acto del PSOE), encabeza ahora la ofensiva del viejo PSOE contra la amnistía "porque no cabe en la Constitución". En una entrevista en Onda Cero (siempre los medios de la derecha) el pasado día 5 admitió que el 23-J le costó votar al PSOE, aunque lo hizo. Y esta semana ha criticado la expulsión de Redondo Terreros del partido.
Mucho más contundente es Alfonso Guerra, que hizo toda una declaración de principios el día 7 en la Cope: "Yo no me resigno, no lo soportaré, me rebelo porque esa amnistía es la condena de la Transición". Guerra siempre representó al ala más españolista del partido y en su día pronunció la famosa frase del "cepillo" sobre el Estatut. Ahora amenaza incluso con participar en la manifestación del 8 de octubre contra la amnistía en Barcelona.
En una línea anti-Sánchez similar a la de sus antiguos jefes se han pronunciado en los últimos días exministros, expresidentes autonómicos y exalcaldes de la época de González como José Barrionuevo, Juan Alberto Belloch, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Joaquín Almunia o Francisco Vázquez . Barrionuevo y Belloch, por cierto, han defendido últimamente el terrorismo de los GAL contra ETA.
¿Pero qué es lo que ha llevado a dos emblemas socialistas como González y Guerra a enfrentarse tan directamente a su partido? Varios dirigentes socialistas de la época felipista coinciden en que se trata de dos personajes "arrogantes", con un "alta estima por sí mismos", y que no se han sabido adaptar a los nuevos tiempos. Un ex ministro de la época se declara "decepcionado" sobre todo en el caso de González, no tanto en el de Guerra, pero por lo general en el PSOE no se quiere abrir una batalla contra ellos.
De alguna manera, ambos sienten que la acción de Sánchez, al igual que antes la de Zapatero, es una enmienda a su gran obra, la Transición, por ejemplo en el ámbito de la memoria histórica. Pero sobre todo lo que une a todas estas voces críticas del viejo PSOE es un fuerte componente de nacionalismo español. No en vano, el New York Times destacó en 1982 que la victoria del PSOE suponía la llegada de "jóvenes nacionalistas españoles" al poder.
Ministros de Zapatero
La oposición a la amnistía va más allá del núcleo felipista. También hay ex ministros de José Luis Rodríguez Zapatero (que es el gran valedor de Sánchez ante las bases socialistas) que, pese a haber firmado un manifiesto a favor del voto a Sánchez el 23-J, prefieren ahora repetir las elecciones antes que conceder una amnistía. Es el caso de Jordi Sevilla y Ramón Jáuregui. Otro exministro de Zapatero, aunque sin carnet, el gallego César Antonio Molina, se dedica desde hace años a atacar a Sánchez desde las páginas deEl Mundo.
Un cuarto grupo serían los críticos con Sánchez que todavía quedan dentro del partido, los llamados barones. El más importante es el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, ya que tanto el aragonés Javier Lambán como el extremeño Guillermo Fernández Vara han sido descabalgados por los pactos PP-Vox. García-Page sí preocupa a la Moncloa porque es el único crítico con poder institucional, aunque están convencidos de que no irá más allá de realizar declaraciones, por incendiarias que sean.
El último colectivo de esta galaxia serían los jacobinos, que, de momento, guardan silencio. En ese grupo estaría Josep Borrell (que es jefe de la diplomacia europea gracias a Sánchez), José Bono, Javier Solana o Susana Díaz. Seguramente, ninguno de ellos ahora tiene interés en entrar en una guerra abierta con el secretario general, para el que tanto Bono como Solana pidieron el voto el 23-J.
La derecha está muy interesada en magnificar esa oposición interna a Sánchez dentro del PSOE, mientras que desde Ferraz lo intentan minimizar. Lo único claro es que a Sánchez no le hace ni frío ni calor. Es más, la experiencia demuestra que cuanto más le atacan más convencido está de lo que hace. Y más después de la remontada del 23-J.