El valor de Otegi y la generosidad de las víctimas

Uno de los déficits de Aiete era el reconocimiento del dolor causado por el terrorismo vasco

BarcelonaArnaldo Otegi se ha dolido del sufrimiento causado por ETA. Ha hecho una enmienda a la totalidad: "No se tendría que haber producido nunca", ha admitido, y ha pedido "respeto", "consideración" y "memoria" por las víctimas. El representante más carismático de la izquierda abertzale y arquitecto de la paz, Arnaldo Otegi, ha tenido el valor de proclamarlo solemnemente para conmemorar mirando hacia adelante los diez años del final de la violencia. Entonces, el 17 de octubre de 2011, la Conferencia Internacional de Paz de Aiete era la última escena, con todos los focos y los flashes, del cese definitivo de la actividad armada de ETA. Tres días antes del comunicado, al antiguo palacio donde Franco veraneaba y donde un complot anarquista, con explosivos pasados por ETA, intentaba el magnicidio, organizaciones y personalidades de todas partes pedían a la organización el punto final, en el convenio retórico de que el desenlace había sido pactado previamente y muy trabajado. Durante años y con discreción.

Era el fin de ETA en toda regla, y en cualquier caso el final de medio siglo de estragos y la garantía de un derecho a la vida que nunca tendría que haber sido vulnerado. Pero quedaban asignaturas pendientes, en algunos casos utilizadas hasta la extenuación por quien, desde derechas y extremas derechas, iban poniendo nuevos hitos que así mantenían el fantasma del terrorismo para contaminar todos los independentismos, que, sin el lastre de la violencia, son perfectamente legítimos. Ni con la declaración de Otegi han tenido bastante, y han apelado a la falta de condena. Cuesta condenar los crímenes políticos que tienen víctimas próximas por afinidad ideológica, familiar, de tradición o electorales, y se opta por eludir la cuestión pasando página al pasado en nombre de encarar el futuro. Los que ponen más pegas a condenar el franquismo son los que ahora reclaman la condena de ETA.

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Uno de estos déficits de Aiete era el reconocimiento del dolor causado por el terrorismo vasco, pero era tan importante que pronto se enfilaron todas las agujas de coser heridas por la paz y la convivencia. Víctimas catalanas tuvieron un papel primordial en los procesos restaurativos que ahora ha recreado el cine --ved Maixabel-- allá donde el arte nos explica la realidad mejor que ella misma. Robert Manrique, herido gravísimo en Hipercor, se vio en la prisión con Rafael Caride, miembro del comando responsable del atentado, y se fue encontrando con Iulen de Madariaga, fundador de ETA, primer teórico de la violencia y uno de los primeros en pedir el cese. El primer encuentro fue en febrero de 2006, en Barcelona. Manrique dice las cosas por su nombre, sin eufemismos ni subordinadas. Madariaga recibió y, antes de ir a dormir, a las seis de la mañana, me dijo exactamente: “Estoy hecho polvo". Se vieron por última vez en mayo de 2014, en Torredembarra.

Rosa Lluch se encontró por primera vez con Pernando Barrena en Barcelona, justo después de Aiete. Ella se había mojado públicamente a favor de la paz, y, dando valor al comunicado de cese, al día siguiente mismo, en la entrevista publicada al ARA y traducida después al éuskaro por el Berria, se manifestó a favor del acercamiento de presos y apeló a la generosidad. Ese primer encuentro entre los dos fue muy duro, y ni uno ni la otra estaban seguros de cómo iría. El momento de máxima tensión fue cuando le espetó: "Ellos mataban, pero vosotros callabais". Barrena escuchó con respeto y, después de un par de contactos más, como portavoz de la izquierda abertzale hizo el primer reconocimiento del daño causado por ETA. Era el 21 de noviembre de 2012: Facultad de Historia de la Universitat de Barcelona, jornada Hablemos de reconciliación, bajo el paraguas de la tierra de nadie académica que abría el catedrático Antoni Segura. Había víctimas de ETA y de los GAL y la tortura. Hizo el preámbulo el obispo Uriarte, mediador en las conversaciones de Zúrich impulsadas por el gobierno Aznar en 1999.

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Barrena dijo textualmente: "La izquierda abertzale reconoce el dolor y el sufrimiento que las diversas manifestaciones de violencia han producido; el generado tanto por la actividad armada de ETA como por la violencia gubernamental y de guerra sucia desde instancias oficiales". Y la autocrítica directa, directamente relacionada con la demanda de Rosa Lluch: "La izquierda abertzale acepta que, mediante sus declaraciones o actos, ha podido proyectar una imagen de insensibilidad ante el dolor causado por las acciones de ETA. En este sentido, lamentamos el daño que de manera no deseada hayamos podido añadir por medio de nuestra posición política o que desde la tarea de portavoces hayamos podido ocasionar. Y reconocemos que, en la crudeza de la confrontación, nos ha faltado hacia unas víctimas la sensibilidad mostrada con las otras".

La primavera de 2017, Arnaldo Otegi conversó en privado con Rosa Lluch en Barcelona. Y anteayer, en Aiete, estrechó la mano de Robert Manrique, que me enviaba uno de sus concisos mensajes: “Buenos días... O mejor: MUUUUUUY BUENOS DÍAS. Con paciencia y tranquilidad, todo llega”.