Una agresión sexual convertida en un juego de niños

Los dos compañeros de clase que atacaron a Anna fueron expulsados tres días

Albert Llimós i Núria Juanico
y Albert Llimós i Núria Juanico

BarcelonaAnna Marquès tenía 14 años cuando dos compañeros de clase del Conservatori Professional de Dansa (CPD), menores que ella, le dijeron que se encontraran en los lavabos de la tercera planta del Institut del Teatre cuando acabara la clase. No había nadie. Todo en silencio. De repente, las luces se apagaron y los dos chicos se le echaron encima. La llevaron dentro de uno de los cubículos del lavabo y la empezaron a desvestir, hasta dejarla desnuda, mientras la tocaban. Ella estaba en estado de shock, era una niña que no conseguía interpretar lo que estaba pasando. Tardó en reaccionar, hasta que, finalmente, pudo lanzar un grito que asustó a los dos chicos, que huyeron rápidamente. Anna se vistió y volvió a clase. Ahí estaban los dos chicos. Como siguieron estando ahí durante todo ese curso, menos tres días: el castigo que impuso la institución a los dos agresores.

“Lo recuerdas cada día”, explica Anna doce años después de los hechos, ahora ya capaz de articular el relato con serenidad. El día que los dos chicos la agredieron se lo dijo entre lágrimas a su padre, que la había ido a buscar al CPD. Ella misma intentaba minimizar lo que había pasado, llena de temores, insistiendo en que los dos chicos no le habían hecho nada. Los padres se reunieron con la dirección de la escuela de danza, que entonces dirigía Keith Morino, para abordar la situación que había vivido su hija.

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La escuela decidió como medida inmediata expulsar a los dos chicos y, según aseguran fuentes de la dirección, los dos expedientes disciplinarios se llevaron al consejo escolar para que decidiera las sanciones que se tenían que aplicar a cada alumno. Las medidas que se acordaron eran de carácter social y fueron acompañadas de tutorías y trabajo con los chicos. “Los chicos buscan los límites y les intentamos enseñar que no es un juego cuando la otra persona lo pasa mal. Lo que pasó fue muy grave”, fue el mensaje que se trasladó a los dos chicos que agredieron a Anna, según apuntan fuentes de la dirección del CPD.

Sentimiento de impotencia

Un mensaje que no llegó a la familia de Anna. Vieron cómo pasaban las semanas y no conseguían avanzar. Nadie les explicó estas supuestas medidas de carácter social que se aplicaron. La agresión tuvo lugar en marzo, y en junio la echaron, según la escuela, por motivos académicos. En esos tres meses la familia sintió impotencia porque no obtuvo las respuestas que buscaba.

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El CPD puso en contacto a las tres familias. La de uno de los dos chicos no dio señales de vida nunca. La otra se intercambió cartas con la de Anna. Las percepciones de lo que había pasado eran diferentes, costaba que se asumiera que aquello había sido una agresión. De hecho, la carta de la otra familia llegó a la madre de Anna de rebote, puesto que inicialmente no se les había hecho llegar. El caso se fue diluyendo, la familia esperaba que la institución diera un paso más –había la opción a llevarlo a los Mossos–, pero no fue así. De hecho, en el CPD señalan que se trataba de una cuestión que se tenía que resolver en el ámbito educativo y que llevarlo a la policía era decisión de la familia.

Para Anna fueron tres meses difíciles. No solo por el hecho de convivir cada día con los dos chicos, sino por la sensación de que se quería evitar que el caso llegara a los Mossos. “Me han afectado más las consecuencias de lo que pasó que los hechos en sí. El centro los protegió, los chicos son muy valiosos porque eran dos o tres por generación, y, en cambio, chicas éramos muchísimas, 17 o 18. Me sentí atacada, algunos compañeros hacían como si las víctimas fueran ellos, pensaban que les podía destrozar la vida. Yo era la mala”, relata Anna, una de las pocas alumnas que no provenían de la Escola Oriol Martorell, el gran plantel del CPD. Anna siempre se había sentido diferente. Por eso le había costado entender los desórdenes alimentarios que tenían la mayoría de compañeras –“Los niños tiraban la comida, vomitaban después de comer”– y la presión a la que estaban sometidas niñas de 13 o 14 años: “En segundo me autolesioné porque llegaba tarde a clase, empecé a pegarme golpes en el tobillo con un hierro hasta que me hice un esguince y poder decir que me había caído”.

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No pone el foco en los chicos

Durante estos años Anna ha dado muchas vueltas a lo que pasó. Esa experiencia cuando tenía 14 años afectó a su manera de relacionarse, a su carácter. “Me di cuenta de que era un objeto de deseo”, dice. Por eso pone el foco en la respuesta que la sociedad y la propia institución dieron a su caso. Se sintió sola. Engañada. Si para la dirección del CPD lo que pasó fue grave, a ella y a su familia no se les supo transmitir esta sensación. Anna no quiere poner el foco en los dos chicos. Eran niños que le causaron dolor, pero que no tenían las herramientas para darse cuenta de lo que hacían. “¿Lo deben de haber entendido?”, se pregunta.

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Investigación

Este testimonio recogido en enero se enmarca en la investigación sobre abusos sexuales realizada por el ARA sobre las artes escénicas. Si conoces alguna historia la puedes hacer llegar al equipo de investigación del diario aquí.