Las supervivientes de la calle Berga de Gràcia: "Este podría ser el último año que lo decoramos"
Un vecindario cada vez más envejecido y la proliferación de pisos turísticos amenazan el futuro de la tradición
BarcelonaCada agosto, el barrio de Gràcia de Barcelona se viste de fiesta y sus calles se convierten en escenarios mágicos. Huertos, zoológicos, peceras y todo tipo de mundos imaginarios cobran vida gracias al esfuerzo de sus vecinos, en una tradición que se remonta a mediados del siglo XIX. Pero en la calle Berga el futuro de esa tradición parece tener los días contados. "Si la situación no mejora pronto, éste podría ser el último año que decoramos la calle", advierte Montserrat del Castillo, vecina y responsable de la dinamización desde hace catorce años.
Para los vecinos de la calle Berga –y para muchos otros gracienses–, la fiesta comienza varios meses antes que para el resto. En octubre realizan una asamblea para cerrar cuentas y recoger ideas y en diciembre celebran una cena vecinal que sirve para decidir la temática de la decoración. Este año, la ganadora fue la película de ciencia ficción Trono, aunque no a todos los vecinos les convencía la propuesta.
"Hacia marzo ya empezamos a trabajar, cada uno en su casa, porque somos muy pocos y nos repartimos los trabajos como podemos", explica Montse, que está junto a una parada con su madre y Lolita, otra vecina. Cuando quedan un par de días para que comience la Fiesta Mayor, venden camisetas, abanicos y vasos temáticos para acabar de recaudar fondos que permitan sufragar los gastos de toda la decoración.
A lo largo de la mañana, la parada atrae a curiosos y vecinos; muchos se acercan. Algunos sólo se limitan a saludar, otros se quedan un rato y colaboran en la confección de los guarnecidos, como Maria Teresa, una vecina octogenaria a la que todo el mundo conoce como "la voz de la calle": la encargada de ir de tienda en tienda pidiendo materiales y apoyo. Sin embargo, este año también se ha sentado a encintar cajas de quesos que formarán parte del decorado. "Nos faltan manos –lamenta Montse–. La mayoría de quienes ayudan ya son muy grandes y no hay relevo generacional".
De hecho, este año la calle Berga estuvo a punto de no presentarse al concurso de guarnecidos. "Se murieron tres personas que tenían mucho peso en la comisión, y no teníamos fuerzas", admite la coordinadora. La aparición de tres jóvenes con ganas y energía dio un respiro al proyecto, pero nadie sabe si este impulso será suficiente para mantener viva la tradición.
Lo que sigue siendo un pilar son los comercios de proximidad. Farmacias, supermercados, cafeterías… todos guardan durante meses cartones, latas y periódicos para su decoración. Entre ellos, el Café Reunión ocupa un sitio especial. Su nombre parece premonitorio: en agosto es un almacén improvisado y el resto del año, punto de encuentro del vecindario. Su propietaria, Carmen, lleva más de dos décadas ayudando a decorar la calle. "Cada vez hay más trabajo –reconoce–, pero la fiesta nos ha convertido en una familia. Son la excusa para crear barrio".
"Son vecinos de paso"
Gràcia ha cambiado y la proliferación de pisos turísticos ha hecho más complicado que los nuevos vecinos se impliquen en el barrio. En 2005 en toda Barcelona había 81 licencias de pisos turísticos; este año, sólo en Gràcia se ha alcanzado las 1.629, según el último recuento del Ayuntamiento de Barcelona.El resultado, según Montse, es un vecindario con más gente de paso y sin arraigo. Mientras, quien sí mantiene un vínculo con el barrio se ve cada vez más desplazado o se ha hecho demasiado mayor para participar activamente en la preparación de los guarnecidos. "Los turistas se implican mucho durante la Fiesta Mayor –dice–, pero en los preparativos no puedes contar con ellos para trabajar. Son vecinos de paso".
Más allá de quien se arremanga para adornar calles, el aumento de pisos turísticos y expados ha provocado crispación entre algunos vecinos. El año pasado, durante la Fiesta Mayor, aparecieron pintadas en las paredes con mensajes como "Turista, escupimos en tu cerveza" y "Defiende la cultura popular, ataca al turista". Sin embargo, Montse destaca el buen comportamiento de la mayoría de visitantes que pasean por las calles cada año.
De momento, la calle Berga y sus vecinos viven los últimos días antes de la fiesta mayor con la misma mezcla de cansancio y entusiasmo de siempre. Montse lo resume con una sonrisa resignada: "No hay vida. Del trabajo en la calle y de la calle al trabajo. Pero vale la pena. Al final, esto no es sólo una fiesta: es nuestra manera de seguir siendo un barrio".