¿Vuelve la Barcelona de los 12 millones de turistas?
Después de dos años de debate sobre la salida de la pandemia, la Semana Santa ha devuelto la masificación al centro
BarcelonaHasta 11.977.277 turistas y cerca de 33 millones de pernoctaciones en hoteles y pisos turísticos. Es la cifra récord con la que Barcelona cerró el 2019 (contando solo alojamientos oficiales), cuando el covid todavía no había asomado la cabeza y las previsiones apuntaban a que el hito se podía repetir e incluso superar en 2020. El regidor de Turismo de la ciudad, el socialista Xavier Marcé, defendía entonces, como repite ahora, que la ciudad tenía que trabajar para ampliar el perímetro que acoge a estos visitantes –es decir, enviarlos también a la periferia– y para desestacionalizar más sus estancias. La pandemia hizo imposible cualquier análisis de la evolución: 2020 fue desastroso en todos los ámbitos, incluido, claro, el turístico, y en 2021, ya con una cierta relajación de las restricciones, se logró una cifra de 4,5 millones de turistas.
2022 será diferente. Lo ha hecho evidente ya una Semana Santa con los hoteles al 85% de ocupación –un hito "excepcional", según el sector– e imágenes que recordaban al pasado, como las aglomeraciones de grupos organizados en la pequeña plaza de Sant Felip Neri o los precios, de nuevo disparados, para tomar una cerveza en las terrazas de la Rambla, que ya no buscan al cliente local. Como si todo volviera exactamente al mismo punto donde estaba en 2019. Un poco de aire para sectores castigados como la hostelería y la restauración. Pero ¿el objetivo de la ciudad tiene que ser volver a los 12 millones de turistas? ¿El giro tiene que ser seducir a un visitante de más poder adquisitivo, como proponen actores como la asociación empresarial Barcelona Global?
El debate genera tiranteces entre socios de gobierno en el Ayuntamiento, con un PSC contrario a cualquier decrecimiento y que defiende, por medio de Marcé, que la ciudad ya tiene una política "muy restrictiva" en cuanto al aumento de plazas turísticas y que la ocupación total tendría que ser un hito "plenamente satisfactorio". El objetivo, insiste, es descentralizar el turismo y conseguir "desmasificar el centro", y si esto aún no se está dando es porque se trata de procesos lentos que implican cambiar el modelo económico de los barrios más turistizados. Mientras que el concejal de Ciutat Vella, Jordi Rabassa, de los comunes y desde este centro masificado, defiende que todos los turistas, se alojen donde se alojen, acaban pisando la Rambla y las plazas del Gótico: "Lo que necesitamos son menos turistas en Ciutat Vella y esto solo se consigue con menos turistas en Barcelona". El problema es cómoconseguir esta reducción y el concejal de los comunes tampoco comparte que el filtro tenga que ser por el poder adquisitivo del visitante.
Perder las plazas
Esta misma semana los vecinos de la plataforma Fem Gòtic reprochaban a Rabassa que se pronunciara en contra de las "aglomeraciones insoportables" que ya se han vivido estos días en Ciutat Vella y que, en cambio, no se hayan aplicado medidas para evitarlas aprovechando los dos años de tregua de la pandemia y las muchas reflexiones abiertas sobre el mundo que vendría. "El drama es que no se ha hecho nada. Y, si han hecho algo, no se ha notado ningún cambio, estamos exactamente donde estábamos", lamenta Eva Vila, de Fem Gótic, que denuncia que los niños de la Escola Sant Felip Neri, después de meses de reconquista de la plaza, se han vuelto a sentir expulsados por las masas de turistas y solo pueden disfrutar de ella en los ratos que se cierra para hacer el patio.
"Llega a haber tanta gente que te hacen sentir intimidado, te expulsan", explica, con el agravante –añade– de que los más pequeños han vivido durante estos meses pandémicos un barrio que no conocían y que ahora no querrían perder: "No estamos en contra del turismo, sabemos que es necesario, y todos somos turistas algún día, el problema es la masificación y que todo el comercio de la zona se vaya encarando al visitante". Dani Pardo, de la Asamblea de Barrios por el Decrecimiento Turístico (ABDT), critica la contradicción de haber vivido dos años de un discurso "supuestamente reflexivo sobre la necesidad de cambio de modelo" y, en cambio, haber vuelto "con menos complejos que antes" al llamamiento "de los más y más turistas".
Ordenar los grupos
El grupo municipal de ERC, que ya impulsó el acuerdo para implantar un recargo turístico barcelonés a la tasa que se cobra a los visitantes, ha llevado a debate los últimos meses propuestas como la de obligar a los grupos turísticos que recorren las calles de la ciudad a ser un máximo de 15 y estudiar medidas para que los guías tengan que tener una licencia y pagar una tasa por la ocupación del espacio público. El gobierno municipal se comprometió a calcular en tres meses –que ya han pasado– cuál tendría que ser el precio de esta hipotética tasa. La concejala Montserrat Ballarín concretaba el martes en comisión y en nombre de Marcé –que está en las Filipinas por trabajo– que están pendientes de tener resultados como el del informe encargado sobre la capacidad de carga turística de Barcelona y que, en cualquier caso, calcular cuánto tendría que costar esta tasa no quiere decir que se decida implantarla.
"Hemos estado alertando que si no se hacía nada todo volvería exactamente al mismo punto", critica el economista y concejal republicano Miquel Puig, que asegura que Barcelona tendría que estar "muy contenta" de recuperar el turismo, pero no de hacerlo en el mismo formato de siempre: "Estamos vendiendo la ciudad por cuatro duros". Recuerda decisiones, aprobadas por el plenario, como la de buscar la manera de incentivar el turismo de cruceros que empieza y acaba en la ciudad en lugar del que hace escala y da solo unas horas a los visitantes para recorrer la ciudad y genera "muchas más molestias que beneficios". La Barcelona de 2020 recibía en agosto a 100.000 cruceristas y, antes del covid, esta cifra se había multiplicado por cuatro. Los planes del Puerto, sin embargo, pasan por recuperar, si no es este año el siguiente, la cifra de los tres millones anuales de cruceristas, como defendía su presidente, Damià Calvet.
Rabassa niega que no se haya hecho nada para intentar cambiar cosas en los barrios del centro y orientarlos más hacia los vecinos, y cita actuaciones como la de devolver bancos y fuentes a algunas plazas para facilitar la vida de barrio o la inversión de seis millones de euros para comprar locales en desuso para intentar incentivar comercio de proximidad, pero señala, por un lado, regulaciones que van más allá del ámbito municipal, como la limitación de los alquileres, y, por el otro, la "necesaria corresponsabilidad de los privados para que también cuiden el barrio que explotan". Y esto pasa, según el concejal de Ciutat Vella, por evitar fijar precios como los de las terrazas de la Rambla o porque los propios guías de grupos turísticos se organicen para no saturar los espacios, como les pidió esta semana en un encuentro: "No podemos tener una patrulla de la Guardia Urbana en cada plaza controlando el aforo; el propio sector también tiene que ser responsable".
Menos pero "mejor"
La clave, según el experto en turismo Domènec Biosca, es precisamente "ordenar los flujos". Entiende que el problema del turismo en Barcelona no es tanto de cifras, sino de organización. "Si regulas los espacios y organizas bien la venta de entradas y los accesos a lugares como la Sagrada Familia, no hay que reducir el volumen de visitantes", defiende, convencido de que mensajes como los críticos del concejal de Ciutat Vella contra el turismo no favorecen a la ciudad: "Cualquier declaración contra el turismo es como si saliera Zara a decir que en sus tiendas hay muchas colas y que mejor no ir a comprar".
Y el profesor de economía de Esade Pedro Aznar pide prudencia todavía con los datos de la Semana Santa, porque los destinos urbanos como Barcelona han tardado más en recuperarse de la pandemia que los que ofrecen sol y playa, y apunta que, en cualquier caso, el indicador al que nos tendríamos que coger no es tanto el número absoluto de turistas que vienen a la ciudad, sino la aportación que hacen al PIB: "No interesa igual una despedida de soltero de 20 jóvenes que vienen con una aerolínea low-cost y se alojan una noche en un hotel de categoría baja que una familia que pasa unos días en un hotel de cinco estrellas y que lleva programada toda una agenda de actividades culturales y gastronómicas".
Por eso, dice, está de acuerdo en el diagnóstico municipal de que el turismo masivo genera conflictos en algunas zonas, pero no está de acuerdo en soluciones planteadas como la de permitir solo el crecimiento de plazas hoteleras en la periferia, como recoge el plan hotelero de la ciudad. Entiende que no se tendría que impedir que cuando cierra un establecimiento de categoría más baja pueda abrir uno de más categoría aunque esté en el centro y defiende que permitir abrir solo en la periferia lo que puede hacer es atraer a visitantes de menos poder adquisitivo que prefieren tarifas más bajas a cambio de estar menos en el centro. "Para la ciudad podría ser bueno algo menos de turismo, pero con más poder adquisitivo", concluye.