Derechos sociales

Las entidades sociales se instalan en la trinchera contra los discursos de odio

La Mesa advierte que los mensajes excluyentes y antiderechos de la extrema derecha empiezan a atraer a la población vulnerable

BarcelonaLos resultados de las últimas elecciones europeas obligan a plantearse cómo combatir el discurso del odio que la extrema derecha y influencers populistas han logrado que se haga un agujero en las instituciones. Pero la pregunta es cómo frenar una narrativa que ataca derechos fundamentales y que se ha armado con mensajes simplistas que ya han empezado a penetrar en barrios con una alta exclusión social, donde han atraído a colectivos que, en realidad, están en su particular diana. Donde el nosotros [los locales, los occidentales] contra los otros [inmigrantes] no funciona, se ha explotado la defensa de unos valores supuestamente tradicionales que consagran a la familia y los roles de género convencional como pilares esenciales de la sociedad. Personas jóvenes y también inmigradas, gitanos o fieles de determinadas interpretaciones evangelistas e islámicas ultraconservadoras se han sentido atraídos por un discurso contra los derechos de las mujeres, lleno de LGTBI-fobia, antigitanismo y racismo.

La radiografía sociológica de hasta dónde llegan las influencias de Vox o Aliança Catalana la han hecho la antropóloga Salma Amazian y el investigador Helio F. Garcés, autores del dossierFragmentadas: un análisis de los discursos de odio, el auge de la extrema derecha y su impacto social, presentado por el director adjunto del ARA, Ignasi Aragay. En la presentación de este informe, encargado por la Mesa del Tercer Sector, su presidenta, Francina Alsina, ha admitido la preocupación de las entidades que atienden a personas vulnerables por la fuerza de estos discursos, pero al mismo tiempo ha reivindicado que son una buena herramienta para "desarticular" los discursos de odio y el auge de la extrema derecha. En este sentido, pidió a las 3.000 asociaciones sociales que hay en Catalunya que hagan un "frente común" y aseguró que son tiempos para abandonar el individualismo y hacer bandera del "colectivo".

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El informe expone que, contrariamente a lo que se piensa, el discurso de odio está arraigado en la sociedad, a partir de haber "normalizado" la criminalización de lo diferente y de haber construido un ideal que la cultura occidental es "la neutra" y, por tanto, la buena que hay que conservar, frente a la mala que representan sobre todo a los musulmanes, según Garcés. Siguiendo este hilo, apuntó que la extrema derecha "solo ha explotado" estos tópicos y miedos y ha armado un discurso en el que el único objetivo es "frenar los avances sociales" bajo argumentos de que la diversidad social o religiosa forma parte de una conspiración para acabar con Occidente cuando, en realidad, la pureza no existe.

En este objetivo, Garcés les reconoce la capacidad de “movilizar” a la ciudadanía y “utilizar problemas que ya existen y que son estructurales o institucionales para forzar un giro más hacia la derecha”. Por ejemplo, ha enumerado en este punto, los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE), la segregación escolar o la propia ley de extranjería. El peligro es que cuando las instituciones no aportan soluciones, los problemas se enquistan y pasan a ser problemas sociales, lo que hace aún "la batalla más dura".

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En este punto, los fundamentalistas señalan a los jóvenes inmigrantes ya las mujeres musulmanas que llevan velo como los grandes enemigos y lo hacen contraponiendo una "masculinidad agresiva" que les proporciona "autoestima y sentido de pertenencia" con la que se construyen identidades excluyentes y se justifica la política de control y freno en la inmigración. "Se establecen jerarquías raciales donde el blanco siempre está en la cúspide", ha reflexionado el investigador.

Por su parte, Amazian ha aportado que los discursos de odio han logrado crear un falso "sentimiento de pérdida" por los derechos (atacados por los musulmanes), la lengua, la cultura, los valores y el modelo de familia. ha instaurado la idea de que las entidades sociales y las ayudas "sólo" son para los de fuera y no para los autóctonos. Esto, ha continuado, fomenta la exclusión social.