"Por favor encuentre a nuestros padres": el ejército busca Florin y Axinia nueve días después

La UME inicia la búsqueda de un matrimonio desaparecido en las afueras de Valencia

El Castellar - El OlivalLa última comunicación fue a las 22:25 del 29 de octubre. Florin Costel ya no tenía línea telefónica, pero envió una nota de voz a su hija, que vive a siete kilómetros de distancia. Le dijo que ellos no saldrían, que estaban en el techo de la furgoneta, pero que no era un lugar seguro. El agua ya se había llevado el aparcamiento que habían construido con unas maderas y otro vehículo, un Ford. Tenía cada vez más fuerza. El mensaje no era de auxilio sino de ayuda: "Coge a los niños, suba al tejado y llame al 112", les ordenó. Florin y Axinia, de 57 años, desaparecieron poco después. La hija, Ailice Andrea Maner, asustada, llamó al 112, pero nadie contestaba. Avisó a la hermana, Petruta, que vive en Villajoyosa (Marina Baixa) y le dijo que lo probara ella. Quizás desde otra población las líneas no estarían ocupadas. "Estuve llamando sin parar, quizás 50 veces, hasta que contestaron a las dos de la madrugada", dice con rabia Petruta. Estuvo tres horas y media llamando al teléfono de emergencias.

Finalmente, pudo explicar lo que les había pasado a sus padres y la persona que estaba al otro lado del teléfono tomó nota, pero nadie fue a buscarlos. Al día siguiente volvieron a denunciar la desaparición de sus padres, pero tampoco acudió nadie. Sus vecinos, los artistas del espacio comunitario Algrà, denunciaron también la desaparición. De nuevo, sin éxito. La búsqueda no ha empezado hasta este jueves. Nueve días más tarde, los equipos de rescate se desplazaron hasta la casa donde vivía el matrimonio, entre los campos de Castellar-Oliveral, una pedanía de la ciudad de Valencia.

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El equipo de emergencias es el Quinto Batallón de la UME (León) y son parte de los primeros 500 soldados que llegaron a Valencia el 30 de octubre a primera hora. El grupo que busca en el matrimonio lo dirige un teniente que tiene a su disposición una treintena de militares entre los que se encuentran soldados de intervención para peinar los campos, socorristas equipados con trajes de neopreno, los pilotos de los drones y la unidad canina. Los primeros en entrar en acción han sido el cabo Valiño y su perro, Uruk-Hai, un Pastor Belga especializado en encontrar cuerpos. "Es lo mejor", dice su guía. Sin embargo, el animal que está exhausto después de tantos días de investigación, no ha encontrado ningún cuerpo. "Si todavía están dentro del agua, Uruk no puede notar el olor. También puede que no estén por ahí", dice el cabo. En el último balance de este jueves, el número de desaparecidos ha descendido a 78, son 15 menos que el miércoles. Sin embargo, todavía hay 40 personas muertas pendientes de identificar.

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"Esto me mata"

El teniente reúne al resto del equipo y los distribuye. Empezarán buscando por los campos que hay frente a la casa. Los soldados se van preparando. José, uno de los socorristas, apura el cigarrillo. Está nervioso. Él y Jairo irán por el canal que todavía baja lleno. Antes de que se desplieguen, la hija mayor, Petruta, va hasta donde hay un grupo de siete soldados y les implora: "Por favor encuentre a nuestros padres". Ellos le piden que se calme y le aseguran que harán todo lo que puedan. Que los encontrarán. Cuando ella ya se ha ido entre lágrimas, el cabo Valiño se hunde. "Llevo demasiados días. Esto es una mierda", dice mientras se sienta en el maletero del vehículo. "Si tienes que llorar, llora", le recomienda un compañero. "Y está claro que lloro. Esto me mata", responde. Nadie dice nada. Otro compañero le frota el hombro. Continúa la búsqueda.

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Los militares, equipados con unos palos de más de tres metros con un gancho en un extremo, comienzan a peinar el terreno. Cada vez que se detienen porque creen haber encontrado alguna pista, las dos hermanas se estremecen. A unos diez metros del vehículo en el que sus padres se intentaron salvar aparece el móvil del padre. Poco después encuentran la sudadera. La tensión crece. Las hijas saben que sus padres están muertos –todo el rato hablan de ellos en pasado–, pero necesitan la confirmación y, por supuesto, encontrarlos para enterrarlos. Confían en que los soldados los encontrarán. El marido de la hermana mayor, Cristian, no es tan optimista. "Al día siguiente vine con mi cuñado y un amigo y estuvimos buscando por toda esta zona. El agua nos llegaba al pecho. Encontramos de todo, pero no los cuerpos. Aquí ya no están", dice.

Mientras los militares siguen buscando, llega un vecino, Eduardo. Abraza y consuela a las hijas. Mira la escena y dice: "Eso, ese día a las once de la noche debía dar miedo". También está abatido. "No hace mucho les llevé tierra a sus padres porque querían plantar algo", les dice. "Eran buena gente", asegura, usando también el pasado.

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Los soldados continúan la búsqueda, pero saben que si encuentran los cuerpos tendrán que afrontar el drama aún con mayor intensidad. Una persona de la familia, seguramente el yerno, quien es más tranquilo, tendrá que reconocer los cadáveres, pero después de tantos días probablemente será imposible. "No imagináis cómo están los cuerpos", explica un militar del batallón que ya ha encontrado varios. "Es nuestro trabajo, pero...".

Después de una pausa para comer y coger fuerzas los soldados reanudan la búsqueda. Se acerca el final del día y no logran encontrar a nadie. Mañana continuarán. "Esperamos encontrarlos, pero estamos seguros de que algún día nos marcharemos de aquí y aún no habremos encontrado todos los cuerpos", lamenta uno de ellos.

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