Llevar la botella vacía a la tienda, una vieja costumbre que podría volver
El gobierno español plantea por ley pagar un depósito para envases de un solo uso si no se logran los objetivos de reciclaje de la UE
Comprar una botella de refresco o de agua pagando unos céntimos de más que después se recuperan cuando devuelves el envase de plástico vacío a la tienda. Hace más de treinta años no era extraño ver este circuito en las casas para las botellas de cristal (todavía persiste en los bares), pero ahora el debate resurge como una vía para acelerar el reciclaje de envases desechables en España, que no llega a los objetivos que marca la Unión Europea, y frenar de paso la creciente contaminación que suponen cuando acaban abandonados en el medio.
El sistema de depósito, devolución y retorno (SDDR) para las botellas de plástico y latas de bebidas funciona en una decena de países europeos (entre los cuales Alemania o los países escandinavos) y España podría sumarse a ellos en los próximos años, según consta en una enmienda conjunta del PSOE y Unidas Podemos a la ley de residuos y suelos contaminados y también al real decreto de envases del ministerio de Transición Ecológica. El texto del decreto, que está ahora en información pública, valora el nuevo sistema de manera condicionada si no se consigue por la vía de la separación de los residuos actual recuperar el 70% de los envases de bebidas de plástico en 2023 y el 85% en 2027. Además, un informe encargado por el mismo ministerio avala la viabilidad económica y medioambiental de esta alternativa y concluye que se satisfarían las exigencias comunitarias.
El estudio, de la empresa pública Tragsatec, calcula que con un depósito sobre botellas de plástico y latas de refresco o cerveza se ahorrarían 2.193 toneladas de residuos que ahora acaban abocados en el medio. En un segundo escenario del mismo documento, con un SDDR que también incluyera el cristal o los brics, las toneladas de littering (residuos) que se evitarían superan las 6.700.
Las estimaciones se basan en el principio que el SDDR otorgaría un valor al envase –diez céntimos es el depósito que plantea el gobierno español– que sería un incentivo para no tirarlo en cualquier lugar y, en cambio, devolverlo a la tienda y recuperar el dinero o reinvertirlo comprando bebidas nuevas. El sistema, a la práctica, supondría crear un nuevo circuito de recogida separada para estos envases y la instalación de máquinas automáticas de retorno de envases vacíos a las grandes superficies o supermercados. Tragsatec calcula que harían falta unas 30 plantas en todo el Estado para gestionar estos envases, a pesar de que no haría falta que todas fueran nuevas, sino que se adaptarían las ya existentes.
La propuesta de un SDDR enfrenta desde hace años a los que son partidarios de ello, entre los que está la plataforma de entidades ecologistas Retorna o Greenpeace, y los que no quieren ni oír hablar de ello, encabezados por Ecoembes, que es la voz de los fabricantes y de la gran distribución y se encarga ahora de la gestión del contenedor amarillo. Ecoembes defiende que con el sistema actual se pueden conseguir los objetivos ambiciosos que ha fijado la Unión Europea –llegar al 90% de botellas de plástico recuperadas para reciclar en 2030–, y sobre el real decreto de momento solo manifiesta que lo está estudiando.
En cualquier caso, el rechazo histórico de la industria ha ido matizándose en los últimos tiempos, tal y como demuestra el posicionamiento favorable hacia estos sistemas que han hecho tanto la Federación Europea de Aguas Embotelladas como la Asociación Europea de Fabricantes de Bebidas Refrescantes. Las dos han reconocido que sistemas como el de depósito contribuirán a lograr los hitos en reciclaje. La directiva europea, por ejemplo, también obliga a los fabricantes a hacer que una cuarta parte de todo el plástico PET –el de las botellas de agua, por ejemplo– que se introduzca en el mercado sea reciclado en 2025 y que se llegue al 30% en 2030.
En cambio, las entidades defensoras del SDDR celebran que se ponga sobre la mesa su implantación como parte de la estrategia para mejorar la gestión de los residuos. "Desarrollarlo será una batalla dura", admite la portavoz de Rezero, Rosa Garcia, que lamenta que el gobierno español no se posicione a favor de implantarlo de manera inmediata y "quiera dilatarlo sabiendo que los objetivos no se cumplirán". Garcia confía en que la propuesta acabe figurando también en la ley de envases que está elaborando la Generalitat.
Aparte de mejorar las ratios de recogida, el informe de Tragsatec pone el foco sobre la calidad de los materiales que se obtendrían con un sistema de depósito, en que los PET (el plástico más codiciado) o el aluminio no se mezclarían con otros materiales –algunos no plásticos– que acaban adentro del contenedor amarillo. "Esto permitiría la circularidad de los materiales", concluye el trabajo, que también calcula que se ahorrarían emisiones de CO₂ porque se podría reciclar el material primario y no fabricar material nuevo.
Garantizar datos objetivos
Calcular cómo son de lejanos hoy para España (o Catalunya) los objetivos de reciclaje de envases desechables no es fácil. El dato de cuántas toneladas que se introducen en el mercado lo da la misma industria a través de Ecoembes, que es quien hace también la recogida y el cálculo de lo que se recupera. De hecho, un informe de Greepeace denunció en 2019 que en España el reciclaje de envases lograba apenas el 25%. En el mismo documento se exponía que en el área Metropolitana de Barcelona (AMB) cifraban en el 31% el reciclaje de envases, lejos del 70% que aseguraba la industria. En Catalunya, solo el 40% de los envases acaban en el contenedor amarillo, según publicó el ARA con datos de la Generalitat de 2018.
Es por eso que el decreto plantea la creación de un registro público (Registro de Productores de Producto) en el que los fabricantes tendrán que informar del volumen de envases que han puesto en circulación y las administraciones lo podrán supervisar. Además, la directiva europea vigente también obliga a dar otros pasos para mejorar la transparencia, como por ejemplo que la cantidad de plástico recuperado se pese a la salida de las plantas de separación y no a la entrada, donde llegan mezcladas con otros materiales impropios o en un estado deteriorado que acaba haciendo que, a la práctica, no se pueda aprovechar el material.