No poder pagar el alquiler multiplica por cinco el riesgo de sufrir un trastorno mental

La salud mental de los que tienen que ser desahuciados se resiente por la incertidumbre y la angustia y puede acabar en trastornos graves que necesitan tratamiento

BarcelonaNo poder pagar el alquiler multiplica por cinco el riesgo de sufrir un trastorno mental. Lo señala un informe de la Agencia de Salud Pública de Barcelona y lo constata cada día el Col·lectiu Sísifo, formado por cuatro psicólogos que cuidan la salud emocional de los que están a punto de perder el techo. La entidad, sin ánimo de lucro, que toma el nombre del mito griego castigado a cargar una piedra constantemente, arrancó en 2014 en plena oleada de desalojos por la crisis inmobiliaria después de haber asistido a las asambleas vecinales de Ciutat Meridiana, en las que los residentes exponían sus miedos a verse en la calle. 

Desde entonces, han atendido a un centenar largo de familias en intervenciones que tratan sobre todo de “darles estrategias para el cambio”, porque cuando llegan buscando ayuda lo hacen “con mucha angustia”, que se puede manifestar en un “trastorno alimentario, del sueño, fobias”, explica Laia Farràs, psicóloga general sanitaria como el resto de los otros miembros. 

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La “incertidumbre” sostenida durante meses por no saber a qué puerta llamar para conseguir ayuda, la dificultad para entender los pesados trámites o el sentimiento de fracaso personal derivan a menudo en una “depresión aguda”, en un cuadro de tristeza permanente, y no es extraño que algunos de los afectados acaben en consultas de salud mental por trastornos graves.

El caso de Sants

En este año y medio de pandemia, el estado de alarma trajo cierta tranquilidad para las leyes antidesahucios y la moratoria. Pero a la vez, tal como indica Farràs, las expulsiones de los domicilios han seguido y a las familias les ha llegado un auténtico bombardeo de informaciones y noticias falsas que no han hecho más que añadir leña al fuego.

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Nadie sabe qué pasó por la cabeza de Segundo Fuentes, el hombre que se suicidó justo cuando la comitiva judicial llegó a su domicilio de Sants para echarlo, pero sí que no contactó nunca con ninguna entidad que lo ayudara. Este aislamiento, apunta la psicóloga, es fatal, mientras que una buena manera de romper la cadena de desaliento es buscar espacios entre iguales, con personas que están pasando o han pasado por lo mismo. Juntos suman fuerzas, comparten recursos, contactos y “hacen red”, en definitiva. “El hecho de asociarse los empodera también socialmente y son capaces de asumir el cambio porque encuentran una red de cooperación”, dice Farràs.

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La pandemia, que lo ha trastocado todo, también ha provocado que familias que habían conseguido una estabilidad habitacional y emocional hayan tenido que volver a la casilla de salida. No es solo el estrés de perder la casa, afirma la psicóloga, sino que la situación se agrava por el paro, la falta de ingresos, el hecho de tener que espabilarse a encontrar citas para el banco de alimentos o los servicios sociales. La supervivencia física los deja sin tiempo para cuidar la salud emocional y mental. La emergencia sanitaria parece que llega a la recta final, pero en el colectivo no están seguros de que este agosto sea un mes extraño y poco convencional respecto a la habitual calma estival, cuando no se concretan fechas para los desahucios. El 9 de agosto se extingue la moratoria dictada por el gobierno español y en el barrio hay cierta inquietud de que se quiera recuperar el tiempo perdido para ejecutar órdenes.

Los psicólogos tratan básicamente la salud mental de los adultos de las familias pero saben que los niños son las otras víctimas, que sufren las angustias y los miedos de los mayores. Por eso, los días previos y el del desahucio los acompañan y están con ellos. Incluso aunque no se ejecute la expulsión. Se trata de un alivio temporal, insuficiente para calmar la angustia.