Crónica

La plaza del Sol, discoteca al aire libre en las fiestas de Gràcia

Una discoteca al aire libre. Esto es la plaza del Sol del barrio de Gràcia de Barcelona más o menos desde la medianoche hasta la 1.30 de la madrugada, cuando el toque de queda ya no sirve para disuadir a nadie. Unos cuantos centenares de jóvenes alargasen la noche a su aire, a su ritmo, ligeros de ropa, calados de sudor y desinhibidos por el alcohol y las ganas de marcha. Distancia de seguridad inexistente, mascarilla todavía más inexistente y que salga el sol por donde quiera. Altavoces a todo trapo y una buena selección de hits, lateros haciendo el agosto y recemos por que la sexta oleada sea tan solo un farol, una licencia poética. “Pero si estamos todos vacunados, ¡no seas waterparties!”, Gisela y Aina lo tienen clarísimo, también sus nuevos amigos con camisa, peinado y pectorales de surferos. Coches, motos y alguna furgoneta de la Guardia Urbana ya hace rato que circulan arriba y abajo de Gràcia pero ni una sola advertencia, ni una sola ronda informativa de disuasión. ¿De qué sirve que prohíban las aglomeraciones y el botellón si nadie entra en una plaza a reventar de jóvenes sin mascarilla a hacer y/o explicar algo? Todo el mundo sabe que son míticas las sentadas nocturnas de la plaza del Sol.

This browser does not support the video element.

En medio, rodeados por las terrazas, los grupos de amigos se reúnen con la dulce compañía del famoso vaso de plástico para llevar y el no menos famoso “Perdona, ¿tienes papel de fumar?” siempre a punto. Si pones la oreja y sabes disimular puedes capturar un buen puñado de perlas. Como este grupo de chicas –no tienen más de diecinueve– que comentan la campaña contra el acoso y las agresiones sexuales emprendida y difundida este año por la fiesta mayor: “En Gràcia solo sí es sí”. “Apúntate el teléfono por si acaso, tía”. Una de las amigas, alemana, ha ligado y no está para muchos sermones, cuenta los minutos de cortesía para marchar al hostel acompañada.

Cargando
No hay anuncios

De vez en cuando, si te fijas bien, ves alguna mascarilla puesta. La Idoya no quiere prescindir de ella aunque esto la haga desentonar entre el desmadre. “¿Qué te parece que casi nadie la lleve puesta?” Encoge los hombros, no responde nada muy inteligible. En el escenario de la calle Bailèn, Side Chick y Los Vecinos de Manué han hecho desfilar una buena sarta de versiones. También en la Plaça de la Vila, concierto de Rumba Compays con control de acceso, asientos reservados y estricto aforo. Contraste demasiado sangriento con el sálvese quien pueda de la plaza vecina. En el huerto urbano Can la Traba de Travessera de Gràcia dos carteles te advierten para que lo tengas claro: “Ven con actitud positiva” y “This place is not a tourist atraction”. Todos los asistentes han tomado buena nota. Se apartan con diligencia cuando un furgón y dos motos de la Urbana pasan por allá, aflojan la marcha, miran y continúan su camino. Actitud positivísima de los asistentes: continúa la fiesta y aquí paz y después gloria.

En la plaza del Sol si alguien pronunciara el concepto toque de queda, marciano sería lo más bonito que le dirían. Hasta la una y media no comparece la Guardia Urbana y el efecto es inmediato, casi efervescente, la plaza se vacía en pocos segundos, mágicamente, sin ninguna resistencia, ningún conato de rebeldía, ningún empujón, ningún pronto de porra inquieta. La música se apaga, los lateros con la cola entre las piernas, la pareja que ha ligado ya planea donde continuar el fabuloso magreo. “Circulen, circulen”.