“Los presos importan a poca gente o a casi nadie”

Las familias de los reclusos se quejan por cómo son tratadas y de los constantes cambios de protocolo

Barcelona / Sant Esteve SesroviresEl billete de autobús vale 4,50 euros. Eso, la ida. El retorno cuesta 4,50 euros más, aunque el trayecto solo dura poco más de media hora. Parece un autocar convencional, de los que se usan para llevar a los escolares de excursión, pero tiene un letrero en el parabrisas que dice: "Brians Express". Enlaza la estación de Sants de Barcelona con el centro penitenciario Brians 2, de forma directa, sin paradas. A las nueve de la mañana de un sábado, una veintena de personas esperan en fila india a que el vehículo abra las puertas. La mayoría son familiares de reclusos que van a ver a sus seres queridos en la prisión. Según dicen, han vivido un infierno desde que empezó la pandemia.

"Yo tengo un hijo ahí y estoy muy descontenta", suelta una mujer de 78 años, que sube con dificultad al autocar. Se llama Carmen Izquierdo y asegura que su hijo está muy mal. "Tiene problemas de corazón y de pulmón", apunta la hija, Montserrat de la Fuente, que tiene 51 años y acompaña a su madre en el trayecto. Según dicen, hace más de dos semanas que no lo ven. "Como estaba en cuarentena, nos dijeron que no fuéramos", se queja la madre.

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Con el coronavirus, la Generalitat decretó un cierre total de las prisiones con el objetivo de evitar los contagios. Se interrumpieron las visitas y se limitó al máximo la entrada de personas externas. En verano se retomaron los locutorios –que es el nombres con el que las familias denominan la posibilidad de hablar con el preso a través de un cristal en una especie de cabina–, y el 25 de septiembre los llamados vis-a-vis, es decir, los encuentros físicos. Pero cada vez que se declara un brote en un centro penitenciario, se vuelven a cerrar las puertas. Y según las familias, esto es un sufrimiento constante.

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En el autocar también viajan niños –posiblemente hijos de algún preso– y un vigilante de seguridad, al que es fácil identificar porque va con un chaleco de color amarillo y se pasea por el pasillo. "Es que aquí va todo tipo de gente", comenta el hombre para justificar que haga falta vigilancia en el vehículo.

"Mi hijo es muy buena persona, pero no era él con la droga", sigue explicando la madre, ya sentada en un asiento. No deja de hablar y de maldecir a los jueces que condenaron a su hijo y que ahora no lo dejan salir en libertad a pesar de estar enfermo. En otro asiento dos jóvenes también hablan animadamente. Son reclusos en tercer grado que vuelven a la prisión. Ellos se quejan del precio del billete del autocar. La tarjeta mensual cuesta 92 euros, que tienen que pagar de su bolsillo.

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Alejado de todo

El centro penitenciario de Can Brians 2 está en un polígono industrial de Sant Esteve Sesrovires, en el Baix Llobregat, alejado completamente de todo. Para llegar hay que ir necesariamente en autocar o, quien se lo puede permitir, en coche. "Es que los presos importan a poca gente o a casi nadie", lamenta Gràcia Amo, que es fundadora de la Associació de Familiars de Presos de Catalunya. Es una mujer culta y bien vestida, de la que nadie diría que ha pisado nunca una prisión. Su hijo estuvo en Brians 2 y murió ahí en 2016. "Me llamaron y me dijeron que fuera, sin más. Cuando llegué, me informaron de que había muerto", resume de manera cruda. Ahora se queja de que, con la pandemia, los centros penitenciarios no han dejado de marear a las familias con cambios constantes de horarios y de protocolos.

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Gemma Soriano también es miembro de la asociación. Ella no tiene a ningún familiar en la prisión pero va en autocar a visitar a un recluso la familia del cual vive en Tarragona y no se puede permitir trasladarse cada mes. De hecho, esta es una de las características de las familias de los presos: la mayoría son humildes, de nivel social y económico bajo. "El confinamiento municipal también ha preocupado mucho", apunta. En teoría las familias estaban autorizadas a trasladarse hasta los centros penitenciarios con un justificante de autorresponsabilidad. Pero según Soriano, el problema es que no sabían ni dónde conseguirlo ni cómo llenarlo.

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El Observatorio del Sistema Penal y los Derechos Humanos ha publicado varios informes desde marzo del año pasado sobre la gestión del coronavirus en los centros penitenciarios catalanes. "Falta uniformidad en las medidas", destaca Sheila Marín, una de las investigadoras del Observatorio. Es decir, la Generalitat estableció un protocolo pero cada prisión lo ha aplicado como ha querido.

Los presos enfermos de coronavirus son trasladados a las unidades covid que se han habilitado en el centro penitenciario Puig de les Basses y al Pavelló Hospital Penitenciari de Terrassa. Pero si presentan síntomas leves o son positivos asintomáticos, se los encierra en la celda durante días, a veces sin poder avisar a la familia, que se queda sin saber qué ha pasado con su pariente. La Generalitat habilitó un teléfono específico de información, pero Marín admite que "no ha funcionado todo lo bien que haría falta".

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Reclusos contagiados

Desde el inicio de la pandemia, 739 internos han sufrido el coronavirus en las prisiones catalanas, que suman unos 8.000 presos. En la actualidad hay 71 contagiados, según datos del pasado martes de la secretaría de Medidas Penales, Reinserción y Atención a la Víctima. Un 60% de la población reclusa ya ha sido vacunada, y fuentes del departamento de Justicia confían en que se complete la inmunización esta misma semana. Con todo, los sindicatos siguen pidiendo que se tomen más medidas: por ejemplo, que las personas que visitan a los reclusos se sometan a una PCR, dice Fernando Carrera, secretario de organización de la Agrupación de Personal Penitenciario de CCOO.

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En Can Brians 2 es evidente que estamos en medio de una pandemia. En el anchísimo vestíbulo de la prisión hay solo media docena de sillas separadas más de un metro una de la otra. Y en lo que se supone que antes era la cafetería, también hay solo mesas individuales. Una mujer espera con una niña de seis meses en brazos y regaña a un niño de 4 años que no para quieto. Van a visitar al padre de las criaturas, dice ella. Vienen desde Rubí. "Hemos ido con los Ferrocarriles hasta Barcelona, después con el metro hasta la estación de Sants y ahí hemos cogido el autocar", explica. Tienen hora de visita a las 11.30. Todavía les queda más de una hora y media de espera. La mujer calcula que, con suerte, estarán de vuelta en casa a las cuatro de la tarde.