El Raval saca el orgullo: "Es muy barrio y no lo cambiaría"

El comercio de la calle Joaquim Costa y de la cercanía se reivindica en plena crisis y la zona capea mejor la pandemia que el centro turístico

BarcelonaLas persianas bajadas en la calle Joaquim Costa y alrededores, en el barrio del Raval de Barcelona, son la excepción, no llegan al 10%. La mayoría de comercios capean la crisis como pueden, ayudados por el consumo local y por la misma red que han creado entre ellos, a pesar de que el momento no es fácil y las facturaciones se han desplomado como todo por todas partes. La imagen, sin embargo, dista mucho de la que ofrecen algunas calles del vecino Barrio Gótico, mucho más abocado al monocultivo turístico y carecido de vecinos, donde la pandemia se ha llevado por delante de forma temporal o permanente un 30% de los negocios, según datos de Barnacentre –la sangría es más intensa en vías muy céntricas como la calle Ferran–, y ha puesto en entredicho la sostenibilidad del modelo. El Raval, en cambio, va sobrado de vecinos, con 42.669 habitantes por kilómetro cuadrado –el doble que el Gótico–, es una de las zonas más densamente pobladas de la ciudad y también de las más diversas: un 60% de los vecinos han nacido en el extranjero. Y la zona de Joaquim Costa es una rara avis en vitalidad comercial.

"Es muy barrio, aquí tenemos de todo. Yo no lo cambiaría por ningún otro: el Raval engancha", elogia Lídia Matos, la entusiasta responsable de la tienda de muebles vintage Fusta'm, en la misma Joaquim Costa, e instigadora, junto con la fotógrafa Maria Dias, de la campaña para hacer lucir el orgullo de barrio de comerciantes de la zona, cansados de que solo se hable del Raval por cosas negativas.

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Ahora han posado sonrientes para la serie de retratos que ha hecho Dias sobre la calle con el objetivo de lanzar un mensaje optimista y de dar un nuevo impulso a la asociación de comerciantes, rebautizada como Raval West para "ironizar un poco con la idea de territorio comanche que se difunde del barrio", explican. Aquí, a diferencia de lo que pasa en vías comerciales como Pelai o Portal de l'Àngel, detrás del mostrador suele estar el responsable del negocio, que se juega el día a día y mima la clientela. Y se mantiene la economía de barrio, aquella de ir a comer al local de al lado y poder dejar a deber el café si hace falta y controlar con la mirada si todo va bien en la tienda de enfrente.

Abundan los pequeños establecimientos de alimentación o telefonía, muchos regentados por personas de origen paquistaní, pero también talleres de artesanía y tiendas que ofrecen productos singulares, como Casimiro, todo un clásico de los artículos de danza, o la tienda donde encontrar el diario del día que naciste. Y también bares de los de toda la vida, como Casa Almirall, uno de los más antiguos y mejor conservados de la ciudad, que ahora, como lamenta su propietario, Pere Pina, "juega a las cocinetas los fines de semana", con tapas para el vermut, a la espera de poder volver a funcionar como bar de copas y sacar los trabajadores del ERTE. Las restricciones actuales, asegura resignado, hacen del todo inviable el negocio.

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Como veterano de la zona – lleva 45 años–, ha visto todas las vidas del Raval, desde los estragos de la heroína en los 80 –"Lo puedes probar todo, pero elcaballo no, el caballo mata", avisa– hasta la reciente crisis de los narcopisos, y ahora las restricciones de la pandemia que lo han dejado en una situación más que delicada: "Hace más de un año que no podemos abrir como bar de copas".

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La posibilidad de la terraza

Para otros locales de la zona menos enfocados en la noche, como el café Departure, en el Carreró de la Verge, la pandemia, a pesar de haberlos dejado al 50% de funcionamiento, también ha traído cosas buenas, como la posibilidad de poner una terraza que antes no tenían –fue de las que quedaron descartadas en las primeras denegaciones en Ciutat Vella y que después pudieron ser renegociadas– y que esto los hiciera más visibles entre el vecindario. "Hay mucha gente que nos ha conocido ahora", explica Raquel Llanes, que rememora como el tercer año de funcionamiento del café, que tenía que ser el de la consolidación del negocio, fue el del "patapam" de la pandemia, pero que el covid –y la terraza– también les ha servido para dinamizar la calle y darse a conocer. Lo que pasa en las plantas bajas, coinciden los comerciantes de la zona, es fundamental para la sensación de limpieza y seguridad de la calle. Y en el Raval, lamentan, demasiadas veces se encuentran "excesivas trabas administrativas" y alquileres desorbitados, como critica Lídia Matos, de la tienda Fusta'm, convencida que el confinamiento ha hecho más evidente la importancia de tener actividad en los locales.

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"La pandemia nos ha hecho más visibles, los vecinos se han hecho más conscientes de que estábamos aquí y de la importancia de consumir en un lugar y no en otro", explica Mar González, de la tienda-taller Novedades, en la calle Peu de la Creu, al lado de Joaquim Costa. Abrió el establecimiento en 2004 para compartir taller con una amiga y desde entonces, asegura, la zona ha ido cambiando y se han ido instalado otros talleres, como Imanol, de luces, u otras de cerámicas o estampación de camisetas: "La calle se ha activado mucho en los últimos años y ahora la pandemia nos ha acercado más al vecindario".

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Quieren que el reimpulso de la asociación de comerciantes, que oficialmente se mantendrá con el nombre de Ponent i Rodalies –por el nombre antiguo de la calle– sirva, también, para extender los vínculos entre los negocios de los diferentes extremos de la calle y no solo con los que quedan más cerca y para relanzar una cuenta de Instagram, donde hasta ahora solo hay dos fotos y 29 seguidores –muchos menos que los 51 socios de la asociación–. Ahora lo pondrán bonito, un símbolo de la nueva etapa de la asociación, que ya empezó a moverse, antes de la pandemia, con alguna comida popular en la calle, que le devolvió el espíritu de barrio de muchos años atrás.