Día Mundial de la Salud Mental

Entidades de afectados reclaman reducir el uso de la contención de un brote psicótico atando al enfermo

La falta de personal formado dificulta que los métodos de contención se puedan eliminar

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Una paciente ingresada en la unidad de psiquiatría del Hospital Germanos Trias de Badalona consultando su móvil.

BarcelonaNo consta ningún registro oficial de las contenciones que se hacen a los pacientes de psiquiatría en Catalunya: ni se sabe el número ni tampoco el tiempo de duración, y todavía menos en qué circunstancias se ha optado por dejar fuera de juego a un enfermo. Pero hacerse todavía se hacen, a pesar de que hay una voluntad general de reducirlas al mínimo. Para la OMS, a menudo se los inmoviliza porque es la vía fácil y rápida en un sistema de salud mental bastante tensionado e insta a los gobiernos a intervenir para que los profesionales eviten el método. 

Consultada por el ARA, la conselleria de Salud no ha respondido sobre qué planes tiene para avanzar en el cumplimiento de la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad, ratificada por España en 2008, o en la iniciativa del Parlament de 2016 que establecía la necesidad de elaborar un único protocolo para fijar cuáles son los métodos y criterios para hacer una evaluación y seguimiento. A estas alturas, cada unidad psiquiátrica aplica sus parámetros y la variedad de la práctica es todavía más amplia en la atención de urgencia domiciliaria, donde con los sanitarios también pueden actuar policías, a pesar de que los Mossos y la Guardia Urbana de Barcelona reciben formación. En psiquiatría, por contención se entiende la técnica para reducir a una persona que está sufriendo alteraciones mentales que suponen un peligro para ella o para terceros con el objetivo de modificar su conducta.

De medicación a aislamientos

Ha varios tipos de contenciones: la mecánica, es decir, atar con correas al paciente en una cama; la farmacológica, que consiste en administrar una medicación extra para calmarlo, y la verbal, que básicamente son amenazas. También se recurre al aislamiento en una habitación. “Es un sistema de medidas coercitivas”, afirma Iván Campo, técnico en derechos e incidencias en Salut Mental, la federación más grande de entidades del sector. Campo subraya que los pacientes psiquiátricos son los “únicos” que ven cómo el derecho a la autonomía está limitado y, por orden judicial, se los puede obligar a medicarse o se los puede atar, mientras que un enfermo oncológico “tiene toda la capacidad para decidir si quiere seguir con la terapia o no”.

Mercè Torrentallé recuerda que un día de 1999 policía y sanitarios se presentaron en su domicilio para atenderla de un brote. Mientras forcejeaba con cinco hombres, explica que cuando su hijo le cuchicheó que se dejara ayudar porque en la calle estaba el vecindario mirando el porqué de tanto jaleo, accedió, y subió a la ambulancia por voluntad propia. Ya en el hospital, se pasó cuatro días atada y empastillada porque, desorientada como estaba, se levantó de la cama con la única idea de salir de esa habitación que no reconocía. “Mi caso es un ejemplo de que si se quiere se puede acabar con las contenciones, porque siempre hay una alternativa más humana”, expone Torrentallé, presidenta de la Associació Salut Mental La Noguera y vicepresidenta de Obertament, una entidad que lucha contra el estigma mental

Atada y con la regla

Esta veterana activista por la salud mental fue la voz de los enfermos en el primer pleno monográfico que hizo el Parlament, el 14 de diciembre del año pasado: “Te sujetan a la cama, atada de pies y manos, y muchas veces los medicamentos te laxan, y si eres mujer te viene la regla”, explicaba ante los diputados para denunciar las condiciones indignas que supone la inmovilización forzada. A veces, la contención es una combinación de métodos y a la sujeción se suma la administración de calmantes y relajantes que hacen perder el sentido durante horas o incluso días. Es el caso de Carlos Albert, presidente de Veus, federación de asociaciones de afectados por un trastorno mental, para el que esta es una manera de “deshumanizar a los pacientes”.

Santi Casacuberta recuerda las cuatro contenciones que ha sufrido. “Son el método eficaz para tenernos como corderos y quitarse de encima a los pacientes”, dice. Admite que se ha encontrado de todo: profesionales que lo han informado de cada paso o que le han preguntado si quería ser atado o medicado, y otros que han puesto la directa e incluso, asegura, que lo han engañado. Explica que ha intentado averiguar el nombre del psiquiatra que ordenó su tercera contención para entender por qué en un ingreso voluntario en un centro acabó inmovilizado. “Estoy loco, pero no soy tonto”, se desahoga para argumentar que nunca ha tenido afán de denunciarlo penalmente, pero sí “hacer pedagogía para que se cambien los métodos” para calmar a los pacientes. “¿Por qué te sedan si ya estás atado? Es un doble castigo”, afirma.

Una utopía

A falta de un protocolo único catalán que paute el cuándo y el cómo contener, psiquiatras y enfermeras están en la línea de encontrar métodos menos agresivos. Hay centros que están poniendo en práctica planes pioneros, como el Benito Meni CASM de Santo Boi del Llobregat o el Parc Sanitari de Sant Joan de Déu, que ha recibido el certificado de cuidados dignos, y que señala que ha eliminado las contenciones en subagudos y las ha limitado al 2% en los agudos. Entonces, ¿es posible llegar a las cero contenciones? “Es una utopía mientras haya drogas en el mercado que muchas veces hacen que lleguen personas a urgencias que sean incontrolables y un peligro”, contesta el jefe de psiquiatría del Hospital Germans Trias de Badalona, Joan de Pablo, que reafirma que hay que limitar “estas medidas coercitivas” y apostar por las “más respetuosas con los derechos”. Existe el problema, sin embargo, del déficit estructural de personal y la mayoría, para más inri, no está lo suficientemente formado, concede el facultativo.

Este hospital de Badalona hace cuatro años que puso en práctica el Safewards, un programa dirigido básicamente a enfermería psiquiátrica y que crea “un clima y un espacio más agradables” para los pacientes. La fórmula tiene los ingredientes que reclaman desde hace años los enfermos: diálogo. Cada día se hace una reunión de pacientes y profesionales para poner en común el estado de ánimo y los conflictos surgidos, y también hay un acompañamiento individualizado y control de riesgos. Esto se traduce en una unidad equiparable a una planta ordinaria, que tiene las puertas abiertas durante “tres o cuatro horas” durante las cuales los pacientes que hayan ingresado voluntariamente pueden recibir visitas o entrar y salir libremente, y los que estén a la fuerza lo pueden hacer acompañados de un profesional. “Nos está funcionando muy bien y las contenciones son excepcionales”, se felicita el psiquiatra.

Más daños

Es la línea que marca el Grup de Recerca en Salut Mental en Primera Persona, que apunta que hay alternativas, como por ejemplo plantear más actividades en el exterior y planificar los centros con más zonas verdes, zonas de confort y habitaciones individuales. Elvira Rodríguez es una de las autoras de uno de los informes del grupo y señala la ecuación de más información y menos coerción. "Los pacientes tienen que ser tratados como personas y no como diagnósticos", afirma, y advierte de que la contención deja en los enfermos una huella de secuelas extras –iatrogenia, en el nombre científico–, que van desde la depresión hasta la ira o el resentimiento, miedo o humillación.

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