Cuatro años de coronavirus

La implacable China se olvida del covid

Pekín deja atrás la pandemia sin vacunas y programas de prevención y sin evaluar la estricta política de código cero

PekínChina hizo de la gestión de la pandemia una política nacional, no sanitaria. Las principales armas para luchar contra el coronavirus fueron el control de movimientos de la población, el exhaustivo rastreo de casos y las cuarentenas estrictas. Pekín exhibió con orgullo el éxito de un sistema político que logró monitorear eficientemente a la población ante el caos y la alta tasa de defunciones que se produjo en Occidente. Pero el agotamiento de la ciudadanía y la alta transmisibilidad de la variante ómicron terminaron de un día para otro con la política de covid cero.

En enero de 2020 el cierre de Wuhan y el confinamiento de toda la provincia de Hubei fue una solución de emergencia. China, pese a ser la segunda economía mundial, tiene un débil sistema sanitario fuera de las grandes ciudades y cerrarlo todo fue su opción para frenar los contagios. La política de covid cero consistía en detectar los contagios a través de PCR masivos en la población y aislarlos sistemáticamente. Durante los años de pandemia en China se vivió bajo el control del móvil. A través de una aplicación en la que se cargaba el resultado de las pruebas diagnósticas y se podía rastrear los movimientos de todos, se generaba un código. Sin ese código en verde prácticamente no podías moverte: lo necesitabas para entrar en el metro, para ir al trabajo, para entrar en tiendas o para acceder a tu edificio.

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En 2020 el sistema ya funcionó y se controlaron los contagios. La situación en China volvió a cierta normalidad y era mucho mejor que en Occidente. El problema es que no se diseñó un plan de salida. La política de covid cero, que se atribuía directamente a Xi Jinping, se convirtió en una política de estado y casi una religión. Las fronteras del país se cerraron, salvo para los residentes, para evitar contagios. Se normalizó el mensaje de que China estaba a salvo y el virus venía del exterior. Al entrar en el país era obligatoria una cuarentena de al menos quince días, en una habitación de hotel.

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El exceso de celo provocaba situaciones rocambolescas y peligrosas. La obsesión con el virus venido de fuera llegó al extremo de hacer PCR a los peces en los barcos antes de llegar a puerto. Y se denunciaron casos de personas que murieron sin ser atendidas porque la prioridad era que no salieran del confinamiento. El sistema informático era muy eficiente y, por ejemplo, permitía detectar si habías tomado un taxi después de un contagio o establecer que te habías encontrado en la calle con alguien positivo y, por tanto, tenías que encerrarte en casa durante una semana. Ambos son casos reales.

Vacunas como arma diplomática

En 2022 el cansancio de la población era evidente y las protestas durante el cierre de Shanghái fueron un aviso. En Pekín ese otoño se testaba a la población (22 millones) cada 48 horas. La muerte de diez personas en un incendio de un edificio confinado en Urumqi desató en noviembre manifestaciones en las calles. Aunque no fueron de gran alcance, se oyeron gritos de "Xi Jinping dimisión" a la vez que el número de contagios crecía. El 7 de diciembre, finalmente, se levantaron los controles sin ningún plan sanitario previo.

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La variante ómicron, más transmisible, se extendió por todo el país: se calcula que el 80% de la población se contagió entre diciembre y febrero de 2023. Con todo, Pekín no impulsó ningún plan de vacunación para la gente mayor. Aunque China presumió de tener una vacuna antes que nadie, era inactivada y su eficacia solo rondaba el 50%. No logró desarrollar ninguna con tecnología de ARN mensajero y no quiso comprar vacunas a Occidente. De hecho, la vacuna para China era un arma diplomática, puesto que intentó posicionarse como el suministrador de vacunas del Sur Global en un momento en el que estos países no podían comprar las de Pfizer o Moderna.

China sigue registrando oleadas de contagios, pero los controles han desaparecido y no hace ninguna campaña activa para vacunar a las personas mayores o las personas con patologías respiratorias. Las dos principales marcas, Sinopharm y Sinovac, incluso han suspendido su producción. En resumen: la implacable China ha olvidado la pandemia sin haber hecho ninguna evaluación de la política de covid cero y nadie habla de los muertos.