Así son las 90.000 trabajadoras del hogar de Cataluña
La mayoría son extranjeras, hacen labores de cuidados o limpieza y no tienen contrato
BarcelonaLunes, martes y jueves, Claudia cuida una mujer de 92 años que tiene principio de Alzheimer. “Intento que coma bien, la entretengo y le ahorro en peluquería y podólogo porque yo también la peino y le arreglo los pies”, resume así su trabajo. Los lunes, miércoles y viernes limpia durante tres horas una casa. Los martes hace lo mismo en otro domicilio. Los miércoles por la tarde saca a pasear a un hombre que ha sufrido un ictus. Los sábados y domingos trabaja dos horas por la mañana y dos más por la tarde cuidando a otra señora, y echa una mano a una compañera en otra casa porque ella sola no puede levantar de la cama a “una mujer que pesa mucho”. Y diez noches al mes trabaja en una residencia de ancianos.
Claudia es boliviana, tiene 54 años y llegó a Barcelona en diciembre de 2006. En su país era técnica administrativa. Dice que prefiere cuidar ancianos que limpiar. “Para limpiar, te piden que vayas dos veces a la semana. En cambio al anciano hay que cuidarlo cada día”, argumenta. Es decir, hay trabajo seguro. En algunos lugares trabaja con contrato, y en otros sin.
En Cataluña hay 28.300 trabajadoras de cuidados a domicilio, de las que 24.000 son extranjeras. O sea, ni más ni menos que el 84% del total, según datos del cuarto trimestre del 2023 de la Encuesta de Población Activa del Instituto Nacional de Estadística (INE). En este caso es pertinente usar el femenino porque casi todas son mujeres y también casi todas trabajan en negro. Solo 6.972 tienen un contrato, según datos del Observatorio de Trabajo y Modelo Productivo de la Generalitat. Es decir, un escaso 24%. Lo mismo ocurre con el sector de la limpieza del hogar. Hay 60.900 trabajadoras domésticas. El 69% (42.400) son extranjeras y las contratadas también son una minoría: 22.179, el 36%.
En otras palabras, en Cataluña unas 90.000 mujeres trabajan como cuidadoras o limpiadoras del hogar, pero la mayoría lo hacen en la economía sumergida a pesar de que se han convertido en esenciales para el engranaje social. Esenciales porque en la actualidad “apenas hay amas de casa que solo se dediquen a eso” y alguien debe asumir ese trabajo. Y porque existe “una población cada vez más envejecida y una demanda de cuidados que no tiene precedentes”, destaca Sònia Parella Rubio, investigadora del Centre d’Estudis i Recerca en Migracions y profesora del departamento de Sociología de la UAB. “El sistema de cuidados se sustenta en estas trabajadoras y, por tanto, la sociedad”, concluye. No es baladí.
La mayoría son latinoamericanas. “Al principio venían sobre todo de Bolivia y Venezuela, pero ahora llegan muchas desde Honduras, Colombia y Perú”, detalla Carles Bertran, director del Centro de Información para Trabajadores Extranjeros (CITE) de CCOO de Cataluña. Según dice, no vienen a Cataluña atraídas por las posibilidades del mercado laboral, sino porque son expulsadas de sus respectivos países por “la situación de violencia, inestabilidad política y desigualdad”.
Eso es lo que le ocurrió a Rosario, que es ecuatoriana y tiene 49 años. Aterrizó en Barcelona el 16 de septiembre de 2000 porque no había manera de encontrar trabajo en su país. Allí dejó atrás a su marido y a su hija de 5 años. Cuando llegó, su primer trabajo fue cuidar niños. Primero como interna y después doce horas al día por unos escasos 540 euros al mes, aunque ella lo que hubiera deseado es no moverse de su país y cuidar de su hija. “Fue muy duro”, suspira.
Rosario ha vivido durante más de quince años en una habitación de alquiler, ha trabajado como mujer de la limpieza en infinidad de casas, y ha hecho un curso de auxiliar de geriatría pero desistió de cuidar ancianos porque, argumenta, no le gustó lo que vio en las residencias: “Acostaban a los ancianos a las ocho de la tarde cuando aún era de día”. Le gustaría hacer algún otro curso pero, si estudia, ¿cómo gana dinero?. En la actualidad trabaja en una empresa de limpieza y en cuatro casas particulares. En total se saca unos 1.200 euros al mes y envía parte a su hija y a sus padres en Ecuador.
Edith, de 33 años, es peruana y tiene una historia casi calcada a la de Rosario, pero con la diferencia de que ella ha venido a Cataluña con su hija de 13 años. Es madre soltera. Llegó a Barcelona hace menos de dos años. En Perú era ejecutiva de ventas, pero aquí ha trabajado como interna y como canguro, y vive en una habitación de alquiler. Ahora dedica las mañanas a cuidar dos ancianas por 7 euros la hora, y las tardes a limpiar domicilios. Allí le pagan un poquito más: de 10 a 12,5 euros la hora. Va a cinco casas diferentes de lunes a viernes y a unas oficinas los sábados. Además está haciendo un curso de catalán porque confía que eso le ayudará a regularizar su situación. No tiene papeles. Es difícil saber de dónde saca el tiempo para hacer tantas cosas.
“Los domingos acabo muerta”, confiesa. Sin embargo, asegura que lo más duro son los “malos tratos”. “Hay gente que cree que en dos horas se puede limpiar toda una casa o que pueden disponer de todo mi tiempo por haberme dado trabajo”. En total gana unos mil euros al mes y, de la misma manera que Rosario, envía unos 100 o 200 euros a su madre en Perú.
Cambios legislativos
A pesar de que han pasado más de dos décadas entre que Rosario y Edith llegaron a Cataluña, ¿no ha cambiado nada? La responsable del ámbito de las trabajadoras del hogar y del cuidado de CCOO de Cataluña, Fany Galeas, afirma que sí que ha habido avances legales. Por ejemplo, en 2022 el gobierno español ratificó el convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo y aprobó el Real decreto 16/2022 para la mejora de las condiciones laborales de las trabajadoras del hogar, que, entre otras cuestiones, reconoce que tienen derecho al paro si cotizan un año.
El problema es que la mayoría de estas mujeres trabajan en la economía sumergida, así que todos estos avances legales no les sirven para nada. No tienen contrato porque las familias piensan que, si les dan de alta en la Seguridad Social, van a tener que pagar mucho más para cubrir su cotización, las pagas extras, las vacaciones…, enumera la representante de CCOO. Pero también porque una bolsa importante de estas trabajadoras son inmigrantes en situación irregular. La mayoría llegaron como turistas y no tienen permiso de trabajo.
La ley de extranjería establece que, para regularizar su situación, tienen que estar tres años empadronadas en España y conseguir un contrato de trabajo. Otra opción es hacer un curso de formación tras dos años de empadronamiento y encontrar un empleo vinculado a esos estudios. Pero es bastante inviable porque, si estudian, ¿cómo se ganan la vida? O más difícil aún: denunciar a la familia para la que trabajan de forma ilegal y aportar pruebas fehacientes que lo demuestren.
“Tener que esperar tres años para regularizar su situación perpetúa su precariedad”, denuncia Galeas, que considera que se les debería facilitar el permiso laboral mucho antes, tras un año en España. Porque una cosa es irrefutable: se las necesita. Hay trabajo de sobras. De hecho, 800 ONG han impulsado una iniciativa legislativa popular para regularizar de forma extraordinaria unos 500.000 inmigrantes en España. El proyecto se ha bautizado con el nombre de Esenciales. “Se les ahorraría el calvario de tener que estar tres años en la economía sumergida”, insiste Edith Espínola, portavoz de Servicio Doméstico Activo (Sedoac), una de las asociaciones impulsoras de la iniciativa.
Una solución compleja
El director del CITE apunta un escollo más: la imposibilidad de las familias de pagar más por estas trabajadoras y la inexistencia de un sistema público de cuidados que financie el coste, aunque sea parcialmente. “La solución es compleja, pero la alternativa no puede ser explotar mujeres de otros países”, opina.
Intentar reducir los abusos es lo que precisamente intenta el Colectivo Micaela, en la comarca del Maresme, que se constituyó en 2021 y está formado por mujeres inmigrantes trabajadoras del hogar. “Les recomendamos que, como mínimo, cobren 10 euros la hora y que exijan que respeten sus días de descanso”, explica su portavoz, Rocío Echevarría. “También les explicamos cómo buscar trabajo en plataformas, cómo negociar o incluso cómo limpiar”, añade.
Loubna, de 33 años, es marroquí y hace cuatro años que llegó a Cataluña con su marido y su hijo, que ahora tiene 5 años. En su país estudió Derecho, pero aquí limpia casas. Trabaja en siete domicilios diferentes. Ella podría regularizar su situación perfectamente, pero no ha encontrado a nadie que le haga un contrato. Así que, de forma desesperada, ha empezado a estudiar administración y finanzas para intentar conseguir un permiso laboral por esta otra vía. Va a clase cinco horas y media cada día de lunes a viernes. “La gente para la que trabajo no es rica. Es gente normal y trabajadora”, argumenta para justificar que nadie la haya contratado. También reconoce que ella nunca lo ha planteado por temor: “No sé cuál será su reacción si saben que no tengo papales”.
Desde el Centre d’Estudis i Recerca en Migracions, proponen alternativas. Por ejemplo, ofrecer bonificaciones a las familias que contraten una empleada del hogar y disminuir la burocracia. Lo que no hay duda es que es un nicho laboral que no deja de crecer.
Claudia se siente una privilegiada y asegura que agradece a Cataluña todas las posibilidades que le ha dado. Tiene tres hijos y dos de ellos han podido cursar estudios universitarios. Su marido, además, ha comprado una licencia de taxi, que ahora están pagando a plazos. Eso sí, a cambio de que ella se deslome cada día limpiando y cuidando ancianos.