"Tarjeta sanitaria en la mano, vaya quitándose la chaqueta y ya puede pasar"
El pabellón cuatro de la Fira de Barcelona vacuna a 2.000 personas al día
BarcelonaNo existe ningún estudio clínico que lo confirme, pero uno de los efectos inmediatos de la vacuna es la alegría. "No te lo puedes ni creer, chico", confirma Ferran Pérez, que ya ni nota la inyección, y esto que solo hace dos minutos que se ha tenido que arremangar. Ni la poca luz que hay en este pabellón de la Fira de Barcelona, ni las ojeras, ni tampoco la maldita mascarilla no pueden esconder su cara de felicidad. "Yo ahora tendría que estar en las Maldivas... Pero después de que nos pongan la segunda dosis a mi mujer y a mí nos iremos rápido, ¡y tanto!", continúa. Ferran, como las 2.000 personas que cada día pasan por este vacunódromo, tiene que esperarse todavía quince minutos antes de irse —por si acaso sufriera alguna otra reacción a la vacuna, aparte de la alegría—, pero le cuesta quedarse sentado, con las ganas que tiene de salir y vivir todo lo que le han robado. "Sabes qué pasa, que yo ya tengo 70 años y ya empiezo a pensar en la muerte. He estado toda la vida trabajando y pensando en la jubilación, y encontrarme ahora así, sin poder viajar y viendo a mis nietos desde el balcón...", argumenta este vecino del Masnou. "Pero ahora nos toca recuperarlo como sea", concluye. Ya tiene los billetes para irse con su mujer cuando hayan recibido la segunda dosis.
Dora ha venido con su nieta Ariadna. "Yo no me quería vacunar, ¿sabes? —dice—. Pero mis hijos me han obligado... Y ahora ya está hecho". A primera vista, podría parecer que a Dora la vacuna todavía no le ha hecho efecto, pero en algunos casos (aunque tampoco haya estudios que lo avalen) parece que la alegría puede tardar un poco. Al cabo de un rato charlando, sin embargo, cambian las cosas y reconoce que está emocionada: "Bueno, hoy es el Día de la Madre... y mis hijos ya me han hecho el regalo". Ariadna, de 13 años, la mira orgullosa. Su abuelo murió en el mes de enero y el recuerdo todavía las trastorna. Ni siquiera lo pudieron enterrar como él se merecía. "Solo nos dejaron ser trece personas", recuerda Ariadna. Para la familia, estos meses han sido muy duros. "Mi hijo tenía miedo de que me pudieran contagiar y nos hacía mantener la distancia de un metro y medio... Suerte que cuando no miraba nos abrazábamos, ¿verdad, Ariadna?" Y ella sigue mirándola orgullosa.
A pocos metros de donde se esperan los ya vacunados están los que acaban de entrar. "Tarjeta sanitaria en la mano, vaya quitándose la chaqueta y ya puede pasar", va repitiendo Ricard. Los pacientes, todos de entre 70 y 79, se ponen en la cola y en menos de dos minutos ya les llega el turno para entrar en uno de los box donde las enfermeras pinchan sin cesar. "El siguiente", llama desde dentro de un box Carmen Franco, de 57 años. "¿Tiene alergia a algún medicamento? ¿Tiene algún problema con que le pinche el brazo izquierdo?", les pregunta. Y con el "no, no, ningún problema" ya tienen la vacuna en el cuerpo. Carmen les explica también que la vacuna que les ha puesto es la de Pfizer y que dentro de tres semanas les llamarán para ponerles la segunda dosis. "Este ritmo es una pasada", explica al ARA en una pausa breve. Carmen ha estado pinchando también en el CAP de las Casernes de Sant Andreu y asegura que ahí ponen una cada trece segundos. "Hemos llegado a inyectar 1.300 en una tarde", dice orgullosa, y llama: "El siguiente".
Desde viernes, en este pabellón de la Fira, que es tan grande y feo que parece un parking, se vacunan unas 2.000 personas al día. A partir de la semana que viene, cuando está previsto que lleguen a Catalunya muchas vacunas más, el departamento de Salut tiene previsto poner más box y agilizar todavía más la campaña de vacunación para, poco a poco, devolver la alegría a todos los catalanes.