La vida después de tirarse a la vía del metro

Dos jóvenes explican su experiencia después de intentar suicidarse

BadalonaEstuvo esperando a que no hubiera ningún niño en el andén porque no quería que viera lo que tenía previsto hacer. Esperó, esperó y esperó, hasta que por fin lo hizo: cuando el convoy del metro entró en la estación, se tiró a la vía. Confiaba poner fin así a su vida. Ella, como él, también quería morir. Subió a la última planta del hospital donde había ido a buscar ayuda y, sin pensarlo, se tiró al vacío. Los dos intentaron suicidarse y los dos fallaron. Él se ha quedado en silla de ruedas. Ella puede caminar pero tiene infinidad de secuelas físicas. Quieren explicar cómo es su vida ahora y sobre todo quieren hablar del suicidio porque, argumentan, si no se habla es como si el problema no existiera. Y, por desgracia, el suicidio continúa siendo la primera causa de muerte en Cataluña entre hombres y mujeres de 25 a 34 años. Los dos han sido tratados en el Instituto Guttmann que, paradójicamente, les ha devuelto la vida.

El Instituto Guttmann es conocido sobre todo por atender a personas con una lesión medular a causa de un accidente de tráfico, pero también trata a personas que se han intentado suicidar y sufren lesiones neurológicas graves. De hecho, les derivan pacientes de toda Cataluña. Y no son pocos. Cada año atienden a una quincena de personas que se han intentado quitar la vida precipitándose desde algún lugar, ahorcándose o disparándose con una arma de fuego, según explica la médico psiquiatra Beatriz Castaño, que hace 22 años que trabaja en el centro y lamenta que el número de casos, lejos de disminuir, ha aumentado ligeramente en la última década. Además, destaca, llama la atención que sólo el 30% de los pacientes estaban vinculados a la red de servicio mental. Es decir, el resto, más de la mitad, nunca había ido ni a un psicólogo ni a un psiquiatra. El 62% son mujeres y la edad media es de 33 años.

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Los datos generales ponen los pelos de punta: el año pasado hubo en Cataluña 4.285 intentos de suicidio, según el departamento de Salud. En el Instituto Guttmann a estos pacientes se les ofrece rehabilitación física, pero también tratamiento psicológico y psiquiátrico. Normalmente están ingresados tres meses, y durante dos más son atendidos de forma ambulatoria.

En ese proceso está él, que se tiró a la vía del metro el pasado mes de mayo en la estación de Verdaguer de Barcelona. Tiene 30 años y le llamaremos Joan, por llamarlo de alguna manera. No quiere que aparezca su nombre, ni que se le identifique en las fotografías porque sus compañeros de trabajo no saben que se intentó quitar la vida. Creen que está en el Guttmann porque sufrió un accidente de tráfico. No es que lo quiera esconder, aclara. De hecho, habla abiertamente de lo que le pasó. “Pero me da miedo lo que puedan pensar. Aunque yo lo pueda entender, hay gente que no”, argumenta.

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Joan no sabe precisar qué le llevó a tirarse a la vía del metro. “Yo siempre he tenido la autoestima baja, sufría altos y bajos emocionales y estoy diagnosticado de TDAH desde los 6 años”, enumera. También dice que le costó digerir la pandemia y no supo gestionar bien el confinamiento. “Tenía demasiado tiempo para pensar”, justifica. Y algo más: nunca pidió ayuda. En alguna ocasión sí que había comentado que no tenía ganas de vivir, acudía de vez en cuando a una psicóloga privada y un familiar psiquiatra le había recetado antidepresivos. Pero nunca había dicho abiertamente que su situación era tan desesperada. “Ojalá lo hubiera hecho”, se arrepiente ahora. Después de lo ocurrido, todo el mundo se volcó en ayudarlo. Está seguro que también lo habrían hecho antes si hubieran sabido lo que le pasaba.   

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Joan no podrá volver a caminar. Sin embargo, asegura, eso no es lo más duro, a pesar de que él era una persona que le gustaba hacer deporte y no paraba quieta. “Hay gente que va en silla de ruedas y vive bien”, argumenta. Lo más duro para él es “superar la culpabilidad y aceptar el error”. “Hay gente que por un error se acaba arruinando. El suicidio es una mala decisión, un error. Eso es lo difícil: pasar del sentimiento de culpa a aceptarlo como un error”, reflexiona.

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Cuando se despertó después de tirarse a la vía del metro, estaba en la UCI y recuerda que pensó: “La que he liado”. Su padre y su pareja estaban junto a él y les dijo mil veces “lo siento”. Al cabo de unos meses, Joan también envió una carta a Transportes Metropolitanos de Barcelona dirigida al conductor del convoy. El escrito decía: “Querría disculparme y de todo corazón esperar que lo hayas podido llevar de la mejor manera posible. Sin que suene a excusa, decir que me desbordé emocionalmente y no vi ninguna otra manera de salir y tirar adelante, sin pensar en el impacto que podría tener en terceras personas, entre ellas tú”.

“Nadie quiere morirse. Si alguien se quiere quitar la vida, es porque su malestar es muy importante”, aclara la neuro psicóloga Maria Dolors Solé, que forma parte del equipo del Instituto Guttmann que atiende a personas que se han intentado suicidar. Es decir su dolor es tan profundo que prefieren morir a seguir con ese sufrimiento.

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Eso, precisamente, es lo que intentó Judith Rivero Prieto, acabar con su sufrimiento. Se tiró al vacío desde una altura de unos seis metros el 28 de diciembre de 2016, cuando sólo tenia 19 años. Ahora tiene 24. Ella sí que da la cara y quiere que se publique su nombre completo porque afirma: “Quiero ser luz con mi historia para otras personas”. Ya no está en tratamiento en el Guttmann, pero continúa haciendo revisiones periódicas y reconoce que inicialmente no quería explicar su historia.

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Antes de intentar suicidarse, Judith sí que buscó ayuda y estuvo en tratamiento psicológico y psiquiátrico durante años. Sus padres se divorciaron cuando ella era una cría. Su padre, además, se drogaba. “Que escogiera la droga a estar conmigo, me hacía sentir inferior”, recuerda. Tampoco tenía amigos, sufría bullying y se comparaba constantemente con su hermana, a quien veía guapísima, mientras ella se sentía un patito feo. Todo eso hizo que se le hiciera una pelota bien gorda difícil de manejar. El día que intentó quitarse la vida, fue a urgencias de un hospital a pedir ayuda. Estaba desesperada y suplicó que la ingresaran o que le cambiaran el tratamiento. Como no lo hicieron, se tiró desde una planta del edificio.

Judith dice que está muy bien ir al psicólogo y al psiquiatra, pero que a ella le hubiera ayudado muchísimo hablar con alguien que hubiera pasado por lo mismo que estaba pasando ella y que le hubiera asegurado que había esperanza. Que tendría una salida y que podría superar todo aquello. Por eso, ahora ella da la cara, porque querría ayudar a otras personas que ahora estén sufriendo lo que sufrió ella. “Que contacten conmigo”, afirma. Está dispuesta a explicarles cómo ella consiguió salir de aquel pozo.

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Judith dice que al principio no era muy consciente de todo lo que pasó después de tirarse desde el edificio. Estaba demasiado medicada. Pero empezó a darse cuenta cuando comprobó que no sentía las piernas. Le operaron de la espalda y le dijeron que tal vez no volvería a caminar.

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En la actualidad lleva una prótesis en el cuerpo, sufre artrosis a pesar de ser jovencísima, y es consciente de que tiene un montón de limitaciones físicas. Pero ahora ve la vida de otra manera. Aunque eso sí, no ha sido un camino de rosas. “En algunos momentos he pensado que tal vez hubiera sido mejor morir. Lo que más me ha costado es quererme a mí misma”, afirma.

Judith está estudiando ahora un ciclo superior de educación infantil y se quiere presentar a oposiciones para auxiliar administrativa. Ahora, además, tiene pareja. Un chico que, según dice, conoció primero a su hermana pero prefirió quedarse con ella. Cree que hace falta más recursos para la salud mental y que no se le está dando suficiente importancia: “Hay mucha gente que se muere de covid, pero también hay muchas personas que piensan en suicidarse y que no sabemos como ayudarlas”.

La psicóloga Solé y la psiquiatra Castaño consideran que eso es precisamente el quid de la cuestión: muchas personas no son conscientes de que tienen un problema, y aceptan como normal un estado crónico de depresión y angustia. La solución, insisten, siempre es buscar ayuda.