Las voces de la diversidad
Seis familias de orígenes y composiciones diferentes cuentan su día a día
Lleida, Tarragona, Gerona y BarcelonaFamilias enlazadas, monoparentales, separadas, numerosas, de dos madres o dos padres, familias sin hijos… Cada familia es un mundo y uno de los grandes cambios que hemos vivido en los últimos años es la aparición de nuevos modelos de familias. Hablamos con seis familias de Girona, Tarragona, Lleida y Barcelona para conocer cómo son y cómo viven.
"Sin el apoyo de los abuelos sería muy difícil ser familia numerosa"
Nadina del Moral y Gerard Prats viven en Girona y son padres de Enric (5 años), Mateu (2 años) y Diana (1 mes)
Hay parejas que se lo piensan mucho. Pero no es el caso de Nadina y Gerard. Llevan juntos trece años y, en cuanto a sus hijos, enseguida lo tuvieron claro: serían familia numerosa. "Sabíamos que queríamos tener follón en casa, estar animados", explica Nadina mientras da el pecho a Diana. Nació hace mes y medio y les ha supuesto un cambio importante en la intendencia diaria. Para empezar, se están acabando de reformar una casa más grande donde se mudarán dentro de mes y medio, se acaban de cambiar el coche que tenían por un Skoda Kodiaq de siete plazas para poder meter las tres sillitas y hace medio año les llegó a casa la bici cargo eléctrica con canasta delante para poder llegar a llevar a tres niños.
"Con el tercer hijo nos está pasando un poco como con la bici. La gente cree que te complicas la vida –dice Gerard haciendo paralelismos–. Cuando empezamos a explicar que esperábamos el tercero, yo decía con tono irónico a todo el mundo: «O puedes felicitarme, o puedes darme el pésame»". Sin embargo, en su caso detallan que les habría costado más plantearse formar una familia así si no fuera por el apoyo de los abuelos. "Nosotros tenemos tres núcleos familiares jubilados dispuestos a ayudar cuando sea necesario", detalla Nadina, que tiene los padres separados. Esto hace que la intendencia con Enric, de cinco años y medio, y Mateu, que pronto hará los tres, y que todavía van a escuelas diferentes, sea más sostenible. También fue un factor que les llevó a tener a sus hijos más seguidos, teniendo en cuenta que los abuelos se harían cada vez mayores.
Tres hijos y casa nueva
En su entorno aseguran que no son unos rara ancianos con tres hijos, pero es cierto que en la clase del mayor sólo hay una familia más que tenga tres. Ellos lo tenían claro pero también tienen muy presente el factor económico y el de la conciliación. Y en su caso dan mucho las gracias a los abuelos, que les han permitido seguir con la vida laboral. "Creo que habríamos tenido tres hijos igualmente, pero seguramente habríamos tenido que hacer más sacrificios", señala Nadina, que con los dos primeros hijos se redujo la baja de maternidad de cuatro a dos meses ya cambio hizo seis meses de teletrabajo con jornada parcial. Ahora, a las puertas de Navidad, encaran la tercera paternidad con los detalles para terminar la casa y mudarse. "Estamos viviendo un final de año bastante heavy, ¡si sobrevivimos a esto ya podemos hacer el pregón de la fiesta mayor!", exclama Gerard.
"Me quiero tanto o más que si le hubiera parido"
Vanessa Moyà de Arbeca vive con Veres Denis Razvan y hace de madre de Alicia de seis años, quien la define como la mejor madre del mundo
En el mundo de Alicia Petra, una niña de seis años, existen dos madres. En primer lugar, está la madre hada, aquella que vive en el cielo; después, la madre de ahí la tierra, la que vive en Arbeca con ella. La primera fue quien la engendró y la cuidó en los cuatro primeros años de vida, acabó separándose de la familia y, finalmente, murió de un cáncer fulminante. La segunda madre es Vanessa Moyà, una arbequina de 31 años que cuida a la niña desde entonces, como si fuera su propia hija. "Me quiero tanto o más que si le hubiera parido", asegura.
Vanessa Moyà era hace años una de las clientas de Veres Denis Razvan, el padre de Alícia, de oficio mecánico y propietario de un taller en Agramunt (Urgell). Él era quien le hacía siempre las revisiones del coche, hasta que un día fatídico (o muy idóneo), ella sufrió un aparatoso accidente de tráfico. No dolió, pero el vehículo quedó destrozado. La primera llamada fue en el 112. La segunda, en su mecánico. Y, a raíz de los trabajos de reparación, surgió el idilio.
Vanessa descubrió pronto que la relación con aquel mecánico tenía incorporada a una niña pequeña. No podía permitirse una aventura adolescente. "Yo le dije que, si realmente quería una pareja, debía tener en cuenta a mi hija –explica Denis– no podíamos jugar a los nenets". Vanessa Moyà asumió ese particular rol tan en serio que se puso Alicia en el bolsillo. "La mayor parte de las veces, cuando jugamos, nos unimos contra él", bromea.
Normalizar la situación
Denis apoyó a su expareja en las últimas semanas de vida. Fueron unos tiempos en los que Vanessa ayudó a la niña a entender la muerte de la madre biológica ya aceptar su presencia en casa sin que significara sustitución alguna. En abril del año pasado, mamá (de nombre Lavínia) se convirtió en hada y dejó un polvo mágico que ahora está instalado en el cementerio de Tornabous, donde acuden a menudo a visitarlo todos juntos. "Encontramos la manera de que la niña visualizara dónde estaba su madre y le pudiera hablar o hacerle dibujos", explica Denis.
Los vecinos interrogaban a menudo a la niña. ¿Quién era esa mujer que ahora la cuidaba? Vanessa asumió con estoicismo el precio de vivir en un pueblo y encajar los rumores. ¿Pero quién era ella? ¿La pareja de su padre? ¿Una nueva amiga de Alicia? ¿O su madrastra?
Por varias razones, acabaron cerrando el taller mecánico de Agramunt y trasladándose a Arbeca para iniciar una nueva vida en la casa solariega de Vanessa. Allí rumían, incluso, la posibilidad de aumentar la familia en un futuro próximo. Últimamente, Alicia le dice a Vanessa que es "la mejor madre del mundo". Del mundo que pisamos, por supuesto. "Sí que me lo dice -admite Moyà-, pero también es verdad que tengo muy normalizado que para ella yo soy, simplemente, Vanessa".
"Tenía claro que no me casaría pero que tendría hijos... y fue al revés"
Ester Enrich (38 años) y Guille de Santisteban no tienen hijos y no se consideran una pareja sin hijos, sino una pareja
Ester Enrich (38 años) y Guille de Santisteban (44 años) se casaron en el 2015, cuando ya llevaban cuatro años como pareja. Viven en Alcover (Alt Camp) pero se conocieron en Valls, trabajando como educadores sociales en el centro de menores El Guaret. A ambos les encantan los niños, pero eso sí: los de los demás.
Según explican, su trabajo ha influido mucho a la hora de tomar la decisión de no tener descendencia. "Nunca he querido tener hijos. He trabajado toda la vida con niños de todas las edades y ya he tenido bastante", explica Guille, que siempre lo ha tenido claro. Ester, en cambio, todo lo previsto había terminado cambiando: "Tenía claro que no me casaría pero tendría hijos, incluso pensaba en la parejita... y ha sido al revés", dice. A medida que fue creciendo, la idea de ser madre empezó a difuminarse y, seguramente también por la influencia del trabajo, las ganas de tener hijos fueron alejándose. "Ya no era un sí rotundo", recuerda. Cuando conoció a Guille hablaron del tema y, al final, él le dijo: "Si tú quieres tener hijos, los tendremos". Este compromiso de Guille fue un bálsamo para Ester y para la relación. "Ya iremos viendo", se dijeron.
La boda fue una fiesta de la que ambos guardan un buen recuerdo y un álbum de fotos que enseñan en las visitas. Lo que no esperaban es que después del casero se activaría la presión social. "Después de casarnos empezamos a oír comentarios. Que si «no sé quién quiere un primo» y cosas por el estilo, pero con buena intención", recuerda Ester. Aunque dentro de la familia también ha tenido que soportar comentarios más desagradables y presiones más intensas. "Llegó un punto que ya dudaba de si no quería ser madre para ir contra la presión o porque sencillamente no quería", explica Ester, que recurrió a su madre y le pidió consejo. La madre le dijo que la maternidad le había dado plenitud, pero que si no hubiera sido madre, habría logrado también esa plenitud de otra forma.
Condición de pareja
El consejo maternal dejó sin efecto las presiones sociales y familiares y ahora Ester y Guille no se consideran una pareja sin hijos, sino una pareja. Han tenido animales en casa pero no por humanizarlos y tratarlos como los hijos que no han querido tener, sino porque están comprometidos y, por desgracia, Catalunya está llena de animales abandonados. Su condición de pareja les permite "hacer muchas cosas" que no podrían hacer si tuvieran hijos, como viajar o tener tiempo para leer y escribir (Ester ahora es escritora) o hacer acuarios con las propias manos y transformar una balsa en una piscina (Guille hace años que es de todo).
"Siempre hemos vivido el matriarcado de una forma muy natural"
Adriana Akel adoptó a una niña y su hermana Carolina fue madre en solitario y viven juntas entre Lleida y Argentina
El hogar de las hermanas Akel Castro ha sido siempre un grupúsculo de amazonas, tan luchadoras como las de la mitología griega. Adriana (de 61 años) y Carolina (de 51) son originarias de la provincia argentina de Tucumán. Han sido madres solteras por convicción y han querido convivir y compartir sus proyectos de vida.
De jóvenes asumieron la separación de sus padres y la figura de su madre, Nacha Castro, se convirtió en su referente. Con el paso de los años, cuando Adriana tenía más de treinta, sintió la necesidad de ser madre, pero la ausencia de una pareja estable y unas condiciones fisiológicas poco favorables, la encaminaron a adoptar. "A mí no me importaba la edad ni el sexo que tuviera, solo deseaba ser madre", argumenta Adriana. Una joven conocida de la zona más rural del Tucumán estaba a punto de tener a su quinto hijo, pero sus posibilidades económicas eran tan limitadas que se lo dio en adopción. Es entonces cuando aquel niño, Ángeles, se convirtió en la primera hija de las hermanas Akel.
Con el tiempo, a Carolina se le despertó también el instinto maternal. De formación arquitecta, y con idas y venidas de Argentina a Cataluña, ha estado siempre vinculada al sector de la construcción. Decidió quedarse embarazada de una relación esporádica justo en el 2012, en plena crisis del ladrillo. Cuando agotó la baja de maternidad, la empresa le rescindió el contrato y se quedó en paro.
No se han sentido solas
Las dos hermanas Akel, junto a la abuela Nacha, una niña adolescente y un recién nacido (Julieta) emigraron temporalmente a Argentina para volver nuevamente juntas a Alcoletge (Lleida) siete años después. Llegó la cóvida y Nacha (el gran referente matriarcal) murió. Una desaparición que dejó un vacío muy difícil de llenar, pero que no supuso impedimento alguno para continuar juntas.
Las hermanas Akel aseguran no haberse oído nunca solas como madres. Las decisiones del hogar y de la educación de sus dos hijas se toman conjuntamente. "Nuestra madre era muy fuerte y siempre hemos vivido el matriarcado de una forma muy natural", explica Carolina, quien asegura haber tenido siempre las cosas muy claras en el proceso de transición de su hija.
Ángeles (que ahora tiene 25 años) y Julieta (13) otorgan a sus respectivas madres una autoridad casi compartida. "Ambas siempre se han complementado", explica Ángeles. ", confiesa riendo su prima. Las cuatro tienen los mismos apellidos y, a pesar de que las hijas se emanciparán en cualquier momento, las dos madres solteras y hermanas tienen la firme intención de seguir juntas.
"Nuestra hija será quien decidirá su creencia religiosa"
Driss, que emigró de Marruecos a los 10 años, se casó con Montse, de Barcelona, y tienen una hija de 4 años
Driss, que tiene 45 años, ya había decidido que se marchaba de Barcelona para ir a vivir a donde le llevara el trabajo, cuando empezó a salir con la que ahora es su mujer, Montse. Nacido en Marruecos, emigró a los diez años y llegó a la ciudad cuando tenía sólo quince años después de pasar por un internado en Francia porque su madre, que con su padre sobrevivían de un restaurante marroquí en el barrio chino que habían abierto en la década de los ochenta, no quería que se criara en ese entorno poco seguro ni en una casa donde ella era víctima de violencia doméstica.
Driss y Montse, que es barcelonesa, se conocieron estudiando un máster en IESE un año antes de empezar a salir. Pese a la diferencia de culturas, él es de religión musulmana y ella católica, encajaron perfectamente. Antes de tener un hijo, este fue el único tema que pusieron sobre la mesa. "Decidimos ser pragmáticos y que nuestra hija (que ahora tiene cuatro años) fuese quien decidiera cuando fuera mayor su creencia", detalla Driss. Por no influirla, por ejemplo, en casa del matrimonio nunca se hacen muestras ni liturgias religiosas. Ahora bien, lo que sí empieza a conocer a la pequeña son las tradiciones de ambos lados porque "son cultura". "Ella sabe quiénes son los Reyes y también viajaremos a Marruecos para que conozca a la familia y conocerá al Ramadán", relata. Por lo que respecta a la comida, en casa no se compra cerdo. "Yo no como, pero nunca lo he pedido, lo decidió Montse y su familia como respeto a mi cultura. Ahora bien, cuando vamos a comer fuera, si Montse o nuestra hija quieren jamón comen sin ningún problema". A la hora de criar a su hija Driss y Montse siguen una educación "universal". De hecho, la madre de Driss, a pesar de vivir en un entorno complicado, le educó siempre con una visión feminista.
Lo más difícil, hacer amigos
La llegada de Driss a Barcelona, hace treinta años, no fue fácil. "Lo difícil fue hacer amigos, tengo 45 años y solo tengo un amigo catalán" –resume–. "Me cuesta sentirme catalán aunque hablo perfectamente el idioma, conozco la cultura y pago mis impuestos aquí. Es una sociedad muy sufridora y creo que no es necesario sufrir tanto", añade. Seguramente su propia experiencia le ha llevado a esta conclusión. Cuando llegó a Barcelona empezó a estudiar 2º de BUP. Hablaba un poco de español y nada de catalán. "Soy el claro ejemplo de que la inmersión lingüística funciona", explica. Por la complicada situación que vivía en casa acabó durante seis meses pasando las tardes en el Casal dels Infants del Raval. "Allí descubrí por primera vez que podía amar y ser querido", recuerda. En tercero de BUP, sin embargo, dejó los estudios y se puso a trabajar: primero cargando camiones en la Boqueria y, después, de camarero. "Fui consciente de que si me quedaba como estaba no tendría más salida", relata.
Manteniendo el trabajo, pues, decidió estudiar el actual bachillerato nocturno. "Me presenté a la selectividad por la insistencia de un profesor". La superó y empezó a estudiar ADE y, con alguna interrupción de por medio por las dificultades de compaginar trabajo y estudios, logró terminar la carrera para, después, estudiar dos másteres. Actualmente trabaja de director financiero en una tecnológica. "Haber vivido aquí me ha dado ese carácter trabajador", reconoce. Pero a tener sueños le ha enseñado Montse a partir de un día que le preguntó: "¿Por qué nunca hablas de tus sueños?".
"Te sientes como una pionera"
Carla Martínez y Carla Montaner son pareja desde hace 13 años y tienen un hijo, Kay, de 5 años
Ambas se llaman Carla, llevan trece años juntas y tuvieron a su hijo Kay hace cinco años. Carla Montaner (35) es maestra y Carla Martínez (37) trabaja en una empresa de logística. Pero ser una pareja lesbiana comporta vivir cosas que no debe vivir una familia tradicional cis heterosexual.
Su familia ha sido sobre todo rechazada o cuestionada dentro del ámbito laboral. A Carla Montaner la echaron de la escuela donde llevaba once años trabajando. El centro, que se encuentra en el Eixample de Barcelona, sufrió un cambio de titularidad ya partir de aquí a Carla le quitaron horas de clase y dejó de ser coordinadora y tutora de los niños. Por último, le hicieron un despido disciplinario: "Me dijeron que era una gran profesional, pero que la escuela era muy tradicional y yo no lo era en ningún sentido". Ella llevó el caso a juicio y actualmente trabaja como interina en escuelas públicas. En los últimos años ha estado en más de doce centros diferentes, pero ahora tiene libertad para decir que tiene mujer: "Antes no decía nada en la escuela, siempre hablaba de mi pareja. He vuelto a confiar en mí". Carla Martínez también cambió de trabajo cuando le obligaron a firmar una baja de paternidad. A la empresa incluso la felicitaban al día del padre: "Mi mujer se marchó porque nos estaba afectando a nivel familiar", explica Montaner.
Kay nació en el 2019 por fecundación in vitro a través del método ROPA que permite compartir la maternidad entre dos mujeres. Una vez nacido, inscribir al bebé en el registro civil fue complicado: "En ese momento sólo daba la opción de padre y madre, no de madre gestante y pareja no gestante". Pusieron una instancia y les cambiaron los documentos: "Te sientes como una pionera".
Ninguna diferencia
Y decidieron llevarlo a una escuela concertada del Eixample. Sobre el porqué de esta decisión, aunque ambas son agnósticas, explican: "No queríamos introducirle en una religión que a nosotros nos ha rechazado, pero debemos darle la posibilidad de conocer este entorno". En cuanto a sus familias, la de Carla lo aceptó plenamente: "Lo sabían ellos antes que yo", explica riendo. Pero por parte de su mujer la cosa fue distinta: estuvo unos años sin hablar con su madre, y ha estado con el tiempo que ha acabado aceptando.
El camino hacia la aceptación ha avanzado mucho, también con sus familiares, pero todavía hay trabajo por hacer. De momento, Carla y Carla intentan dejarle muy claro a su hijo que son una familia como cualquier otra: "Él no ve ninguna diferencia. Le pedimos «tu familia es igual que la de tu amiga del escuela?» Y siempre dice que sí".