El convento de Santa Anna y las Artes

En el tráfico del Campo marítimo en el montañoso, la C-14 es la frontera. El punto exacto donde pasamos de un paisaje a otro es probablemente cuando la carretera reduce de cuatro a dos carriles a la altura de Alcover.

Aunque la atención a menudo se nos fija en el radar que hay en este tramo, la vista –para muchos– se deja cautivar por lo conocido skyline de esta villa del Alt Camp: el campanario inacabado, las casas que nos son familiares y el gran conjunto del convento de Santa Anna, ahora conocido como Convent de les Arts.

Cargando
No hay anuncios

Este imponente edificio de piedra, que tantos andorranos, aragoneses y camptarraconenses hemos visto restaurar de camino hacia la costa, fue levantado por nuestros antepasados a lo largo de más de cuatro siglos. El inicio de su construcción se remonta a 1582, cuando los franciscanos observantes se establecieron allí, en el lugar donde había una antigua capilla dedicada a Santa Ana.

Durante el siglo XVII, el convento adoptó la fisonomía que todavía conserva: un complejo barroco formado por todos los espacios propios de una comunidad religiosa –iglesia, claustro, refectorio, dormitorios, talleres...– y una biblioteca de gran relevancia por su dimensión y fondo.

Cargando
No hay anuncios

Como ocurrió en otros cenobios del Camp, el siglo XIX supuso un duro golpe para su patrimonio, especialmente con las desamortizaciones, y la de Mendizábal fue la más devastadora. Después, el convento vivió múltiples vidas: hospital de pobres, vivienda, escuela, fábrica de tejidos e incluso cuartel de la Guardia Civil hasta 1973. Un recorrido similar al de otras edificaciones emblemáticas del territorio.

Después de un largo período de abandono entre finales del siglo XX e inicios del XXI, el edificio recuperó el aliento gracias a un Plan Director redactado en 2008. A partir de 2014, el convento cambió de advocación para convertirse en el Convento de las Artes, un espacio cultural con programa estable creaciones.

Cargando
No hay anuncios

A pesar de la renovación, el conjunto conserva numerosos elementos originales: decoración escultórica en algunas fachadas, retablos pintados en capillas reconvertidas en auditorio, el pozo del claustro... Una nueva vida para esa silueta fantasmal que veíamos desde la carretera. Ahora, ese faro de piedra vuelve a brillar, no sólo como recuerdo espiritual del pasado, sino como centro cultural del presente.