Vinos de raíces y alas

Las comarcas de Tarragona no son sólo despensa del país, sino también y especialmente el mosaico de viñedos más complejo, diverso y rico de toda Cataluña que nos salvaguarda el paisaje y nos lo hace resiliente. Quizás por eso, desde sus inicios, este suplemento se ha alimentado de historias vitivinícolas con raíces y alas que nos han recordado mensualmente que el vino es una consecuencia deliciosa de la domesticación humana de la vid y, intrínsecamente, la voluntad de hacer pervivir una cultura.

Hemos narrado las vivencias de personas agarradas a la tierra, de bodegas que tratan de respetar e innovar; hemos explicado que estamos ante la generación de enólogos mejor preparada de la historia y en eso tienen algo que ver la Facultad de Enología de la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona o la Escuela de Enología Jaume Ciurana de Falset. También de los retos y oportunidades del sector, hoy más ligadas que nunca a la volatilidad climática ya los cambios de hábito en el consumo. Con sequías y altas temperaturas se matizará seguro el perfil de vino que estamos acostumbrados a beber, como van mutando las comunidades vegetales de algunas regiones vitivinícolas que pasan mucha sed y tienen fuego en el suelo; las laderas telúricas de la DOC Priorat, por ejemplo. Nuestro paladar pide vinos más ágiles y frescos, más blancos, rosados ​​y burbujas; y los tintos, que seguirán siendo altavoz del valioso patrimonio de viñedos viejos, revisarán su cuerpo para recuperar atractivo y deseo.

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A lo largo de los años hemos hablado de muchas ciencias que van ligadas a la enología: desde las bellas artes y la filosofía a la biología, la geografía o la geología... El vino tiene la virtud de enlazar muchos ecosistemas de pensamiento, porque es una extensión de la vida. Las botellas se han llenado de calidad, dignidad y valor, pero aún deben crecer mucho más estos parámetros. Los vinos están hoy más empapados de convicciones y razones. De la voluntad de dar vida a los suelos, de intervenir poco en bodega, de usar menos sulfitos y de diversificar depósitos para madurar y hacer crianzas. Bebemos vinos con mayor pureza e identidad, con mayor carácter y personalidad. Vinos ágiles en la copa; el vino que es la más civilizada e intelectual de las bebidas, que no quiere que el ser humano lo abandone porque, juntos, encienden la mesa.

Se bebe menos pero mejor. Lo hemos contado. Como también hemos narrado cómo los sumilleres enseñan humildemente a viajar a un lugar muy concreto ya una añada muy determinada cada vez que sirven una botella. Nos invitan a no tenerle miedo, al vino, a tenerle todas las ganas. A beber conscientemente y sin complejos. Desde estas páginas hemos animado a los jóvenes a atreverse, porque de ellos depende romper la estadística a la baja en el consumo. Es una bebida mediterránea y contemporánea, con elaboraciones cada vez más naturalmente auténticas y diseños creativos. Y sí, se puede beber vino bueno con lata. Lo hemos argumentado. En una calçotada, en la playa o después de haber hecho una cima. Si empiezan por ahí, tendremos una parte del problema resuelta. Pero también podemos intentar recuperar el porrón de abuelos y padrinos en la mesa. Porque no sólo bebemos un líquido, sino también su memoria.