Estilos

Pocas playas para demasiados perros

La falta de espacio es una de las quejas más habituales entre los usuarios. Cada ayuntamiento, con sus propias ordenanzas, regula el acceso

Bàrbara Julbe
y Bàrbara Julbe

GIRONALima, una mezcla de podenco y pinscher, de tres años, se sienta en la arena mirando el mar de Castelló d'Empúries. ¿Qué debe pensar este breve instante que ha parado de jugar y correr? Su responsable, Nicky, se acerca y lo acaricia. Las dos vienen a menudo aquí porque, al vivir en Roses, les queda cerca. Estos 400 metros de Rubina son, de hecho, uno de los pocos espacios del litoral catalán donde se permite el baño con perros. Y, además, todo el año y sin restricciones, lo cual no pasa en el resto de playas que aceptan perros. Cada una está regida por su propia normativa en función de las ordenanzas municipales. 

“Si Lima tiene calor y yo no he traído sombrilla, se pone debajo de la sombrilla de otro y no pasa nada”, asegura esta joven en medio de otros perros y bañistas. La playa está llena. La convivencia, sin embargo, suele ser respetuosa y los mismos responsables se autorregulan para mantener los espacios limpios. “La gente recoge los excrementos enseguida. Además, hay que tener presente que los perros no harán caca ni pipí en el agua. No son como nosotros...”, dice Àngela Coll, portavoz de la plataforma ciudadana Espai Gos de Barcelona. A la mayoría de los usuarios les gustaría tener playas más grandes. “En Barcelona, un 25% de la población convive con un perro y en la playa tiene solo 1.200 metros. Es decir, un 0,06 del litoral barcelonés para el 25% de la población: la descompensación es brutal y el aforo es justito”, lamenta Coll, que añade que “parece un área cerrada de recreo con agua y arena”. 

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Multas altas

En todo el litoral barcelonés, se contabilizan una decena de playas de acceso abierto para perros. Además de la de Llevant (en Barcelona), los animales pueden ir, por ejemplo, a la de Ponent (situada en Mataró y una de las últimas en añadirse al club) o Cala Vallcarca (Sitges). En la Costa Brava, aparte de la Rubina -que fue una de las primeras del litoral español en aceptar perros-, también está la de Sant Jordi (Llançà) o la de Les Barques (Colera). A la demarcación de Tarragona, la de la Bassa de l'Arena (Deltebre), la Platjola (Alcanar) y la Punta del Riu (Mont-roig del Camp), son algunas más. En total, desde Cap de Creus hasta el delta del Ebro hay actualmente una veintena. 

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Por norma general, los perros tienen prohibido el acceso a las playas, excepto los perros guía, de salvamento o asistencia, así como otros de autorizados de detección de sustancias diversas, que pueden acceder independientemente de cualquier ordenanza municipal. La ley de costas, que regula la protección, conservación y utilización del litoral, no dice nada sobre la prohibición específica del acceso de los perros a la playa, pero tampoco que lo autorice expresamente. Así, cada ayuntamiento puede estipular, a partir de sus ordenanzas, si autoriza el baño a los perros y en qué calendario. Algunas disposiciones municipales son tolerantes, otras permiten el acceso con algunas restricciones sobre todo en los meses de verano y, finalmente, las hay que no permiten perros en ningún caso. Si los usuarios no aplican las normas, basadas en mantener las condiciones de limpieza y salubridad de las zonas de baño y convivencia, pueden acabar con multa. Acudir a una playa que no permite perros puede comportar sanciones que van desde 80 hasta 1.500 euros, en casos de reincidencia en algunos consistorios, siempre en función de la ordenanza de cada municipio. En la mayoría, además, hay que llevar a los animales atados. El periodo de restricciones suele iniciarse a principios de junio, coincidiendo con el arranque de la temporada de baño -a pesar de que algunos ayuntamientos ya las empiezan antes (mayo o, incluso, abril)- y se acaba entre septiembre y octubre. En Viladecans se pusieron un total de 25 sanciones el año pasado, algunas de ellas por acceder con perros a las playas vírgenes de Cal Francès o del Remolar en el periodo en el que quedan temporalmente cerradas por el proceso de nidificación del chorlitejo patinegro en la arena. En la de la Rubina, a la estar ubicada dentro del Parque Natural de los Humedales de l'Empordà, además de la regulación, procuran hacer pedagogía. “Puede haber alguno que se escapa hacia las dunas, pero habitualmente se cumple la normativa”, asegura Esther Bussó, auxiliar técnica de medio ambiente del consistorio. 

La familia completa

Para informar de los usos, la señalización es clave. En la playa de Riumar, en el delta del Ebro, en una extensión de unos 490 metros, el Ayuntamiento ha delimitado el espacio destinado a perros con boyas em el mar y carteles indicativos en la arena y en los accesos. En el caso de la Rec del Molí, en L'Escala, una valla de madera separa la playa donde van los bañistas con perros de los que van sin. “Habilitamos este tramo por la gran demanda que había. Queríamos dar una alternativa a aquellos que paseaban el perro en nuestras playas y la policía les tenía que avisar que no podían hacerlo”, asegura Robert Figueras, regidor de Servicios. Otros municipios como Platja d'Aro, a pesar de tener peticiones en este sentido, han preferido desestimarlas. El motivo: tener la playa y el mar en buen estado. “Trabajamos por un modelo y unos estándares de calidad, tanto de sanidad como de higiene. El sello de calidad de la bandera azul, que nos han otorgado, no permite perros en estos espacios. Si no, los avaladores de esta acreditación nos la quitarían y perderíamos este distintivo que tiene un valor para nuestros mercados. Por el contrario, ofrecemos espacios de socialización para perros en Castell d'Aro y Platja d'Aro, y construiremos uno nuevo en S'Agaró este invierno”, destaca el alcalde, Maurici Jiménez. 

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La doctora en antrozoología Paula Calvo argumenta en cambio que “el perro es un miembro más de la familia y llevarlo a la playa permite disfrutar al máximo de tener una familia multiespecie. Ahora bien, teniendo en cuenta el censo de animales, el espacio en las playas actualmente es ridículo”. “Los animales, además, están limpios y bien cuidados. Hay gente con menos higiene que los perros y playas con suciedad que no proviene precisamente de los cánidos, como pitillos, latas o plásticos. No aceptar perros por la calidad del agua es una excusa para justificar que no se quieren perros. Varios estudios demuestran que la presencia de perros en el entorno hace que la gente sea más cívica y prosocial”, advierte esta etóloga. En la playa de Llevant de Barcelona, concretamente, para velar que no se produzcan actitudes incívicas, cuentan con unos informadores ambientales. “Informan y hacen controlan el chip a los animales como requisito para poder acceder”, explica Anna Ortonoves, jefe del departamento de protección de animales del Ayuntamiento. El aforo máximo en esta playa, abierta para estos usos desde 2016, es de 141 personas o 60 perros en cumplimiento de las medidas sanitarias actuales, un aforo que se ha visto reducido por la pandemia. El año 2020 disfrutaron de este espacio 11.644 perros, un 76% provenientes de la ciudad de Barcelona y otros municipios. “Las personas que tienen ganas de disfrutar de un baño en verano con su perro en Barcelona hacen un uso muy responsable del espacio”, asegura Ortonoves.

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Pero, ¿quién disfruta realmente de esta actividad? “Si pensamos que los animales se distraerán igual que nosotros es un error. La presencia humana masiva dificulta que el perro pueda estar tranquilo. La playa coge un perfil similar a la de un pipicán con los riesgos que esto implica, como por ejemplo sobreproducción de estímulos, malas comunicaciones y comportamientos reactivos”, advierte Jordi Herrera, de Tartaruga Educación Canina. “Otra cosa es llevarlo a la playa cuando no haga calor y pueda interactuar con el espacio inspeccionándolo según sus capacidades y necesidades. Así sí que será realmente una experiencia provechosa y podrá disfrutarla plenamente”, subraya este educador canino. 

Cebos, pitillos, arena y calor: los peligros

Ir a la playa con el perro podría no ser tan saludable como parece. El espacio está expuesto a unos cuántos peligros. Según los veterinarios, los cebos con anzuelos abandonados en la arena son un problema. También el hecho de tragarse arena o agua salada. Además, se pueden quemar con colillas de cigarrillo mal apagadas, cortar con trozos de vidrio o restos de latas y sufrir golpes de calor. “Es imprescindible llevar parasol, agua fresca y limpia en un bol para que puedan beber y ponerles crema solar en las puntas de las orejas, el hocico o en las zonas con poco pelo. Y abstenerse de ir las horas punta de más sol, por supuesto”, destaca la veterinaria Sònia Fernández.