Año Sabater Pino

El naturalista que revolucionó el estudio del pasado humano

Jordi Sabater Pi propuso que los antepasados más antiguos de los humanos modernos ya usaban herramientas

Fuera de sus contribuciones en los campos de la primatología, etología, zoología y etnología, Jordi Sabater Pi desempeñó un papel capital en el terreno de la arqueología y la evolución humana. Una faceta, muchas veces olvidada, que hoy hay que reivindicar.

A pesar de que Charles Darwin trató al Homo sapiens como una especie más en el seno de las criaturas vivas y extintas (El origen del ser humano, 1871), el establishment antropocéntrico novecentista continuó considerando al humano como una figura superior: la especie escogida. Había que alejarse de la esfera animal y triunfó una vieja idea que todavía se nos escapa en el texto de libros y museos de reciente factura: la separación entre humanos y animales radicaba en la capacidad de fabricar herramientas. Así, cuando en África se excavaron los restos de un homínido fósil, asociado a la presencia de artefactos de piedra muy antiguos, se clasificó como Homohabilis (1964). La primera cultura material solo podía corresponderse con un "humano habilidoso".

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El mito del Homo faber

En el año 1968, y en paralelo a los trabajos de Jane Goodall en Gombe, las observaciones de Sabater en Guinea Ecuatorial sobre la fabricación de instrumentos entre los chimpancés harían tambalear el mito del Homo faber, pero también la definición que los arqueólogos habían establecido sobre el concepto de herramienta: un objeto modificado –normalmente lítico– por la mano humana. El naturalista autodidacto había reunido un gran abanico de datos sobre la conducta instrumental chimpancé; resultaba evidente que el uso de herramientas no era exclusivo del ser humano y que estas no siempre tenían que ser modificadas. Por ejemplo, un pedrusco empleado como martillo para romper frutos de caparazón duro también es un utensilio. Además, la materia prima de las herramientas de los homínidos habría sido muy diversa, no únicamente de piedra. La mayor parte de la amplia caja de herramientas del chimpancé no es lítica, sino que se corresponde a productos de origen vegetal, igual que sucede dentro de las etnias cazadoras-recolectoras actuales. Y más allá de la obtención y procesamiento del alimento –aspecto que había monopolizado la atención de los prehistoriadores–, la finalidad del uso de la herramienta en los primates humanos y no humanos estaba claro que era muy variada: limpieza corporal, protección (¡los chimpancés usan parasol y paraguas!), reclamo sexual, juego, etc.

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Gracias a Sabater, el chimpancé y otros animales, sin ser nunca un espejo exacto, se convertían en un modelo muy interesante para intentar reconstruir algunos de los vacíos en el registro fósil de la humanidad, así como para rectificar y erradicar tópicos enquistados. Sus valientes reflexiones hicieron que nos lanzáramos en busca de conjuntos materiales arqueológicos precedentes al olduvayense, una crono cultura que se había atribuido al ya mencionado Homo habilis. Ahora bien, y como suele pasar con todo díscolo científico avanzado a su época, no se hizo esperar la oposición de un importante sector de la academia. Proliferaron opiniones del tipo "una flor no hace verano" o que la fabricación de herramientas vegetales por parte de primates no humanos no era comparable en nada a las industrias líticas de la prehistoria. Los más críticos decían que los instrumentos usados y fabricados por los simios eran simples objetos naturales, pero Sabater demostró que, como en el caso humano, respondían a una conceptualización mental previa. Había abierto la caja de Pandora y, con su propuesta de las áreas culturales del chimpancé, enseñó a los arqueólogos, paleontólogos y antropólogos que los comportamientos instrumentales de este simio no eran actos instintivos, sino que reunían los mismos criterios y requisitos que exigimos a una conducta humana para ser considerada como cultural: invención, diseminación, transmisión y perdurabilidad entre las generaciones posteriores. En definitiva, un hipotético bastón vegetal fabricado por un homínido fósil equivaldría a un vestigio cultural que no se diferenciaría en nada de un hacha de piedra prehistórica.

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Las herramientas y campamentos más antiguos

Ciertamente, la materia orgánica es difícil que se conserve o deje su huella en el yacimiento arqueológico y paleontológico. Ahora bien, a pesar de que contamos con unos pocos hallazgos excepcionales, como las maderas carbonizadas del Abric Romaní en Capellades, no siempre hay que reducir el objeto de estudio a la evidencia física: de hecho, la perseverancia de Sabater nos hizo bajar de este pedestal ficticio y admitir que, antes del Homo habilis, seres bípedos que vivían en ambientes forestales como por ejemplo Ardi (Ardipithecus ramidus) o el Niño de Taung (Australophitecus africanus), ante unos condicionantes ecológicos similares a los del chimpancé actual, probablemente desarrollaron culturas de herramientas vegetales... y de hueso y piedra. Cada vez encontramos más evidencias de uso de artefactos líticos previos al género Homo. Es el caso del Australopithecus garhi, con 2,5 millones de años de antigüedad.

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Sabater fue una figura clave en el derrumbamiento del mito del Homofaber y, en la misma línea, sus investigaciones sobre la conducta de nidificación de los gorilas y chimpancés en su hábitat natural nos condujeron a replantear cómo podrían haber sido los primeros campamentos de nuestros ancestros fósiles. Los grandes simios fabrican camas para pasar la noche; bonobos, chimpancés y orangutanes lo hacen arriba de los árboles. Con el hallazgo, en los 70, de australopitecos similares a Lucy se sugirió que dormían en la sabana, al raso. Pero, considerando la pequeña talla de estos seres de aspecto simiesco, que hoy sabemos que vivieron en bosques, y la presencia de rasgos arborícolas en su anatomía (pies con dedos gordos prensiles, falanges largas y curvadas, etc.), Sabater estableció una nueva hipótesis: los primeros homínidos, anteriores al Homoergaster de hace 1,8 millones de años, muy probablemente nidificaron en los árboles para protegerse de los depredadores.

Sin duda, la arqueología y la evolución humana le deben mucho a este naturalista entusiasta; un faro que nos sigue guiando por el laberinto de nuestras raíces culturales.

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Jordi Serrallonga es profesor de antropología y evolución humana en la UOC - Museo de Ciencias Naturales de Barcelona