Salud

¿Por qué los murciélagos (casi) no tienen cáncer?

Un triple mecanismo de seguridad hace que estos animales disfruten de una protección única

26/10/2025

Todos los organismos que están hechos de más de una célula, como las plantas y los animales, tienen un reto importante a resolver: cómo hacer que sus células actúen siempre coordinadamente y priorizando el bien común. En biología la anarquía es peligrosa, como demuestra una de las enfermedades que mayor impacto social tiene todavía hoy en día: el cáncer. La enfermedad comienza precisamente cuando el daño acumulado que ha ido recibiendo una célula le obliga a comportarse de forma egoísta y desorganizada. No es de extrañar, pues, que la evolución haya encontrado varias maneras de mantener esta amenaza bajo control para evitar que los organismos mueran víctimas de un cáncer antes de que tengan la oportunidad de reproducirse y asegurar la supervivencia de sus crías.

Estos sistemas de protección que tenemos todos los animales siguen dos principios comunes: intentar reparar el daño de las células que están en peligro de malignizarse o, si no es posible, sacarlas de en medio. Ahora bien, esto se puede conseguir de diversas formas y con diferentes grados de eficacia. Las especies que tienen una mayor esperanza de vida media suelen ser las que mejor se salen a la hora de cortar de pura cepa el progreso del cáncer: ya se cuidarán lo suficiente, porque el peligro de desarrollar uno aumenta progresivamente con los años. Los humanos somos afortunados en este sentido, porque durante más de seis décadas estamos bastante bien protegidos contra la enfermedad. Pero los hay que lo han resuelto mejor, como los elefantes o las ballenas, que, pese a estar hechos de muchas más células que nosotros, son bastante "inmunes" a los tumores.

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Los trucos de algunos animales

En los últimos años hemos descubierto que estos animales utilizan trucos distintos. Los elefantes, por ejemplo, tienen copias adicionales de un gen llamado p53, que es el "policía" celular más eficaz de todos. Con esta carga extra de p53, menos células peligrosas escapan a la vigilancia. Las ballenas, por el contrario, han desarrollado mecanismos de control y reparación del daño más efectivos. De una u otra forma, el resultado es el mismo: una reducción en el número de células descontroladas que pueden convertirse en cancerosas.

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Un estudio del equipo de la doctora Vera Gorbunova, de la Universidad de Rochester, en Estados Unidos, publicado en Nature Communications, ha propiciado que los murciélagos deban añadirse a la lista de los seres que han desarrollado maneras especialmente efectivas de detener el cáncer. Algunas especies de estos mamíferos voladores pueden llegar a cumplir más de cuarenta años, una cifra desproporcionadamente alta por un animal tan pequeño que, si fuera como sus parientes cercanos, debería vivir diez veces menos. Esto hizo pensar a los investigadores que disponían de un buen mecanismo para detener tumores.

Analizándoles el genoma, descubrieron un sistema con tres frentes separados. Por un lado, como los elefantes, los murciélagos tienen más p53 de lo habitual. Pero, para compensar, también fabrican más cantidad de una enzima llamada telomerasa, que permite que las células sobrevivan y sigan proliferando. Este calculado equilibrio de fuerzas opuestas hace que se eliminen las células más peligrosas con menores efectos colaterales. La tercera pata es un sistema inmune más efectivo a la hora de atacar a las células malas sin crear inflamación ni otros efectos indeseables.

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Estos estudios que revelan las estrategias que han desarrollado ciertos animales para prevenir el cáncer, tienen importancia más allá de la simple curiosidad. Por un lado, demuestran que existen formas más efectivas que la nuestra para evitar la proliferación descontrolada de células dañadas. Por otra parte, nos dan pistas de posibles nuevas estrategias terapéuticas.

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Nuevas estrategias terapéuticas

Durante las primeras décadas de la lucha contra el cáncer, se descubrieron una serie de compuestos que mataban eficazmente a las células malignas, pero que también afectaban considerablemente a las normales. A partir de principios de este siglo, aparecieron los tratamientos dirigidos, que atacaban dianas exclusivas de las células problemáticas y, por tanto, eran más efectivos y selectivos. Luego vinieron los fármacos que no van directamente contra las células en cuestión, sino que buscan cambiar el entorno en el que crecen para ponerles más difícil la supervivencia. Puede que el próximo paso fuera centrarnos en un estadio anterior, el momento en que una célula empieza a acumular demasiado daño para seguir funcionando correctamente.

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Si encontramos estrategias que, siguiendo lo que aprendemos de estos organismos resistentes al cáncer, nos permitan repararlas o destruirlas más eficazmente, el potencial curativo sería enorme, porque cuanto antes actuamos sobre el cáncer, más probabilidades tenemos de sobrevivir. Quizás en el futuro nos tomaremos regularmente píldoras para reforzar las defensas contra las células malignas (ya se están estudiando fármacos para producir más p53, por ejemplo) y podremos cortar el problema de pura cepa. De momento, esto es todavía ciencia ficción, pero el hecho de que, gracias a los estudios en estos animales especiales, nos lo estemos planteando, ya es un avance.