EVOLUCIÓN HUMANA

Neandertales, un universo paralelo de humanidad

Los descubrimientos de los últimos años acercan cada vez más esta otra especie de hominino a la nuestra

TONI POU / BARCELONA
y TONI POU / BARCELONA

Identificar al primer individuo de una especie es una quimera. La pregunta es muy típica de los humanos actuales, que nos sentimos cómodos cuando parcelamos y delimitamos la realidad. La evolución de las especies, sin embargo, es un proceso de cambios mínimos a lo largo del tiempo que hace imposible señalar al primer ejemplar de cualquier especie. Lo mismo pasa con el último, salvo que la especie se extinga. En este caso hay, seguro, un último individuo. Esto pasó con los neandertales, con quienes los humanos modernos convivimos en Europa hace decenas de miles de años. El primer encuentro debería de ser como una alucinación. Los humanos modernos venían de África y eran negros. Los neandertales, adaptados a un clima más frío, eran blancos y con los ojos claros. Las facciones y los hábitos culturales de los dos eran diferentes, pero no lo suficiente para considerar que los otros no eran personas. En aquellos primeros tiempos, quizás intentaron comunicarse con un tono amistoso o quizás lucharon con todas sus fuerzas. Algo es seguro: copularon.

La arqueología ha cambiado mucho desde medios del siglo XIX, cuando un cráneo encontrado en el valle de Neander, en Alemania, se identificó como el primero de otra especie humana. Lo que hace cien años tenía que llenar la imaginación, ahora lo llenan los escáner láser, los microscopios, los análisis químicos y, sobre todo, los análisis genéticos y proteómicas. Aún así, todavía hay espacio para la imaginación. Hoy sabemos que los neandertales podían hablar, pero no sabemos si recitaban poemas. Cuidaban de los enfermos y de los muertos, pero no sabemos si se abrazaban y lloraban en un entierro. Pintaban objetos y, probablemente, las paredes de las cuevas, pero no sabemos con qué intención. Ahora bien, cuanta más tecnología, conocimiento e imaginación usamos para acercarnos, más se nos acercan ellos a nosotros.

No sabemos, sin embargo, si el último neandertal, arrinconado en Gibraltar, entre otras cosas por la presión de una población de humanos modernos creciente, sintió algún tipo de angustia o melancolía antes de morir. Nosotros lo tendríamos que sentir. Esto ya es poesía, pero ¿y si nuestra herencia genética, un mosaico procedente otros homininos, conservara un punto de nostalgia de la época en la que no éramos los únicos humanos del planeta? Una nostalgia que, sea poética o no, la modernidad ha hecho añicos. La genética, eso sí, es terca. Como nos cruzamos, tenemos fragmentos de ADN de los neandertales en cada célula. Por lo tanto, podemos decir con toda seguridad -y literalidad- que llevamos los neandertales en el corazón.

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UNA RECETA PREHISTÓRICA

Cueva del Sidrón (Asturias), hace 49.000 años

2017. El análisis de una mandíbula neandertal de hace 49.000 años revela varias cosas interesantes. La primera es un agujero que hace pensar que el individuo sufría una infección que le había mordisqueado el hueso. La presencia de una bacteria en la placa dental lo confirma en el análisis de ADN posterior. Un análisis gracias al que se descubre que masticaba corteza de álamo, rica en ácido salicílico, el principio que hace que la aspirina calme el dolor. Pero esto no es todo: también había restos de una seta del género Penicillium que tiene propiedades antibióticas. El hallazgo indica que los neandertales tenían un conocimiento de su entorno que les permitía aprovechar las propiedades medicinales de algunas plantas y setas. También podría ser, sin embargo, que estos restos hubieran llegado a la placa del neandertal porque se había comido estómagos de animales herbívoros que, previamente, habían ingerido estos alimentos. Ahora bien, hay que tener en cuenta que, con análisis parecidos, se sabe que los neandertales que vivieron en la cueva asturiana seguían una dieta vegetariana, mientras que otros grupos del norte de Europa eran más carnívoros. Además, curiosamente, la corteza de álamo analgésica y la seta antibiótica solo se encontraron en el individuo que tenía una infección en la boca.

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ARTISTAS CAVERNARIOS

Cova de Ardales (Málaga), hace 65.000 años

2018. Se publica en la portada de la revista Science un trabajo que analiza una serie de pinturas encontradas en cuevas españolas: una forma de escalera en la cueva de la Pasiega (Cantabria), una mano en negativo en Maltravieso (Cáceres) y pigmentos rojos en las estalagmitas de Ardales (Málaga). Según los autores, las marcas no pueden ser de origen natural. Como, además, están datadas de hace 65.000 años, un momento en que en la Península no se sabe que hubiera humanos modernos, concluyen que las hicieron neandertales. Muchos investigadores ponen en entredicho este resultado, sobre todo porque no se fían de cómo se ha hecho la datación. Un nuevo estudio publicado en verano de 2021 concluye que los restos de pigmentos rojos que hay en las estalagmitas de la cueva de Ardales las habían colocado neandertales deliberadamente, en una manifestación de algún tipo de simbolismo. Esto demostraría que los neandertales tenían una capacidad de apreciación estética y una cognición compleja capaz de expresar algún tipo de pensamiento simbólico. En cualquier caso, hay científicos que dicen que estas pinturas todavía se tienen que investigar más para descartar, por ejemplo, que fueran obra de humanos modernos que habrían llegado a la Península a través del estrecho de Gibraltar, directamente desde África y no de Europa.

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LOS PRIMEROS MATEMÁTICOS

Yacimiento de Pradelles (Francia), hace 60.000 años

1971. Se encuentra un fragmento de fémur de hiena con nueve incisiones verticales que se han hecho con una herramienta afilada. Todo indica que es obra de un neandertal de hace 60.000 años. En 2018 el investigador Francesco d'Errico estudia la pieza con un microscopio. La forma y la profundidad de los cortes son tan parecidos que parecen hechos con el mismo enser y por el mismo individuo en una sesión de poco rato. Pero las marcas no están del todo alineadas. Tampoco están separadas a la misma distancia las unas de las otras. Los objetos que decoraban los neandertales, como algunos huesos de cuervo encontrados en Crimea y datados de hace 40.000 años, acostumbran a mostrar patrones más regulares: las marcas son más parecidas y están distribuidas de manera homogénea en el espacio. Por todo esto, más que una expresión estética, d'Errico ve en aquel hueso una finalidad práctica: contar. A pesar de que por ahora se trata de una hipótesis, este tipo de trabajos son útiles para investigar el origen de los números y la capacidad de contar grandes cantidades, que podría estar asociada a la acumulación de objetos materiales que se produjo durante la emergencia de las primeras ciudades en Mesopotamia hace más de 5.000 años.

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GRABADORES DE HUESOS

Cueva del Unicornio (Alemania), hace 51.000 años

2019. Un grupo de investigadores alemanes encuentra una falange de ciervo gigante. Mide cinco centímetros de longitud y tiene una serie de incisiones. Una inspección minuciosa de la pieza revela un patrón de marcas apiladas que no se pueden explicar por el azar de estropear el hueso mientras se le saca la carne o la piel. Los cortes buscan una cierta simetría y aprovechan la forma del hueso. En el trabajo que publican en verano de 2021, los científicos indican que, probablemente, el hueso se había hervido antes y que las marcas se pueden entender como algún tipo de símbolo que demuestra una capacidad cognitiva avanzada y compleja. La datación de la pieza de hace 51.000 años lo atribuye a un artista neandertal, puesto que los humanos modernos no frecuentaron la zona hasta hace 45.000 años. Los autores sugieren, además, que escoger un hueso de ciervo gigante no es casual. Se trata de un animal magnífico, de más de dos metros desde el suelo hasta la cruz, con unos cuernos que podían medir tres metros y medio de envergadura. La elección de este animal portentoso también podría ser, en ella misma, un símbolo.

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CUIDADOS Y FUNERALES DE ESTADO

Cueva de Shanidar (Curdistán iraquí), hace 70.000 años

1950. El arqueólogo norteamericano Ralph Solecki encuentra diez esqueletos de neandertales de hace 45.000 años. Uno de ellos tenía un brazo inutilizado, era sordo y mostraba un traumatismo en el cráneo que probablemente le había dejado tuerto. Aún así, había vivido bastante tiempo, lo que indica que alguien le cuidaba. Además, cuatro de los esqueletos están colocados de una forma que no parece casual. Para acabarlo de rematar, se encuentran restos de polen junto a los huesos. Solecki lo interpreta como una muestra de entierros rituales con flores. A pesar de que a muchos investigadores les parece una conclusión osada, durante 2018 y 2019 se vuelve a excavar la cueva y se encuentra un cráneo neandertal acompañado de los huesos del torso y de los brazos, situados de una manera curiosa; como si el cuerpo estuviera colocado de espaldas con el brazo izquierdo doblado para que la mano formara un apoyo para la cabeza, que estaba, efectivamente, inclinado como si se apoyara. Datado de hace 70.000 años, este hallazgo se considera una muestra de entierro deliberado.

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PROMISCUIDAD ENTRE ESPECIES

Cueva de Oase (Rumanía), hace entre 37.000 y 42.000 años

2015. Un poco de hueso pulverizado procedente de una mandíbula de hace cerca de 40.000 años permite recuperar uno de los genomas más antiguos de un humano moderno. El análisis revela que el individuo en cuestión, bautizado con el nombre de Oase 1, tenía entre un 6 y un 9,4 por ciento de genes neandertales, un porcentaje superior al de cualquier humano moderno estudiado hasta ahora. Esto quiere decir que tenía un pariente neandertal de entre cuatro y seis generaciones anteriores. Por lo tanto, Oase 1 podría ser perfectamente tataranieto de un neandertal. Otros restos encontrados en Bulgaria y la República Checa en 2020 y datados de hace 45.000 años también contienen ADN neandertal en un porcentaje que indica que estos individuos tenían antepasados neandertales de hacía solo 200 años. Todo ello muestra que los cruces entre humanos modernos y neandertales fueron mucho más habituales y recientes de lo que se creía hace unos años.

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Un mosaico de humanidad

Son tiempos extraños para la especie humana. Desde que el linaje de nuestros antepasados se separó del de los chimpancés hace seis millones de años, los últimos miles de años son la única época que los humanos modernos, originados, como mucho, hace 300.000 años, hemos sido la única especie humana en el planeta. Hasta hace 40.000 años convivimos y nos cruzamos con los neandertales y los denisovanos, una especie parecida a los neandertales que dejó su herencia genética en algunas poblaciones actuales de Oceanía. Pero esto no es todo. En los últimos años se ha descubierto que el Homo erectus, una especie originada hace dos millones de años, vivió hasta hace poco más de 100.000 años en la isla de Java y, por lo tanto, podría haber interactuado con los humanos modernos. De hecho, las islas del Sudeste Asiático fueron un laboratorio de la evolución humana: cuando bajaba y subía el nivel del mar y conectaba o desconectaba las islas, sus habitantes se podían encontrar y cruzarse o quedar aislados y evolucionar en paralelo. Esto hizo que unos homininos conocidos como los hombres de Flores (Homo floresiensis) vivieran en la isla de Flores hasta hace 50.000 años. No medían mucho más de un metro y eran muy habilidosos fabricando herramientas. Se conocen como los hobbits de la evolución humana. En la isla filipina de Luzón también se han encontrado restos de otra especie de hace 67.000 años, el Homo luzonensis, que se le parece mucho. Un caso de longevidad parecida al del Homo erectus podría ser el del Homo naledi, una especie humana con características arcaicas que podría haber sobrevivido en África hasta hace 230.000 años y, por lo tanto, compartir planeta con la nuestra. Además, hace unos meses se publicó el hallazgo, todavía controvertido, de un cráneo de otra especie humana, la Homo longi, que podría haber vivido hace cerca de 150.000 años en China. Sea como fuere, los últimos años han cambiado la antigua visión que se tenía de la evolución humana, que había pasado de verse como una sucesión lineal de especies a un árbol en que algunas especies evolucionaban en paralelo al mismo tiempo. Hoy sabemos que varias especies humanas no solo coexistieron sino que se cruzaron y, por lo tanto, más que como un árbol la evolución humana funcionó como una red. Y muy probablemente todavía hay nuevas especies y relaciones por descubrir.