MÚSICA

Rosalía contra el ‘big data’ y los algoritmos de creación musical

El disco ‘Motomami’ huye de las tendencias de los ‘hits’ más comerciales

Datos, datos y más datos. Esto es lo que generamos hoy cuando navegamos por las redes sociales, compramos en línea, miramos una serie o escuchamos música. Es bien sabido que las empresas tecnológicas analizan estos datos con motores de inteligencia artificial para ofrecernos el contenido más afín a nuestros gustos. Pero desde hace unos cuantos años, plataformas como Netflix van un paso allá: usan esta información para crear contenido. El análisis de datos no solo revela qué temas se buscan más, qué géneros interesan, los actores más aclamados o la duración óptima de los capítulos, sino que también da pistas sobre la manera de estructurar la narración: ¿es mejor empezar con una presentación tranquila de los personajes o con una escena de acción? ¿El giro de guion se tiene que producir en mitad del capítulo o al último minuto? ¿Los personajes tienen que ser complejos o más bien planos y estereotipados? La respuesta, amigos, está en los datos.

Con esta fórmula, Netflix creó en 2013 House of cards, su primera gran producción de éxito. La creación de contenido basada en datos ha hecho que la tasa de éxito de las series producidas por la plataforma sea del 80% mientras que en la industria las cifras rondan el 30%. Greg Peters, el jefe de productos de la compañía, asegura que los nuevos contenidos se basan un 50% en los datos y un 50% en la creatividad humana.

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Es previsible que la tendencia inaugurada por Netflix se extienda a más plataformas y llegue hasta las de música. De hecho, la industria musical siempre ha seleccionado las canciones según el potencial comercial que presentan a partir de unos criterios que algunos estudios neurocientíficos han confirmado: los éxitos son, mayoritariamente y de manera simplificada, canciones cortas con un estribillo armónicamente previsible, precedida por algún cambio de acuerdos ligeramente inesperado en la estrofa principal.

En este contexto de creación mediada por datos y algoritmos, Rosalía ha publicado el disco Motomami (Columbia-Sony, 2022). Las primeras 24 horas acumulaba 5,79 millones de reproducciones y superaba el récord español de C Tangana con El Madrileño, que consiguió 5,17. Los dieciséis temas del disco han entrado en el top 20 de la plataforma Spotify en España y ha colocado once en el top 200 mundial. ¿Ha seguido la receta de los algoritmos? Mayoritariamente, no. La fama, una bachata sencilla pero bonita y autoreferencial, es quizás el tema que más bebe de la fórmula del hit prefabricado. En Saoko, en cambio, se presentan dos estrofas de reggaeton en las cuales un puente de jazz vuelve al inicio para desatarlas en una apoteosis de percusión. La rítmica Bizcochito es una sola línea armónica sobre la cual discurre una melodía contestada por una especie de coro a la griega. En Diablo se alternan una estrofa con alma de reggaeton y una de flamenca para culminar en un final etéreo. Y en la lírica G3 N15 hay una estrofa y un estribillo, pero no hay ningún acorde sorprendente y el tema se acaba con una nota de voz de su abuela. Etcétera.

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Mezcla y transformación

En contra de la receta de Peters, se podría decir que Motomami es un 5% de datos y un 95% de creatividad humana. Una creatividad que se basa en la mezcla y la transformación de géneros. Las mariposas de la cubierta, un organismo que tiene incrustados en su naturaleza más íntima dos programas genéticos para ser dos animales diferentes, ya indica que el transformismo es una de las dimensiones temáticas y formales del disco. Pero no son mariposas al natural. Son grafitis, es decir, una reelaboración en clave urbana de esta fuerza de la naturaleza. Detrás de las mariposas, Rosalía aparece en la misma posición que la figura central del cuadro Nacimiento de Venus, del pintor renacentista Sandro Botticelli. La referencia a esta Venus, que fue el primer desnudo femenino en la historia del arte occidental desde hacía mil años y se erigió en arquetipo de la feminidad, no es gratuita: Rosalía se reivindica sin ninguna modestia como canon.

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El artista de Sant Esteve Sesrovires se autoproclama así no solo como canon femenino, sino también artístico. “No basé mi carrera en tener hits / Tengo hits porque yo senté las bases”, canta en Bizcochito. Y con esto repudia los algoritmos que caen en la falacia estadística de crear para el espectador u oyente medio, que en realidad no existe, y reivindica la libertad creativa que emana de la textura esponjosa y húmeda del cerebro humano. Si en el cuadro de Botticelli nacía un cierto tipo de belleza, en Motomami nace una rebelión contra la uniformización a la que nos abocan las máquinas. Rosalía demuestra que el silicio de los circuitos no puede competir contra el calcio de las sinapsis. Al menos de momento. Porque no sabemos si los algoritmos del futuro recomendarán añadir una nota de voz de la abuela del artista al final de todas las canciones.