Sobreproteger a los niños los puede hacer más vulnerables al estrés y la ansiedad
Un estudio indica que una educación sobreprotectora favorece la mala gestión de las situaciones adversas en el futuro
La mayor parte de expertos en salud mental hace tiempo que avisan de la llegada de una crisis importante. Las estadísticas indican que se ha producido un incremento de patologías mentales en la población. Afecta muy especialmente a adolescentes y jóvenes, y cada vez también más los niños.
Un informe publicado por el Institut Català de la Salut a mediados de enero del 2022 señalaba que uno de cada cuatro niños y jóvenes podría sufrir síntomas depresivos, y uno de cada cinco, de ansiedad. De manera paralela, un estudio internacional publicado en 2016 indicaba que, a escala mundial, casi la mitad de estudiantes universitarios mostraban síntomas compatibles con la ansiedad, y el 41% con la depresión. Es, sin duda, un problema multifactorial, donde actúan y convergen multitud de elementos diversos que hay que analizar.
Uno de estos factores podría ser la sobreprotección que, a menudo sin ser conscientes, las familias podemos ejercer sobre nuestros hijos e hijas, ya desde la infancia. Querer vivir en un entorno seguro es completamente lógico y razonable, pero hay que asumir que el riesgo cero no existe, y que hay que aprender a valorarlo, a gestionarlo y a sobreponerse después de haber tenido experiencias negativas.
Un equipo de investigadores de las universidades de Rotterdam y de Utrecht, en los Países Bajos, encabezados por la psicóloga social Gonneke Stevens, ha analizado empíricamente si sobreproteger a los niños afecta negativamente a su capacidad de hacer frente a las situaciones adversas durante la adolescencia y la juventud, y cómo esto dificulta la gestión que hacen del estrés, puesto que estas son precisamente algunas de las causas más destacadas que conducen a la ansiedad y la depresión.
Los resultados, que han publicado en la revista Journal of Youth and Adolescence, indican que hay una correlación clara entre la sobreprotección y la mala gestión de las situaciones adversas, lo cual comporta una predisposición más grande a tener ansiedad y estrés, entre otros efectos también perjudiciales.
Crianza y bienestar
En este trabajo, Stevens y sus colaboradores hicieron un estudio longitudinal de más de 2.200 personas de los dos sexos desde la niñez hasta la juventud, mediante encuestas recogidas dentro del proyecto TRAILS (acrónimo de Trackingadolescents' individual lives survey), unas encuestas de seguimiento de las vidas individuales de los adolescentes. En estas encuestas, a los chicos y las chicas, a sus progenitores y también a los docentes que los han tenido en las aulas, se les hacían preguntas para determinar el grado de sobreprotección y también de la percepción que tenían de estar sobreprotegidos, que se relacionaban con aspectos como el rendimiento académico, los comportamientos sociales y antisociales, el estado de salud mental y la percepción de bienestar.
A partir de docenas de estudios diferentes hechos desde la psicología, la sociología, la pedagogía y la neurociencia, hace tiempo que se sabe que el estilo de crianza se relaciona directamente con la sensación de bienestar durante la adolescencia. Hay que distinguir aquí entre bienestar y felicidad. La felicidad es un estado de placer intenso, pero efímero, al cual puede seguir un periodo de amodorramiento, mientras que el bienestar genera sensaciones agradables de confianza, fruto de una buena gestión emocional y del estrés, pero que son menos intensas. Además, a diferencia de la felicidad, el bienestar no tiene “fecha de caducidad” y se puede mantener durante larguísimos periodos de tiempo.
Interiorizar y externalizar
En este estudio se ha visto que los adolescentes que se encuentran en un ambiente de sobreprotección y que también lo tenían durante la niñez muestran una tendencia más elevada a interiorizar los problemas y las situaciones propias de su edad, o bien, alternativamente, a externalizarlos, según cuál sea su carácter y el ambiente social donde viven.
La primera situación favorece la manifestación de síntomas de ansiedad y depresión porque no han aprendido a gestionar las situaciones de estrés propias de la vida, mientras que la segunda posibilidad incrementa los comportamientos agresivos y la probabilidad de que se consuman sustancias tóxicas y se cometan actos delictivos. Precisamente, estas son las situaciones que más han incrementado en el ámbito social. En las dos situaciones, además, disminuye la percepción de bienestar.
Sin embargo, estos investigadores advierten de que para evitar la sobreprotección no se tiene que caer en el extremo de despreocuparse de los niños y los adolescentes. La sensación de falta de apoyo, especialmente de apoyo emocional, tendría unos efectos similares. Para evitar estas dos situaciones, la sobreprotección y la despreocupación, sugieren tener en cuenta tres elementos clave.
Primero, potenciar el juego libre durante la niñez y la preadolescencia, como fuente de experiencias positivas donde, de manera relativamente segura, pero sin una supervisión directa de los adultos, los niños tengan que aprender a resolver sus problemas, a valorar los riesgos y a ser resilientes. Segundo, evitar los pensamientos dicotómicos para no caer en la trampa de pensar que las cosas que no son buenas tienen que ser, por exclusión, necesariamente malas. Y tercero, reconocer el razonamiento emocional, en el sentido de que sentir inseguridad no implica necesariamente que haya un peligro o una amenaza real.
Añaden también que dejar que los niños vivan momentos puntuales de estrés, pero en ningún caso que vivan con estrés crónico, les ayuda a aprender a gestionar las futuras situaciones estresantes, que son las que, si no se gestionan bien, favorecen los estados de ansiedad y depresión.