Coctelería Boadas: los cócteles de nuestra vida que desafían el tiempo en la Rambla de Barcelona
La coctelería de la Rambla de Barcelona celebra sus 90 años con un equipo directivo formado por Marc Álvarez, Simone Caporale, Álvaro Cueco y Jerónimo Vaquero
BarcelonaSon las diez de la noche del viernes, y en la coctelería Boadas hay cuatro clientes. Al ser los primeros, nos hemos colocado (porque no nos conocemos) en cada una de las puntas del local, acogedor, con paredes en las que cuelgan retratos que relatan la historia vivida desde 1933, cuando se inauguró. Los cocteleros están alineados unos junto a otros, uniformados con americana negra con solapas, camisa blanca, pajarita negra. Tienen todos los utensilios que necesitan delante de ellos para preparar lo que les pedimos. Y empezamos.
Primero, un cóctel sin alcohol. Sigo la recomendación de los mejores. Para sacar la sed, se comienza con una bebida sin alcohol porque así después el cóctel será para saborearlo. Con el cóctel en la barra, con notas de jengibre y limón, el barman me pone al lado un vaso de tubo de agua mineral. Ellos también sabían el truco y por eso el agua entraba gratis con el cóctel, fuera con o sin alcohol.
Miro la carta, y encuentro Antonio Machín. Los recuerdos se enlazan unos con otros en cuanto y lo elijo. Y entonces suena la canción Camarera de mí amor, que es tan bonita y pegadiza. “Machín la dedicó a Maria Dolors Boadas”, me dicen los barmans, barwoman, Silvia, y Simone Caporale, quien acaba de llegar de la coctelería Sips, y que es uno de los cuatro nuevos propietarios de Boadas. La historia sobre el cantante Antonio Machín, que visitaba el Boadas siempre que venía a Barcelona, la recuerda bien Jerónimo Vaquero, en Jero, que fue siempre la persona de confianza de Maria Dolors Boadas, que lo trató como un hijo. “Machín llegó a regalar a Jero sus maracas”, dice el italiano Caporale, un gran apasionado de los cócteles, que me dice que se lo pregunte al Jero cuando le vea. Mientras, la canción va sonando en la coctelería de la calle Tallers, número 1, mientras hago sorbos del Machín, con ron, piña y café.
Corría el 1922 cuando Miquel Boadas llegó de Cuba a Barcelona. Empezó a trabajar en el bar Canaletes, donde todavía hay quien lo recuerdan en su bañera, es decir situado detrás de una barra redonda, donde preparaba cócteles. Los había aprendido a hacer en La Habana, en el mítico Floridita, donde había hecho mil y un daiquiris, y que todavía está abierto. Como en poco tiempo comprobó que el arte de decantar en altura gustava, empezó a buscar locales para abrir su Floridita catalán. Y lo encontró. En 1933, abría la coctelería Boadas, cerca del Canaletes, y empezó el mito.
Noventa años después, quienes entran se fijan en el cuadro pintado al óleo de Maria Dolors Boadas, que murió con ochenta y dos, casi al borde de los 83 años, y que podría decirse que casi nunca se jubiló. "Le gustaba ir, saludar a los clientes, pasaba ratos siempre en la coctelería", explica ahora Jerónimo Vaquero. Y a su vez, Simone Caporale “Algunos nos preguntan si es la actriz Liza Minelli, porque ciertamente tiene una retirada”. Y no, no es Minelli, es Maria Dolors, una apasionada por el oficio que decantaba los cócteles como nadie. “Conseguía embelesar a todo el mundo con los cócteles que traspasaba de un lado a otro de la coctelera”, afirma Simone, y hoy hay que decir que sus sucesores también lo hacen. Por eso, el Boadas es tan acogedor, porque puedes ir solo, que no necesitarás hablar con nadie porque lo que se representa detrás de la barra es muy emocionante.
La noche del jueves, los cuatro socios, Álvaro Cueco, Marc Álvarez, Jerónimo Vaquero y Simone Caporale, celebraron que el Boadas ya tiene 90 años. Lo hicieron en un reservado en el restaurante Via Veneto, donde fusionaron su carta con los platos exquisitos y de producto del restaurante Via Veneto, que levantaron todas las ovaciones a los invitados. Entre gambas y negronis, los cuatro socios anunciaron que en la primavera del 2024 los cócteles del Boadas también podrán degustarse en la terraza del hotel Duquesa de Cardona, de Barcelona. También enseñaron los nuevos posavasos del Boadas. "Un detalle pequeño, pero importante porque es donde reposan las bebidas", dice Simone.
Mientras, Marc Álvarez, el hombre que lleva los números del Boadas (cada uno se ha repartido un papel en el auca) respondía a la periodista que escribe el porqué del aumento de los precios. Hasta ahora, en el Boadas, se podía tomar un cóctel que oscilaba entre los 8 y los 11€. Ahora, cuestan 12 €. “Los hemos puesto en el precio de mercado, porque a nosotros nos han aumentado el precio de todas las bebidas, y de los jarabes, del azúcar; la misma ginebra que nosotros utilizar para cócteles como el Gimlet la pagábamos hasta hace poco a 18 € el litro, y ahora la pagamos a 33 €”, decía Álvarez, que añade que, pese a este incremento, los cócteles del Boadas todavía están a tres euros menos que a otras coctelerías de llamada de la ciudad condal.
Y, por último, el Antonio Machín. El cóctel ha terminado. También el pequeño cuenco de cacahuetes, con el que le han acompañado los barmanes. El punto dulce del cóctel es de los buenos. El cantante que cantaba "Camarera de mi amor" era como de la familia. Se llegó a comprar una casa en la plaza del Bonsuccés de Barcelona. Iba a comer con Miquel Boadas, con la mujer, Maria, y con la hija, con Maria Dolors, con la que hacía de padrino. Cuando el cantante murió, dejó las maracas en herencia a Maria Dolors. Y sí, es cierto. Hoy las maracas de Machín las conserva en Jero. Me lo confirma él mismo, y Vaquero añade más detalles del cantante cubano: está enterrado en Sevilla, y en Barcelona se alojaba a menudo en el Hotel Meridien Barcelona, de la calle Pintor Fortuny, porque el piso lo compró al cabo de mucho tiempo de ir viniendo a Barcelona.
Son la una de la noche, y en la puerta hay cola de gente que espera para entrar. Claro que es la hora punta del Boadas, la coctelería que nunca cerró durante ninguna guerra ("durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, Miquel Boadas colocó en la puerta la bandera de Cuba para demostrar que era imparcial en el conflicto"), y que sólo la pandemia logró que su puerta quedara cerrada. El acomodador, vestido de barman, tiene mucho trabajo para ir controlando el aforo de la sala, dejando entrar a la gente a medida que se va vaciando. Y mientras subo Rambla arriba recuerdo la definición de Simone Caporale de los cócteles: "Son el apóstrofo de las relaciones humanas, que los bebemos entre una y otra cosa; se adscriben junto a hechos importantes, como el apóstrofo, y nos permiten relacionarnos". Que así sea durante noventa años más en Boadas.