Iniciativas

Sagnier, el restaurante en el que los trabajadores siempre están contentos

Menú casero y bien de precio, producto kilómetro cero y ambiente familiar son marca de la casa de este hallazgo del Prat de Llobregat, que además tiene un proyecto social detrás

Anna Ganzinelli Aguilera
y Anna Ganzinelli Aguilera

El Prat de LlobregatCada vez cuestan más encontrar, pero todavía existen. Restaurantes de menú diario, que sirven comida casera, con producto fresco y cercano ya un precio más que ajustado. En El Prat de Llobregat, en las instalaciones del Centro Deportivo Municipal Sagnier, hay uno. Y a todas esas virtudes gastronómicas, le suman otra que redondea la experiencia: el equipo que trabaja siempre está contento.

“Hay muy buen rollo, son personas muy cercanas”, nos comenta un cliente habitual. Sólo hace falta pasar un rato para darse cuenta. Aquí les cariño, mí amor, guapo y corazón abundan. Sagnier es un proyecto de la Fundación Rubricatus, que trabaja con personas con discapacidad intelectual. Celia Segura, que está al frente del restaurante desde el principio, afirma que no cambiaría de compañeros por nada del mundo. “Son lo mejor de este trabajo. Todo el mundo se aviene, hay mucha sensación de equipo, de pertenencia, de familia. Me tienen enamorada”, sentencia.

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En total son seis personas, que trabajan en equipos de 1+1: un monitor y un auxiliar. “La misión es formarlos para que se puedan desarrollar y realizar un proyecto de vida propio”, explica Steffi Sala, responsable de comunicación de la Fundación Rubricatus. Subraya que "lo que más disfrutan es estar de cara al público y hablar con la gente". Lo corrobora Toni Conde, uno de los camareros, que lleva 25 años trabajando con la Fundación: “Tengo un trabajo que me encanta. Me gustan los compañeros, el ambiente, la jefa… Aquí estoy muy bien”, dice con una sonrisa. No se le quitará durante todo el rato que le veremos, ni en los momentos de picos de trabajo del servicio.

Las calabazas de Josep

Aún no son las diez de la mañana de un jueves y en la cocina Carlos ya lava lechugas, pica cebollas y corta pimientos y berenjenas. Hace el mismo aroma que cuando pasas por casa la abuela un domingo a media mañana. Justo acaba de marcharse Josep, el campesino de una finca cercana que les suministra todas las verduras. Ha llevado una caja con calabazas hermosas, de cuento de hadas, y con los primeros ejemplares del producto insignia de El Prat, que este año se ha hecho orar. “Hoy comeremos un arroz hecho con alcachofas recién cosechadas. Esto no tiene precio, en un menú de 11,90 €”, recalca Celia.

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Cada día ofrecen tres primeros y dos segundos. Predomina la verdura, las legumbres, las ensaladas y mucha plancha, porque la clientela pide comidas ligeras. "Sin embargo, a veces también ponemos un poquito de mambo y hacemos platos de cuchara", dice la encargada. Los martes compran pescado fresco, que limpian y cortan en porciones en el propio Sagnier. "Dar empleo, con estos trabajos manuales, también forma parte de nuestra filosofía", explican. Por eso las patatas fritas, peladas y cortadas a mano, son la guarnición estrella. Y los pollos, que preparan y ponen a curtir los miércoles, son el plato preferido de los jueves. “Lo hacemos a la brasa y se deshace de bueno que está. Queda brutal”, dice orgullosa Celia.

Insiste en que el menú que sirven es humilde y sencillo y que está diseñado para que sea práctico, funcional y rápido. Esto interesa a los clientes, que tienen poco rato para comer antes de volver al trabajo o entrar en el gimnasio a hacer ejercicio. Pero al mismo tiempo es útil para el personal del restaurante, al que "repetir las cosas y los procesos les da seguridad y autonomía".

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'whatsapps' contra el desperdicio

Por las mañanas, en el Sagnier, aparte de los fogones también hierve el teléfono. Muchos clientes llaman para pedir mesa y ya dejan elegido lo que van a comer. Todos los días a las 8 h reciben el menú por correo electrónico o WhatsApp, y pueden enviar el pedido por la misma vía. Esto permite al restaurante trabajar con previsión, organizar mejor el servicio y, sobre todo, no cocinar más de lo necesario para evitar derrochar comida. “¡Ya querrían muchos restauradores tener este sistema!”, exclama Celia.

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Otra estrategia para no tener que tirar nada es que los viernes apenas hay ningún plato nuevo a la carta. Terminan lo que queda en la nevera para que llegue vacía al fin de semana. Si ha sobrado salmón, lo marinan y lo ponen en ensalada. Las verduras, las saltean de acompañamiento o las incluyen en la crema. Y de la fruta madura hacen un pudín exquisito. "Creemos mucho en esta línea de comida", afirma la responsable del local, que viene de la escuela de la restauración para colectividades, donde adquirió este bagaje de cocinar con lo que hay y aprovecharlo todo.

Mientras hablamos con ella, en la barra un hombre con traje oscuro y corbata se toma un cortado y echa un vistazo a los platos del día. Trabaja cerca, nos cuenta, ya menudo pasa a desayunar y aprovecha para encargar el almuerzo. “Es una facilidad, le dejo incluso pagado”, dice. Destaca la comida saludable y, sobre todo, la complicidad con los camareros, que la tienen "enamorada". "Luisa, para hoy apúntame una ensalada y pollo", pide antes de marchar hacia la oficina. En la nota que colgará en el corcho de la cocina, Luisa escribe "Dani Bum". Bum no es ningún apellido. Es la abreviatura de un apodo que ni el mismo comensal conoce. Las chicas del equipo nos revelan de dónde viene y por qué se lo pusieron, pero les guardaremos el secreto.

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Clientes con nombre propio

En Sagnier, como en todo buen restaurante con clientela fija, las mesas tienen nombre propio: “Ya pueden marchar los segundos del grupo de la Esperanza”, “Me faltan los cafés del Rafa”, “Ha pedido bebidas en la mesa de la Cristina?”, “¿Quién toma nota a las del Aquagym?”. Los clientes se conocen y charlan entre ellos. Se saludan cuando llegan e incluso hay quienes reparten abrazos entre el personal. Rafa Sánchez, que trabaja en la zona, come siempre que puede, sobre todo los jueves. “Toni y Siscu son un solo, y Luisa me tiene el corazón robado desde hace años. Esto es lo que buscamos todos, ¿no? Comer bien y, encima, recibir ese trato tan humano”, concluye.

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Las bromas y los guiños se suceden durante todo el mediodía: “Adeu, Toni, top model!”, se despide una comensal, mientras otro bromea con Luisa y le pregunta si hoy la tienen castigada tras la barra. Los camareros llevan camisetas personalizadas con frases que eligen ellos mismos. “Sí puedes. Creo en ti”, dice uno de los lemas. “Lo único urgente es vivir”, dice otro. Mensajes positivos que el personal no parece necesitar, porque las mejores florecillas las reciben de la misma clientela.