Así hace de padre

Biel Cussó: "Mis hijos son dos pequeños milagros"

Escritor y padre de Roger y Bernat, de 16 y 10 años. Publica 'Del cielo al infierno' (Rosa dels Vents), un 'thriller' intenso y muy bien escrito protagonizado por una pareja joven con una hija de cinco años que va a pasar unos días a una inquietante casa de turismo rural del Pirineo. En 2017 recibió el premio Memorial Agustí Vehí por la novela 'Sangre fría' (Crims.cat).

BarcelonaMis hijos son dos pequeños milagros y para creer en milagros debe ser devoto. Bien, quizás todos los hijos e hijas lo son, pero permíteme que diga que los míos lo son un poquito más de lo habitual.

Explícamelo.

— Tanto Laia, mi pareja, como yo teníamos claro que queríamos ser padres jóvenes, pero cuando nos pusimos la cosa no terminó de funcionar y unos médicos nos acabaron diciendo que no podríamos tener hijos. Por si fuera poco, con veintisiete años iniciamos el proceso de adopción que nos acabaron denegando. Una psicóloga determinó que no éramos aptos porque teníamos pendiente superar el duelo por no haber podido tener hijos biológicos.

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Pero sí ha terminado teniendo hijos...

— Sí, más biológicos imposible. Evidentemente no hace falta que te ocurra algo así para sentir devoción por los hijos. Pero, sea como sea, sentir devoción por tus hijos debería ser de obligado cumplimiento. Si no es así, entiendo que algo no funciona. Esto no impide que, sobre todo durante la adolescencia, existan discusiones o momentos tensos. Al final educar a una criatura va de eso: ser devoto, poner límites, apoyar y amar. Además, hay que tener mucha paciencia y, de vez en cuando, debemos permitirnos equivocarnos.

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En Del cielo al infierno describes el miedo que suelen sufrir los padres tempranos.

— Cuando mis hijos eran pequeños, los miedos que teníamos eran los habituales: ay el niño no se haga daño, ay que el niño está enfermo, uno que no le pase nada... Pero, por encima de todo, hay ese miedo tan salvaje a que a ti te pase nada y que el niño se quede solo en el mundo. Es la peor parte de la paternidad. Ahora el temor va más relacionado con el mundo que se encontrarán nuestros hijos cuando sean adultos y ver cómo van a encajar. De todas formas siempre tratamos de ir paso a paso y ahora toca que intenten ser lo más felices posibles sin preocupaciones excesivas.

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¿Y cómo va evolucionando tu forma de ser padre?

— Cuando son pequeños los hijos deben sentirse queridos y bien cuidados. A medida que se van haciendo mayores, debemos ir liberándolos de la cárcel que significa solucionarles todas las necesidades. Cada etapa requiere cuidados diferentes y nos hemos ido adaptando como buenamente hemos podido. Aprendemos todos juntos, y esto es hermoso. Vamos evolucionando, pero la base es siempre la misma: amar, respetar, liberar. Y jugar. La evolución natural debe llevar a los hijos a abandonar el nido, y éste tal vez sea mi miedo al futuro. El miedo y el orgullo a la vez. Así es de contradictoria, la paternidad.

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Un valor que consideres esencial.

— En casa somos muy insistentes en transmitir la cultura del esfuerzo, pero no sé si lo logramos. Ambos tienen la suerte de que, en general, todo les es fácil y no necesitan dedicar mucho tiempo a entender y memorizar las cosas. Tenemos trabajo todavía. Debemos encontrar la fórmula para hacerles entender la importancia de la perseverancia y el esfuerzo.

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¿Qué se te hace pesado?

— La rutina diaria de pensar menús, de comidas y cenas, de poner y extender lavadoras. Los trabajos domésticos es la parte más complicada de gestionar con sus hijos. Y nuestro mayor error, porque su implicación es tirando a baja.

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¿A qué prestas una atención especial?

— Ahora pasamos por una etapa que toca que dediquemos más tiempo a escucharles –cuando están abiertos a contarnos cosas– ya apoyarles en los planes de futuro o las inquietudes. Es muy gratificante esta parte.

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¿Qué te maravilla?

— La devoción que sienten el uno por el otro. Pese a la diferencia de edad, juegan muy juntos. También se pelean a menudo. Pero hay mucha complicidad. Creo que los seis años que llevan son uno de los secretos de la buena sintonía.

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Cuéntame una anécdota que dé miedo.

— Cuando tenían 8 y 2 años hicimos una visita al IKEA de Hospitalet. Hicimos el recorrido entre cocinas y comedores y nos sentamos en el restaurante. De repente, el pequeño había desaparecido. No lo encontrábamos, avisamos y se activó un protocolo de seguridad y cerraron las puertas, hasta que el pequeño apareció. Lo único que había hecho era deshacer el camino hecho para ir a encontrar un juguete que había visto. Ahora recordarlo nos hace reír, pero ese día vivimos veinte minutos traumáticos en los que nadie pudo entrar ni salir de la tienda.