El consultorio

Niños que se enfadan cuando pierden: ¿por qué?

Que los niños experimenten reacciones intensas como el llanto o los gritos o abandonen el juego cuando pierden es normal entre los 2 y los 7 años

BarcelonaCuando un niño pierde en una actividad competitiva, a menudo se activan emociones como la frustración, la rabia, la tristeza o la impotencia. Estas respuestas emocionales, explica Júlia Maria Bonet, psicóloga clínica infantil y juvenil, tienen una base neurobiológica, puesto que el cerebro todavía está desarrollando las estructuras responsables de la regulación emocional, como el córtex prefrontal. Además, prosigue Bonet, su autoestima es aún muy dependiente del éxito externo, y pueden percibir la derrota "como una amenaza a su valor personal". Bonet subraya que, según la teoría de la autoeficacia de Bandura, según la cual la confianza en uno mismo influye en el comportamiento y el éxito, "si los niños no han desarrollado suficiente confianza en sus capacidades, puede que vivan la derrota como un fracaso profundamente personal".

¿Qué reacciones suelen ser las más habituales al perderse?

Julia Maria Bonet describe como "absolutamente normal" que los niños experimenten reacciones intensas al perder, especialmente entre los 2 y los 7 años, en la etapa preoperacional, según Piaget, un estadio marcado por el egocentrismo. Las reacciones más habituales, señala, "incluyen el llanto, los gritos, el abandono del juego y, en ocasiones, expresiones verbales de disconformidad como "no es justo" o "haces trampa"". Estas conductas, subraya la psicóloga, no deben ser vistas como señales de mala educación, "sino como una oportunidad de enseñanza emocional: la clave es ayudarles a poner nombre a las emociones y validarlas, al tiempo que se marca un límite saludable".

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¿Qué reacciones serían inaceptables?

Sentir frustración al perderse es una respuesta emocional normal en la infancia. Sin embargo, hay ciertos comportamientos que deben considerarse inaceptables. Según Bonet, reacciones como agredir físicamente, romper objetos de forma recurrente o utilizar insultos graves no pueden ser normalizadas, aunque pueden aparecer de forma esporádica en niños con poca capacidad de autorregulación. Para ella, es importante entender que estos comportamientos no indican maldad, sino una carencia de estrategias de gestión emocional. "El acompañamiento debe combinar empatía y contención, e implica ayudarles a expresar la frustración de forma segura", subraya.

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¿A qué edad comienzan a tolerar mejor esta frustración?

La experta explica que la capacidad para tolerar la frustración se desarrolla de forma progresiva, "con grandes diferencias según la personalidad, el ambiente familiar y la experiencia emocional previa". Hacia los 5 años, algunos niños comienzan a mostrar momentos de contención emocional, pero a menudo todavía tienen respuestas impulsivas. Entre los 7 y los 9 años, "gracias al desarrollo neurológico (córtex prefrontal) ya un pensamiento más flexible, la mayoría ya pueden empezar a relativizar la derrota y aplicar estrategias básicas de regulación como el diálogo interno o el humor", apunta Bonet, quien añade que todo puede verse favorecido por la enseñanza explícita de una estrategia de comunicación penalice el error, sino que lo valore como parte del aprendizaje.

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¿Cómo enseñarles que la derrota forma parte del juego?

Según Bonet, es necesario que las familias fomenten una actitud centrada en el disfrute, el aprendizaje y la colaboración, más que en ganar. Es necesario verbalizar a menudo que perder es una parte natural del juego y una oportunidad para mejorar. "Los estudios de Carol Dweck sobre la mentalidad de crecimiento muestran que los niños que aprenden a ver los errores como parte del proceso tienen más resiliencia", destaca Bonet, quien añade que, en un contexto altamente competitivo, es más importante que nunca desligar la autoestima de los resultados y hacer énfasis en el esfuerzo, el respeto y la alegría de jugar.

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¿Qué actitudes deben evitar los adultos a la hora de jugar con niños?

En el juego, deben evitarse comportamientos agresivos o despectivos: insultos, desprecios, ridiculizaciones o actos físicos como golpes en tablas u objetos. Según la psicóloga clínica, estas actitudes rompen la confianza y el sentido del juego como espacio seguro y educativo. En este punto, Bonet hace referencia a la teoría del aprendizaje social de Bandura, que muestra que los niños no sólo observan lo que hacemos sino cómo lo hacemos. "Mantener un tono respetuoso, saber perder con dignidad y reconocer los méritos del otro se convierten en actitudes que generan un entorno emocional saludable y reducen el riesgo de conflictos y aprendizajes disfuncionales", apunta.

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¿Qué consecuencias puede tener una mala gestión por parte de las familias en la falta de autocontrol durante el juego de los niños?

Bonet alerta de que una mala gestión por parte de los adultos puede generar dificultades "en la autorregulación emocional de los niños, así como en sus habilidades sociales". Si no aprenden a gestionar la frustración, continúa, pueden desarrollar "conductas agresivas, baja tolerancia al fracaso o dificultades para mantener relaciones positivas con sus compañeros". Según varios estudios, añade, los niños que no aprenden a autorregularse tienen mayor riesgo de rechazo social y problemas de conducta. Por eso, concluye, la intervención adulta "debe ser empática pero firme, consistente y orientada a enseñar, no sólo a corregir".

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