Ojalá ese día te hubiéramos apartado el plato
Ningún niño nace predispuesto a discriminar a ningún animal. De hecho, apenas se dan cuenta de que el gato o el perro son seres de otra especie mientras juegan, cuando son pequeños
BarcelonaDebías ser muy pequeño, pero ya hablabas como un hombrecillo, subido a la sillita de madera, revolvías el plato y nos preguntabas si aquel trozo de carne le volvería a crecer, al cochinillo.
Ese día te enseñamos que discriminar a los animales no humanos era natural, normal, necesario. De la misma manera que antes nos la habían inculcado a nosotros, te inoculamos a la madre de todas las violencias, de todas las opresiones. Así lo explica Gary Yourofsky: primero aprendes a discriminar a los animales no humanos, después a las mujeres, después a los que tienen otro color de piel, luego a los que tienen otra orientación sexual… Ya sabes deshumanizar al otro, al débil, al diferente. El especismo, es decir, la discriminación por especie, es la raíz de todas las violencias.
Ningún niño nace predispuesto a discriminar a ningún animal. De hecho, apenas los niños se dan cuenta de que el gato o el perro son seres de otra especie mientras juegan cuando son pequeños. Simplemente son compañeros y se aman como amigos, como hermanos. Esto se da muy a menudo también entre animales no humanos de distintas especies. Y en las granjas familiares de todo el mundo. Es fácil encontrar vídeos de niños llorando desesperados, apegados a su amiguito no humano para evitar que los padres se lo lleven al matadero o lo maten en la propia granja. Las personas que lo han vivido en su casa o bien se han endurecido o bien -conozco algún caso- se han hecho veganas.
Ahora siento que hice tarde. Esto fue justo antes de que yo decidiera no comer animales, y quién sabe si tu reflexión también me incitó a dejar de hacerlo. Con los años, he entendido mucho mejor lo que es el especismo y hasta qué punto nuestra civilización se ha construido, y se sostiene cada minuto, cada segundo que pasa, sobre la violencia contra los animales. Los hemos condenado a vivir en un infierno que nunca se detiene. El eterno Treblinka, según el premio Nobel Isaac Bashevis Singer: "Para los animales, todos los humanos somos nazis", dejó escrito.
Poco a poco entendí la violencia que encarnaban también los huevos y los lácteos, pero tú ya comías. Mira que es fácil comprender que para tomar la leche a una madre primero debes quitarle el hijo, pero el especismo nos hace ciegos en el sufrimiento. El ternero, todavía un niño como tú, irá al matadero. Y mientras la madre llora, de su sufrimiento se harán quesos y helados. Después, la volverán a embarazar a la fuerza y la historia se repetirá hasta que, exhausta, ya no produzca leche suficiente. Entonces también le tomarán la vida; habrá vivido una cuarta parte de lo que podría haber vivido en libertad. ¿Y los huevos? Confinamiento, mutilaciones, un ritmo de producción que multiplica por diez el de la naturaleza y la trituradora donde derriban a los polluelos machos durante sus primeras horas de vida.
Ahora ya sabes todas estas cosas. Ahora ya sabes que esta industria ávida de sangre y de dinero explota sobre todo a niños no humanos.
Ojalá ese día te hubiéramos apartado el plato. Ojalá ese día nos hubiera caído la venda de los ojos, ojalá ese día nos hubieras enseñado a ser personas justas y no al revés.
Por culpa de haber llegado tarde, ahora me encuentro luchando en medio del fuego cruzado de la propaganda omnipresente. Las flechas de un despiadado interés económico depredador de animales, del planeta y las personas te atraviesan como a todos los demás, así como las del hábito, de la costumbre, de las falsas creencias. Y yo sigo esforzándome por educarte en el antiespecismo, por liberarte de la infamia y romper la principal cadena de transmisión de la mayor atrocidad perpetrada por la humanidad: la que se pasa, acríticamente, de padres a hijos.