Palabras de amor o cómo acompañar el enamoramiento de mi hijo

Presencié desde la distancia cómo el hijo adolescente había conquistado su propio espacio íntimo lejos del núcleo familiar para compartirlo con el ser querido

Palabras de amor
25/04/2025
3 min

PerpiñánSonrío todavía hoy cuando recuerdo la primera vez que mi hijo me dijo: "¿Sabes, mamá? Tengo una enamorada. Se llama Julieta y es mayor que yo". Entonces tenía cuatro y, ciertamente, Julieta tenía un año más y ambos iban a la misma clase. Tener guardados los recuerdos de las primeras experiencias y descubrimientos sirve para enmarcar los rituales iniciáticos de los hijos como emblemas que te garantizan una sonrisa inmediata. Vendrían a ser golosinas de ternura que jamás se probarán, pero sí se podrán saborear a través del recuerdo más nostálgico.

Unos años más tarde, en la escuela primaria, mi hijo se convirtió en gran amigo del grupo de niños de clase con una amistad tan leal como la de D'Artagnan con los tres Mosqueteros. Y yo, por lo que hacemos a veces las madres de coger el toro por los cuernos, quise allanar no el atajo sino el camino de las piedras para hablar y aprender a conversar ya argumentar ideas y puntos de vista mientras nuestra relación de madre-hijo y de hijo-madre iba transformándose justo cuando el complejo de Edipo llegaba a su fin. Debo admitir que en más de una ocasión metí la pata pidiéndole si tenía una amiga especial y, ante la misma respuesta negativa seguida de una sonrisa silenciosa, el leitmotiv más usado era: "No vuelvas y déjame tranquilo, mamá". De vez en cuando y como nada, tiré por el derecho para pedirle abiertamente si se trataba de un niño o de una niña por el simple hecho de normalizar la libertad de escoger a la persona querida por encima del género. No me hacía caso (y hacía muy bien).

Mientras tanto, el pretexto de la conversación laboriosa con la clara voluntad de abordar asuntos más delicados nos llevó a empezar un ciclo de conversaciones familiares y breves que giraban en torno a una educación sentimental y sexual de la que yo misma no había podido beneficiarme de pequeña. Las buenas intenciones no evitaron que pasáramos de puntillas ya veces también a toda prisa hasta toparse con callejones sin salida. Sin embargo, temas como el enamoramiento, los primeros besos, la menstruación, las primeras relaciones sexuales, la ruptura de una pareja, el consentimiento, los derechos LGBTI, el acoso y la pornografía, entre otros, fueron tratados. Cabe decir que me esforcé por adaptar el vocabulario más crudo del mundo adulto a su léxico infantil; primero para crear un ambiente de confianza donde se sintiera seguro y, después, porque quería que él no tuviera miedo a expresar las dudas y inquietudes que le causaban los conflictos reales de la sociedad en la que somos y, sobre todo, que fuera él mismo.

Una relación adolescente

Y hasta ahí el relato de la etapa infantil. En la secundaria, repentinamente cambió de amistades y en el instituto, con las hormonas en plena ebullición, apareció la protagonista principal que agobiaba todas las luces del jardín de las delicias de él. Y viceversa. Entonces, el hijo adolescente de casa siguió el patrón del flirteo, sintió el aleteo de la mariposa en el estómago y la dependencia del móvil para comunicarse con la novia las 24 horas. Y de ese modo, el hábito adquirido de la conversación desapareció.

Entonces, presencié desde la distancia cómo el hijo adolescente había conquistado su propio espacio íntimo lejos del núcleo familiar para compartirlo con el ser querido. Y de repente la vida se hizo emocionante a flor de piel como cuando me dijo que tenía una enamorada que se llamaba Julieta cuando tenía cuatro años.

La relación de los adolescentes acabó a los pocos meses de haberse iniciado, justo cuando ambos tenían quince años. Quizás no supieron más y con tres frases hechas no tuvieron suficiente o quizás con la interacción en las redes sociales fue suficiente para saber que no eran hechos uno por otro, al contrario de los protagonistas de la canción de Joan Manuel Serrat del año 1967.

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