Las madres nunca mueren (en 6 imágenes)
No puedo llamarle para tomar grandes decisiones, ni dejar que me acerque como cuando era pequeña


Barcelona1 - Paquetes envueltos en papel de regalo. Es lo primero que vimos cuando entramos por primera vez en casa de la madre después del accidente. Había empezado a preparar los regalos de Reyes y allí los tenía, como si nada hubiera pasado. Como dice Joan Didion: "La vida puede cambiar en un instante. En un instante normal". El vacío era físico, me faltaban extremidades. La pena me daba outsider en una happycracia donde se espera de ti alegría permanente. Cuando buscas trabajo, cuando sales con las amigas o cuando conoces a alguien. En algún momento, cambié la estudias o trabajas por uno: "Hola, soy Carla y mi madre ha muerto. ¿Y tú? ¿Me cuentas tus difuntos?"
2 - Táperes en la nevera. Así me salvaron las amigas. Por supervivencia, no estamos preparados para entender la muerte ni para acompañar a la pérdida. Creemos que si no nos ha pasado no podemos comprenderlo. La muerte la llevamos dentro, lo que ocurre es que no queremos mirarla. Un consejo no solicitado: ante la duda, llame, vaya, cocínelos, lávelos la cara. Cuide a la gente en duelo y no cuestione el tiempo que el duelo requiere.
3 - Un asistente virtual de Hacienda. Llamo para hacer la declaración de mi madre (sí, los muertos también declaran) y una voz robótica me recuerda que es MORTA. No sólo debemos hablar de la muerte, sino que necesitamos un manual para enfrentarnos al periplo burocrático de bancos, juzgados y notarías, que no brillan por su empatía. ¿Qué opciones tenemos frente a la industria funeraria? ¿Cuánto suman los impuestos de una herencia? ¿Cómo se gestiona un patrimonio sin llorar en cada llamada?
4 - Un busto de yeso de la madre. Estaba entre sus cuadros y los infinitos objetos curiosos que guardan los artistas, y me transmite la grandiosidad de los emperadores romanos. Las madres ocupan mucho espacio. Muchas comparten el carácter de haber tenido que hacer grandes renuncias para sacar adelante la crianza y hacerse fuertes a golpes contra el techo de cristal y con las manos atadas. En mi caso, la Curra no dejaba a nadie indiferente. Se metía todo el mundo en el bolsillo, hacía reír hasta que te dolía la cara y era capaz de todo lo que se proponía. Era imparable. El busto me recuerda que no puedo llamarle para tomar grandes decisiones, ni dejar que me acerque como cuando era pequeña. El busto me recuerda que me ha enseñado cómo hacerlo sola, y que soy también un poco ella. Nada se aprende de la muerte –abolimos el pensamiento mágico que dice que todo pasa por algo–, pero es innegable que nos transforma. La catástrofe nos hace conscientes de la impermanencia y parece que nos nazcan garras para aferrarnos al mundo.
5 - Una sobremesa. Hoy cenamos con lo que llamo la familia (no) de sangre. Son sus amistades, que he heredado. A través de las anécdotas, ella está más presente que muchos vivos que conozco. Contraria a las teorías del duelo que abogan por soltar a los muertos, la filósofa Vinciane Despret plantea la idea de que si los cuidamos tienen un "plus de existencia". Porque, como se pregunta Bruno Latour, "¿de cuántas formas puede existir un ser?" Sería absurdo pensar que sólo existe lo material, y mucho más aún si se trata de una madre. Es innegable que las madres nunca pueden morir del todo.
6 - 225 UI de Gonal. Me aparto de la cena para ponerme la inyección del tratamiento de fertilidad mientras, llena de agradecimiento, pienso: ¿qué dejamos? ¿Qué podría dejar yo? Con un aborto en la mochila, me pregunto si ese legado puede ir más allá de la maternidad. Vuelvo a la mesa y encuentro la respuesta: seguimos en la gente que amamos generosamente.