Entrevista

Maria Climent i Míriam Aguilar: "No puedes olvidar que has estado años intentando ser madre pero eso no quiere decir que no puedas estar bien"

Autoras de 'Nunca es una palabra muy fea. Una historia de infertilidad' y '¿Y ahora qué? Una reflexión sobre la no maternidad por circunstancias'

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Maria Climent y Míriam Aguilar.

BarcelonaDarse cuenta que no había nada escrito sobre la infertilidad –o que había muy poco– es lo que movió a Maria Climent y Míriam Aguilar a visibilizar sus historias de infertilidad. Climent, escritora y traductora, acaba de publicar Nunca es una palabra muy fea (Ara Llibres), en la que relata su larga travesía hasta llegar a la maternidad después de siete años y múltiples tratamientos de reproducción asistida que culminaron con el nacimiento de su hija. Pero las historias de infertilidad no siempre acaban con un bebé en brazos y esa realidad mucho menos visible también existe y es la que reivindica Míriam Aguilar desde su activismo a redes, que ahora se ha traducido también en un libro: ¿Y ahorá qué? (Koan).

Ambas contribuyen a romper tabúes y sus libros también sirven para acompañar a otras mujeres. "Yo me sentí muy sola durante todo este proceso y me hubiera gustado leer un libro como éste de alguien que esté pasando por lo mismo", dice Climent. Las hemos juntado para hablar de infertilidad.

Cuando echais la vista atrás, ¿qué ha sido lo más difícil de todo el proceso que habéis vivido?

Míriam Aguilar: Para mí fueron los años que estuve intentando ser madre. Fueron los años en los que me sentí más sola, más juzgada, más presionada y más triste. Hubo un momento en que ya empecé a conectar un poco más conmigo misma y con mis límites, porque todo te empuja a seguir y seguir... Hasta que un día me escuché y me dije que no quería hacer otra cosa porque sentía que todo lo que yo quería hacer ya lo había hecho, lo había probado y no había salido y quería darme la oportunidad de ver cómo es no ser madre después de haberlo deseado.

María Climent: Son muchas cosas pero quizás las decepciones, los disgustos monumentales que te llevas después de cada negativo en un proceso de reproducción asistida. Quizás estás trabajando en la oficina y recibes una llamada en la que te dicen que es negativo y te quedas allí absolutamente sola en tu devastación, y eso es durísimo.

Las dos comentáis que os habéis sentido solas. ¿Cómo podemos acompañar la infertilidad?

MC: Yo creo que hay que hablar de ello y posiblemente el Estado también podría hacer algo porque partimos del problema que a partir de los 35 años la fertilidad de una mujer decae pero las condiciones que existen en nuestra sociedad para tener una vida estable antes de los 35 años son muy complicadas, lo que está retrasando la maternidad y cada vez más mujeres se encuentran con problemas de infertilidad. Los gobiernos deben dejar de ignorar este problema. Tenemos tasas de natalidad bajísimas y a la vez muchas mujeres en edad fértil quieren ser madres y no pueden. ¿Qué paradoja es ésta?

MA: Estamos tratando la infertilidad como problema individual y es un problema social, colectivo. La forma de acompañar es muy complicada, porque debemos tener en cuenta también que a muchas mujeres que están en estos procesos les cuesta expresarlo porque, cuando lo hacen, enseguida reciben el juicio o consejos que no han pedido. Entonces debe haber un equilibrio entre nosotras, como mujeres: abrirnos y quitarnos esa vergüenza de no poder ser madres y que la sociedad entienda que se puede acompañar simplemente escuchando.

En ambos casos, su infertilidad era de origen desconocido. ¿No saber la causa lo hace más doloroso o más difícil de aceptar?

MC: Yo creo que sí. A mí me hubiera gustado que me hubieran dicho "Mira, haces trombosis, tómate una pastilla y ya no las harás" o "Tienes una trompa obstruida, la desobstruimos y ya está". Pero no saberlo es un intento detrás de otro y vas a ciegas. Y entonces piensas "Si no tengo ningún problema, ¿qué tengo? ¿Mala suerte?"

MA: Está muy bien que te digan que no tienes nada porque quiere decir que estás sana pero, al mismo tiempo, también quería, como María, que me dieran un motivo para encontrar una solución. ¿Es muy frustrante porque, como dice ella, entonces por qué es? ¿Mala suerte? Y esto te hace sentir desgraciada: las demás pueden pero yo no puedo.

La escritora y traductora Maria Climent

María, tu proceso fue en dos etapas y en dos clínicas distintas. En la primera hiciste seis inseminaciones artificiales y una fecundación in vitro, que no funcionaron, y entonces decidiste parar y cambiar de clínica. ¿Cómo fue vuestra relación con las clínicas de reproducción asistida?

MC: La chica de recepción es quien más calidez me daba. En todo el proceso no he llorado, pero recuerdo que lloré cuando me despedí de ella porque era la única con la que yo había conectado. Creo que lloraba los años de acumulación y un fracaso como una catedral. Entonces congelé la decisión, la puse en un cajón y seguí con mi vida durante dos años, bastante más relajada, hasta que lo intenté de nuevo y cambié de clínica. Y, en esa otra, bastante mejor. Primero, porque acabé teniendo a mi hija, pero también el trato humano fue muy distinto.

MA: Yo sólo he hecho un tratamiento de reproducción asistida, que fue por ovodonación después de haber tenido cuatro abortos de repetición. Lo que recuerdo es la sensación de tener muy claro que aquél no era mi camino. Después de todo el tiempo que llevaba intentándolo de forma natural, aquello fue lo que me dio la fuerza para decir "Basta, se acabó. Es el último intento".

Míriam se puso un límite. Casi diez años después de convivir con la infertilidad, ella y su pareja decidieron dejar de intentarlo. En el epílogo de su libro María dedica unas palabras a todas las mujeres que han deseado ser madre y no lo han conseguido. ¿Por qué?

MC: Durante todos estos años lo que más miedo me daba era tener que renunciar a la opción de gestar. Pero tampoco quería que mi vida se convirtiera en eso y no gozar del resto de mi vida. Porque al final esto es como una tragaperras. Piensas "Debo estar cerca, venga otro intento". Pero cada intento son 5.000 euros. Además de poner tu cuerpo y pasar por procesos superdolorosos. Por tanto, tienes que irte revisando y preguntarte hasta dónde quieres llegar. ¿Quiero ponerme un límite? Si me proponen una donación, ¿diré que sí? También me daba cierto margen para ser algo flexible. Y también era muy consciente de que después de andar todo este túnel podía no tener salida y tener que dar la vuelta después de haberlo probado durante siete años. Sabía que esto podía ocurrir y me daba mucho miedo la frustración que podía sentir. Del segundo tratamiento de fecundación in vitro resultaron siete embriones. Los dos primeros fueron mal y el tercero es mi hija. Y mi límite lo había establecido en esos embriones. Si ninguno funcionaba, aquí terminaba la aventura. Ya tengo una edad, me he dejado mucho tiempo y mucho dinero, casi una década en la que no he hecho viajes, no he salido, no he ido a festivales... Es una carga mental y una mochila. Por suerte, nació mi hija. Y por eso el epílogo del libro está dedicado a las que sí tuvieron que enfrentarse a esa decisión que a mí me daba miedo.

MA: Yo era de las que decía "Si no puedo ser madre, me muero". Y no, por no ser madre no muere nadie. Los límites los fui poniendo en relación con lo que iba pasando. Cuando tomé la decisión de parar es porque estaba en paz consigo misma. Sentía que había hecho todo lo que había podido y también había algo dentro de mí que me decía "Yo merezco estar bien, merezco ser feliz". Que no quiere decir que no lo fuera, no dejé mi vida pendiente para tener un hijo, pero sí que era una constante, porque siempre tenía aquello en la cabeza y era muy difícil gestionarlo. Y dije "Hasta aquí, no sé qué vendrá ni qué va a pasar", pero al tomar la decisión sentí una liberación. Y para mí no significa volver atrás sino ir hacia delante porque todo esto ya es pasado y tú no eres la que eras antes.

Míriam Aguilar ha publicado "¿Y ahora qué? Una reflexión sobre la no maternidad por circunstancias"

Ésta es una realidad que no se muestra y hay otros finales felices.

MA: Cuando yo tomé la decisión pensé "No puede ser que sea la única mujer del mundo que ha intentado ser madre y no lo ha conseguido". Y por eso siempre pongo mucha fuerza en la necesidad de tener referentes. ¿Por qué no puedo decir que he querido ser madre y no he podido serlo? Hay días que me encantaba contestar esto [cuando la gente preguntaba si tendría hijos]. Tomar la decisión me dio mucha fuerza a contar las cosas tal y como eran. Tenía 41 años cuando decidí no seguir, pude continuar, había alternativas, pero es que no quise. Somos una sociedad que no acepta la frustración. Hay que aceptar que hay cosas que no van a pasar por mucho que pongas todo de tu parte. A ver, ha sido un proceso. He estado haciendo terapia y también me he formado como terapeuta, he realizado un proceso muy bestia de desarrollo personal y de crecimiento. Y entiendo que hay mujeres que no lo están viviendo como yo. Me siento una privilegiada porque he podido hacer esto, que me ha ayudado a estar como estoy hoy en día. Yo hoy estoy feliz, tranquila, en paz e ilusionada por la vida. No siento miedo a envejecer sin hijos, estoy muy conectada con el día a día. Obviamente, existe una cicatriz de esta herida. No puedes olvidar que has estado ocho años intentando ser madre y todo lo que has puesto para serlo, pero eso no significa que no puedas estar bien.

¿Cómo convivía en su momento con los embarazos de alrededor?

MC: ¡Con toda la dignidad posible! Te alegras por el otro pero hay una parte que piensas "Hostia, ¿yo por qué soy tan desgraciada?" Mi mejor amiga tuvo dos hijos en todo este tiempo y los quiero, pero en ese momento te sientes sucia por tener envidia. Es como mirarse el mundo en la sombra.

MA: Todas mis amigas se quedaron embarazadas, incluso las que decían que no querían. Y mi hermana, claro. Vivimos su maternidad y mi no maternidad a la vez. Hablamos mucho, nos revisamos mucho, qué necesitas tú, qué necesito yo y cuando era necesario le decía que no podía acompañarla porque no podía soportarlo. Y enfadándonos, también. A todas las mujeres que acompaño siempre les digo lo mismo: "Las emociones no se eligen, tú no estás obligada a alegrarte". Si tu hermana o tu amiga se queda embarazada y tú no te alegras, no te fustigues. Tienes derecho a no alegrarte. Quizás en ese momento estás sintiendo tristeza, envidia y está bien, no pasa nada, sientelo. Luego la cosa irá cambiando.

¿Cómo está ahora?

MC: Para mí es ahora una época pasada y superada, y también costosa y dolorosa. Se mezclaban muchas cosas, ya que también se juntaba la enfermedad [sufre esclerosis múltiple]. Y es lo que decía antes Míriam, es como una cicatriz. Es como haber pasado algo traumático, pero ha merecido la pena porque ahora tengo a la niña. Pienso que ojalá no hubiera tenido que pasarlo, pero volvería a pasarlo sabiendo que la tendría a ella.

MA: Es curioso porque yo tengo la misma sensación: siento que esto que me ha pasado me ha llevado a donde estoy hoy. No me alegro de lo que me ha pasado, pero sí me alegro de lo que he hecho con lo que me ha pasado y en la persona en la que me ha convertido. Me ha permitido conocer partes de mí que no sabía que existían: no sabía que sabía escribir, comunicarme... Me he podido formar y estoy acompañando a mujeres. Ha sido un proceso de mi vida y lo he integrado. El objetivo final de todas las mujeres que intentamos ser madres es tener un hijo, pero a veces no llega y llegan otras cosas.

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