Las violencias invisibles
BarcelonaLa escritora Jane Lazarre, una de las primeras en escribir sobre la ambivalencia de la maternidad, afirmaba: "Creo firmemente que los relatos de la maternidad, de cualquier clase y etapa, deben explicarse si queremos abrirnos camino entre la idealización y la demonización".
Yo, además de los relatos de la maternidad, añadiría los relatos de las relaciones de pareja y especialmente cuando tenemos hijos. Es cuando la convivencia se tensiona y aflora lo que hasta entonces se había disimulado. Si existían disputas, tensiones o malestares, se multiplican.
Y sí, hablo de violencia.
Cuando evocamos la violencia machista, automáticamente pensamos en la violencia física: golpes, palizas, empujones… y en última instancia, feminicidios y infanticidios. Pero desgraciadamente, violencias hay muchas, tantas como hombres maltratadores, y con demasiada frecuencia adoptan formas invisibles.
Porque violencia son también los insultos, obviamente. Insultar a la pareja, aunque sean en momentos puntuales, es violencia. Insultar a los hijos es violencia contra la familia. Violencia, como ya estamos casi todas más o menos concienciadas, es el control disfrazado, o no, de celos. Violencia son los malos humores –siempre de uno contra otro– por cosas banales y aleatorias. Violencia es desacreditar a la madre por cómo lo hace con las criaturas. Violencia es la ley del silencio, del no hablar ni solucionar los conflictos de forma reparadora. Violencia es criticar amistades y familiares, creando un daño y un malestar hacia tu pareja, que por mucho que sea cierto lo que se critica, haga daño. Y, por supuesto, violencia es el control económico, en beneficio de "gestionar mejor la economía familiar".
Una realidad que cuesta afrontar
Existe un tipo de violencia que es como una nebulosa; la sientes, la vislumbras, pero no estás segura de si es vaho, vapor o niebla. Te crea un malestar que, a veces, incluso, cuesta reconocer, "sereno yo que estoy más sensible" o "está pasando una mala racha, seguro que cuando ocurra vuelve a ser el de antes". Formas veladas de autonegarnos una realidad que cuesta afrontar. ¿Por qué a qué mujer le gusta reconocerse como víctima? A qué madre, mujer fuerte que ha parido, criado y salido adelante a criaturas, le gustaría reconocer que ha tolerado que su compañero la insulte, la controle, le exija... entre las cuatro paredes –y quizás más allá– de lo que debería ser su refugio?
Tener hijos aumenta el riesgo de la violencia de género. Muchos hombres, en el momento en que tenemos hijos, dejan de velar los ataques que ya hacían sutilmente. Las disputas son más agresivas y las discusiones más violentas cuando de dos transcurre/transcúrre a tres. Y no, no es una relación tóxica, es que ellos la hacen tóxica y muchas también levantamos la voz cuando nos la levantan.
Y mientras de puertas adentro podemos reaccionar a la violencia de forma primaria, hacia afuera se nos forma un nudo, un nudo en la garganta, que nos ahoga, en la mayoría, las palabras. No sabemos si es normal lo que está pasando. No tenemos apenas referencias externas, historias reales de otras mujeres que hayan vivido lo mismo. Creemos que nosotros también somos tóxicas, que también llamamos, también insultamos, que estamos taradas tal y como ellos nos han repetido insistentemente... Cuando la mayoría de las veces son re-acciones. Reaccionamos ante un ataque.
Estamos perdidas porque de violencias físicas tenemos más referencias, pero no de las veladas, de las sutiles, de las que nos dejan dubitativas y preferimos pensar que seguramente lo hemos malinterpretado. Pero cuando los perros ladran, algo sienten. Sabemos que hay algo que no funciona. Que la crisis se alarga, que los "momentos buenos" son cada vez menos y que el insulto, la humillación, la mentira no debería ocurrir ni en el máximo estrés de una situación incómoda.
Hablar sin tapujos
La violencia de género tiene muchas manifestaciones y necesitamos hablar de ello. Hablar de nuestras relaciones sin tapujos. Hablar con las amigas, la familia, la vecina y la conductora del autobús. Decir en voz alta "mi marido me humilla y me llama cuando pierde los papeles", no esconderlo, porque cuando lo verbalizamos, lo visibilizamos, tomamos conciencia nosotros y toman también las demás. El relato de las demás nos empodera, nos da conocimiento y nos hace ver que no, que no es normal y lo sufrimos más de lo que imaginamos.
Porque nuestra historia, la historia de las mujeres, ha tolerado e invisibilizado demasiadas formas de violencia, y la de la pareja, aún hoy en día, la seguimos escondiendo en la intimidad. No lo explicamos porque, en caso de duda, escondemos. No se trata de denunciar ante un juez (o sí), pero para dar el primer paso, antes debemos poder explicar las desigualdades que nos atraviesan en la pareja con nuestras iguales. Por eso hoy escribo, públicamente aunque con seudónimo, desde la paz de un divorcio y la necesidad de saber que no, que no estamos solas y que sí, desgraciadamente todavía estamos demasiado.