Ellos, ellas, elles: ¿se acabará imponiendo el lenguaje no binario?

Las personas que no se identifican con el femenino ni el masculino piden una fórmula para denominarse

Elliot Page, protagonista de la película Juno, anunció hace unos meses que es trans y que los pronombres (en inglés) con los que se identifica son he (él) y they (ellos, que también se usa en casos en los que no se conoce la identidad de la persona). Este último pronombre, que en castellano se ha traducido en colectivos feministas y LGTBIQ++ como elle y que en catalán no tiene una traducción consolidada, es el que utilizan en inglés las personas no binarias. Son las que no se identifican ni con el género masculino ni con el femenino o se identifican con ambos, una realidad que puede incluir desde trans hasta heterosexuales, porque es independiente de la orientación sexual. No se sienten incluidas en el binarismo , “la norma” que, según Paul B. Preciado, “nos ha dividido, partido en dos, y forzado a escoger una de nuestras partes”. El lenguaje inclusivo que quiere evitar el masculino genérico para incluir a las mujeres se queda corto ante esta realidad. Cambiar la flexión de género por la x –que no funciona oralmente– o por la e en castellano o la i en catalánson opciones que han encontrado las personas no binarias en su búsqueda para denominarse y que cada vez se usan más. Pero ¿se acabará consolidando esta manera de hablar como ya está pasando con el desdoblamiento en masculino y femenino, aunque sea en convivencia con los pronombres tradicionales? Lingüistas y activistas consultados por el ARA no se ponen de acuerdo. Desde el punto de vista de la lengua, la mayoría considera que no tiene recorrido, mientras que entre el activismo se afirma que la lengua tiene que responder a esta realidad.

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Bel Olid, presidenta de la Associació d'Escriptors en Llengua Catalana (AELC), reclama una solución ante “una necesidad expresiva” y denuncia que las personas no binarias acaban utilizando antes el inglés o el castellano que el catalán. En la AELC la urgencia se hace evidente a la hora de traducir al catalán obras como la de Kae Tempest, escritas en lenguaje no binario, y que “no se pueden traducir utilizando él o ella”. Tempest también anunció en agosto que cambiaba de nombre y de pronombre: dejaba de ser Kate y quería ser tratada con el they/them y no she/her. “¿Cuántas personas tienen que vivir una realidad para que la lengua responda?”, se pregunta, y confía en la fuerza de les adolescentes, que se identifican así cada vez más –según una encuesta que se hizo en 2016 en los EE.UU., el 12% de los millennials se consideran trans o no conformes con el género asignado–. Olid espera que lis que se dediquen a la lengua puedan impulsar el cambio porque “desde el privilegio es muy fácil decir que es una sandez”. És una realidad que avanzará “a medida que haya más familias que crien criaturas sin imponer el género”, asegura. “Nos lo encontraremos a las guarderías”.

“Es una superstición que el lenguaje cree realidad”

Los lingüistas consideran que la lengua no se puede forzar a modificarse

La evolución del lenguaje la deciden los hablantes y no responde a imposiciones. Es lo que afirma la jefa de Lengua del ARA, Maria Rodríguez Mariné, que cree que la desinencia i en catalán nose consolidará porque “la lengua no se puede inventar”. A pesar de que entiende que se fuerce para visibilizar colectivos como hace la CUP con el femenino plural, esto no cambiará el habla de la gente, opina, e ironiza: “Si así fuera el catalán lo hablaríamos igual de bien todos, y esto no pasa”. “No puedes coger y decir «Ahora cambiaremos el sistema de la lengua», porque es en parte inconsciente. El hablante no controla lo que dice, lo ha adquirido, no se puede construir de una manera artificial”, añade el lingüista Albert Pla Nualart.

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¿El lenguaje crea realidad?

Los lingüistas alegan que el género no marcado ya existe: el catalán y el castellano asimilaron dentro del masculino el género neutro que sí existía en latín. Un género que, según muchos, es estrictamente gramatical y no influye en la sociedad. Por eso Rodríguez Mariné, antes de aplicar la desinencia en i o e, cambiaría la denominación de los géneros por otras palabras que no fueran “masculino” ni “femenino”. De hecho, “solo un 15% de las lenguas tienen dos géneros”, pero “el mundo es machista en general”. “El problema no es la lengua, es la sociedad”, dice la jefa de Lengua, que cree que “si nos entretenemos en estas cosas no atacaremos el problema real, que es el sexismo”. 

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“Es una superstición que el lenguaje cree realidad. Cambiar la lengua no cambia nada. Si alguien me lo puede demostrar que venga y me lo explique”, desafía la profesora de lingüística de la Universitat de Barcelona Maria Carme Junyent, que cree que el debate es una pérdida de tiempo y que defiende que “lo que es fundamental es que la sociedad los acepte tal como son”. Según la profesora, el desdoblamiento es una muestra de esta correlación inexistente entre lenguaje y realidad que “hace 40 años que dura y no se ha notado ningún efecto”. Además, afirma que el género no marcado “llamaría a la discriminación más que a la inclusión porque se caracterizaría y se expondría a un grupo determinado”. Junyent abre las puertas de su aula: “Si vinieran a clase de lingüística conmigo les pasarían muchas manías”, dice desde el otro lado del teléfono.

Por su parte, Pla Nualart explica que esta creencia de que el lenguaje influye en la sociedad, que se remonta al postestructuralismo francés, “nace de la impotencia para cambiar la sociedad” mediante “la lucha”. “Es la salida que se tiene cuando no se es capaz de cambiar el poder”, añade. 

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Las familias y no los padres

Hay lingüistas más abiertos a las nuevas propuestas, como por ejemplo Míriam Martín, del Optimot, que cree que se tiene que hablar de ello, a pesar de que “no hace falta forzar la lengua con desinencias que no son lo suficientemente naturales”. Ella apuesta por las formas genéricas siempre que lo permita el contexto y no alejen al lector. “En vez de hablar de madres, padres y niños, hablar de familias”, propone la lingüista, que admite que no hay una receta mágica. Tiene claro que el desdoblamiento no es la solución porque no incluye a las personas no binarias: “Quizás estaría bien que dejáramos de hacernos los guays con tanto lenguaje inclusivo que para mí es falso y nos dedicáramos a pensar en formas genéricas que no tengan la connotación de masculino-femenino”, propone Martín, que anima a las instituciones a reciclar al personal que trabaja en ellas con gente joven. 

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En este sentido, la jefa de Lengua del ARA advierte de que el lenguaje inclusivo conduce a la absurdidad y hace caer en incongruencias. Y exclama: “Cuando hablan de niños ya no sabes si hablan de niños varones o de niños y niñas. Hay documentos que hablan de personas ingenieras. ¡Esto no tiene ningún sentido!”