Arte

La artista exiliada Roser Bru, admirada en Chile, olvidada en Cataluña

El Museo de Arte de Girona inaugura una retrospectiva muy completa que pretende poner en valor la obra y la figura de la artista catalana

GeronaRoser Bru i Llop (1923-2021) es una de las artistas catalanas más relevantes de la segunda mitad del siglo XX. Con un estilo propio, ecléctico y experimental, que transita entre el informalismo abstracto, el expresionismo colorista y el arte de denuncia, se formó e hizo carrera en Chile, el país donde se exilió con tan sólo 16 años, huyendo de la Guerra Civil. Como chilena de acogida, en Latinoamericano ha sido una creadora muy notoria y valorada, sobre todo por su faceta de grabadora, pero, en cambio, en Catalunya, aunque mantuvo siempre latente el vínculo nacional, es poco conocida. Para intentar reparar este agravio, el Museo de Arte de Girona inaugura la exposición Roser Moreno. Superar la distancia, que se puede visitar hasta el 30 de marzo.

La muestra, hecha de la mano de la Fundación Bru, reúne un centenar de obras, 80 de ellas venidas de Chile. La comisarían Àlex Mitrani, principal impulsor de la recuperación del artista en Cataluña, e Inés Ortega-Márquez, que, además de ser estudiosa de Bru en su contexto chileno, también ha ayudado a realizar los trámites necesarios para que las piezas escogidas pudieran atravesar el Atlántico y verse en Gerona.

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Mujeres totémicas, pintura de denuncia y visión humanista

La exposición se estructura en tres grandes bloques temáticos, organizados con cierta evolución cronológica. Empieza una sala dedicada a la mujer, icono central de la producción pictórica de Bru, sobre todo a partir de los años sesenta, después de su primera venida a Cataluña. Son cuadros de colores lilosos, con mujeres representadas como diosas universales, vírgenes o muñecas rusas, poderosas ya la vez rasgadas, que, como si fueran cariátidas griegas, aguantan el peso de la vida humana y la historia. "Son figuras totémicas, frontales, llenas de dignidad y solemnidad, con una rigidez casi escultórica, como un manifiesto sobre la condición y la identidad femenina en su sentido más simbólico y mítico", explica Mitrani. De estilo informalista, con un trazo sobre superficies rugosas, recuerdan el trabajo de la materia de Antoni Tàpies y, al mismo tiempo, el primitivismo autóctono del románico catalán.

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La segunda sala está dedicada a las obras de denuncia, hechas sobre todo a partir del golpe de estado de Pinochet de 1973, que el artista vivió como un auténtico corte abrupto contra la libertad que la conectaba directamente con su experiencia huyendo de la represión franquista. Son cuadros hechos como palimpsesto, que superponen imágenes de medios de comunicación, fotografías de archivo o referencias a figuras como Lorca o el Guernica. "A partir de ahí Bru trabaja un nuevo realismo que establece un diálogo entre la Guerra Civil y Pinochet, tal y como se observa, por ejemplo, en su serie de retratos sobre la fotografía de Capra del miliciano asesinado y el de la desaparecida 335 de la dictadura", comenta Ortega-Márquez.

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Finalmente, la exposición termina con una galería dedicada a la vertiente humanista del artista, síntesis final después del feminismo y la crítica política. Se pueden captar cuadros dedicados a algunos de sus referentes, todos ellos trágicos, como Frida Kahlo, Kafka o Víctor Jara; además de un conjunto de pinturas muy interesantes sobre la geometría crucial del triángulo y la sandía, símbolos de la fertilidad, vientre y cuerpo herido.

Antes de estos tres bloques, la exposición comienza con una introducción que explica la importancia de conjugar la doble nacionalidad —catalana y chilena— en toda la vida y obra de Roser Bru. El artista llegó a América a bordo del paquebot Winnipeg, en 1939, y, con cierta rapidez, se introdujo en el mundo artístico chileno, cursando la carrera de bellas artes y formando parte del importantísimo Taller 99 de grabados, de Nemesio Antúnez. Sin embargo, la huella de la catalanidad continuó presente a lo largo de toda su vida, en la que creó lazos en el exilio con otros huidos como Pere Quart o Montserrat Abelló, y emprendió varias idas y venidas a su tierra natal a partir de 1958.

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