Arte

Mariano Fortuny, el pintor que quería retener el tiempo

Una exposición en el Museo Salvador Vilaseca de Reus profundiza en la relación del pintor con la naturaleza

BarcelonaComo todos los grandes artistas, la fuerza de la pintura de Mariano Fortuny (Reus, 1838 – Roma, 1874) sigue plenamente vigente. "Cada vez tengo más claro que el tema artístico de su vida fue la metáfora del tiempo", afirma Francesc Quílez, comisario del Any Fortuny y de la exposición del Museu Salvador Vilaseca de Reus Fortuny, la observación de la naturaleza. El poder de la mirada, en cartel hasta el 14 de diciembre. "En su pintura, Fortuny intenta congelar el tiempo, retenerlo –explica Quílez–. Evidentemente, es un esfuerzo inútil y estéril, porque el tiempo no puedes retenerlo, es infalible. La única fiabilidad es la muerte, pero estéticamente Fortuny intenta transmitir ese sentimiento, ese estado de ánimo".

Para Quílez, la vigencia y la autenticidad de las obras de Fortuny se encuentran en que "supo trascender su tiempo histórico". "Curiosamente, fue un pintor muy arraigado en el tiempo histórico; además, tuvo una firme convicción de que era un pintor situado en su tiempo histórico, pero al mismo tiempo fue capaz de impulsarse y superar esa dependencia para trascender su tiempo histórico y convertirse en un pintor atemporal", dice.

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Fortuny es uno de los puntales de la trayectoria de Francesc Quílez, y en la exposiciónha sacado a relucir un aspecto hasta ahora poco trabajado de su obra, la relación que mantuvo con la naturaleza a lo largo de toda la carrera. La muestra incluye unas 80 obras, entre pinturas, dibujos y grabados. Un 20% son de colecciones privadas, como El afilador de sables, y otras provienen, además del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), del Museo del Prado (Malvas reales), el Museo de Bellas Artes de Bilbao (La plaza de toros de Sevilla) y el Museo Carmen Thyssen de Málaga (Paisaje norteafricano).

Como dice Quílez, el recorrido de la muestra va in crescendo a través de cinco ámbitos dedicados, progresivamente, a los detalles de plantas y flores y la construcción del paisaje. Las obras expuestas permiten ver su evolución y un rasgo que marca la trayectoria de Fortuny. "La vida de Fortuny está sometida a una tensión permanente, a una ambivalencia entre el deseo y la realidad. Por un lado, debe satisfacer las peticiones adaptadas al gusto del momento que le hacen el marchante y la clientela, es decir, las pinturas de casacas, las pinturas orientalistas, las pinturas, en definitiva, más comerciales. de este corsé y trabajar con absoluta libertad. Y, sobre todo, lo que quiere es pintar lo que le gusta, lo que le satisface", explica el comisario.

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Esta espontaneidad, Quílez la encuentra en el non finito, en que Fortuny dejara algunas obras inacabadas. "¿Cómo es posible, y resulta incluso paradójico, que un artista que siempre ha tenido esa imagen de ser absolutamente infalible, pétreo, sin fisuras, tuviera estas debilidades y mostrara estas vulnerabilidades y dejara muchas obras inacabadas?", se pregunta Quílez. Sobre todo porque esto era un hecho "impropio en el contexto y la sensibilidad de la época; era absolutamente incomprensible". Entre estas obras se encuentran La plaza de toros de Sevilla, que el Museo de Bellas Artes de Bilbao compró el pasado año a una colección barcelonesa.

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De la flor al paisaje

El recorrido arranca con El interés por la botánica. El paisaje deconstruido. El estudio de la naturaleza se remonta a la etapa de formación, cuando Fortuny hizo excursiones a Sarrià y Horta cuando estudiaba en la Lonja, y se puede observar cómo establece una "relación emocional" con la pintura. También llama la atención que dedicara una pintura de grandes dimensiones a unas malvas reales. "Esto es muy representativo del interés que tenía por la representación de la naturaleza –subraya Quílez–. Algunos dicen que este cuadro podría ser el detalle de alguna obra mayor, pero sería monumental. No puede ser. Es un caso único, es un caso singular, del interés por representar un motivo concreto".

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Y si lo mejor de La batalla de Tetuán fuera el cielo? Aunque esta gigantesca obra no sale del MNAC, los dibujos y trabajos preparatorios expuestos en el segundo ámbito de la exposición en Reus revelan la fijación que Fortuny tuvo para representar los celajes. "La batalla de Tetuánno deja de ser una pintura de historia con pretensiones canónicas, pero, como sabemos, Fortuny no salió adelante, fracasó, porque no se adaptó a los criterios de lo que es una pintura de historia", explica Quílez. Esto quiere decir que esta pintura "no tiene épica, conflicto, maniqueísmo ni heroísmo". que ocupa la franja horizontal superior, tiene un protagonismo altísimo", dice el comisario. Además, Quílez recuerda los extraordinarios celajes de las acuarelas de Portici, entre ellas Paisaje de Porticio, de la colección Vida Muñoz. En algunas de ellas, Fortuny alcanza "una abstracción total, y la línea del horizonte del cielo y el mar se confunden". Además, en este ámbito se pueden ver La plaza de toros de Sevilla y las acuarelas Mar, al fondo el Vesubio, también propiedad del Prado, y Ruinas romanas cerca de Cervara, del Museo de Reus.

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Los protagonistas del tercer ámbito son el locus amoenus, es decir, "lugares idealizados que evocan belleza, serenidad, contemplación e intimidad emocional", tal y como explica Quílez. Una de las obras que se puede ver es El afilador de sables, proveniente de una colección barcelonesa, que evoca un giro insospechado en la vida de Fortuny. "Es un pintor que aspira a alcanzar el éxito, al reconocimiento social y económico. Pero una vez lo logró, con la presentación de La vicaría en París en 1870, se produjo una situación insólita, porque renunció a todas las joyas del triunfo y se trasladó a Granada, que en ese momento estaba situada completamente en la periferia del sistema. Fortuny hizo como una especie de reset, se reinventó y empezó a cuestionarse a sí mismo como pintor", dice Quílez.

En Granada, Fortuny se interesó por la representación de "jardines frondosos, llenos de agua, flores, plantas". Para Quílez, que también es el autor del libro Fortuny, un pintor tras el aparador (Trea), son unas obras más bien clasistas porque reflejan la vida "privilegiada" que Fortuny y su familia podían permitirse.

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El tramo final está dividido en dos ámbitos: Experiencias plenairistas, dedicado a la creación al aire libre, y Horizontes topográficos. Este último incluye Paisaje norteafricano,"una obra extraordinaria, que tiene un punto como mágico, surrealista, con un gran horizonte", dice Quílez, quien la ve como una predecesora de los cuadros surrealistas del cabo de Creus de Dalí, que, precisamente, fue un gran admirador de Fortuny.