Venecia, un bálsamo para las heridas del pasado colonial
En el pabellón español de la Bienal de Arte, Sandra Gamarra tunea cuadros clásicos para denunciar la persistencia del colonialismo y el racismo
VeneciaLa jornada de este viernes en la Bienal de Arte de Venecia ha arrancado en el pabellón de Estados Unidos con música y danza. Ante un gentío, dos agrupaciones de nativos estadounidenses han ejecutado la Jingle dress dance, una danza de la tribu ojibwa con la que piden a los ancestros fuerza, protección y sanación. No es un gesto menor ni exótico. Con el afán dominante en la bienal de intentar paliar los estragos del colonialismo, por primera vez en Estados Unidos les representan un artista nativo estadounidense y queer, Jeffrey Gibson. Sus esculturas totémicas hechas con cristales de mil y un colores son una fiesta, y quiere plantear un futuro "radicalmente inclusivo, donde todo el mundo tiene visibilidad y es aceptado y querido". Asimismo, el pabellón de Brasil, este año rebautizado como Hãhãwpuá, en la lengua del pueblo pataxo, aborda la resistencia indígena a través de una retahíla de obras de creadores como la comunidad tupinambana.
Cerca de este pabellón, medio escondida en una zona ajardinada, hay otra obra muy elocuente. Se trata de una escultura gigantesca del colombiano Ivan Argote: Descanso consiste en la réplica, tumbada y rota en diferentes pedazos, de un monumento a Cristóbal Colón, convertido, además, en una jardinera de plantas migrantes.
También en esta zona se han formado unas colas larguísimas frente al pabellón de Egipto para ver el vídeo de un musical de Wael Shawky sobre la revuelta de Urabi contra la influencia imperial que fue aplastada por los británicos, que van ocupar el país hasta el año 1956. Hay grandes colas en otros dos pabellones: el del Reino Unido, con una formidable macroinstalación audiovisual de John Akmofrah sobre "la memoria, la migración, la injusticia racial y el cambio climático". Y el de Alemania, que incluye un vídeo de aires distópicos de Yael Bartana y Ersan Mondtag sobre la supervivencia después de que la Tierra sea inhabitable.
Aprender del pasado para preparar el futuro
"La idea es dejar algo para el futuro, porque del presente ya no podemos cambiar tantas cosas", advierte Agustín Pérez Rubio, comisario del pabellón español, protagonizado por la artista peruana-española Sandra Gamarra, conocida por unas pinturas con las que quiere dar visibilidad a las figuras indígenas que quedaron ocultas por los discursos occidentales. Es la primera vez que un artista no nacido en España representa a España. Entre Gamarra y Pérez Rubio han organizado una exposición, titulada Pinacoteca migrante, con distintos ámbitos que revelan los daños del pasado colonial y cómo son la semilla de problemas globales de ahora como el cambio climático. Se pueden ver pinturas tuneadas de museos españoles de artistas como Frans Hals, Murillo y Velázquez. Concretamente, la reproducción deLostres mulados de Esmeraldas, de Andrés Sánchez Gallque, recuerda que el Museo del Prado los usó, coincidiendo con la exposición Vuelve-viaje. Arte iberoamericano en España, como imagen de tres tipos de chocolate según su grado de negrura, hasta que ella y Pérez Rubio lo denunciaron en las redes sociales y el museo las retiró.
También hay un homenaje a los activistas por la tierra indígenas asesinados y una denuncia del racismo implícito en objetos como las viejas huchas del Domund, y muestras de actitudes racistas de grandes museos. Y el recorrido termina con un jardín lleno de retratos de héroes y heroínas indígenas. "El objetivo es crear otra narración, que no se repita la idea de una historia única", sostiene Sandra Gamarra.
El cacao vuelve a ser el protagonista del pabellón de los Países Bajos, este año ocupado por el colectivo de artistas del Círculo de Arte de Trabajadores de las Plantaciones Congoleñas. Las esculturas de personajes como Raíces, Maestro la plantación, Trabajo Forzado y Pescado Protector tienen un afán reparador: primero las hicieron con barro de bosques antiguos alrededor de Luganda, y después las rehicieron con cacao y aceite de palma en Amsterdam. De esta forma, los artistas creen que el trabajo considerado impuro de las plantaciones se convierte en una herramienta de reparación. También denuncian que muchos museos del mundo se benefician del trabajo en las plantaciones.
En el pabellón compartido por la República Checa y Eslovaquia, el artista Eva Koťátková aborda el impacto del colonialismo en los animales. Recuerda que el corazón de una jirafa libre es doce kilos más ligero que el de una en cautiverio a través de la historia de Lenka, una jirafa capturada en Kenia en 1954 y traslada al zoo de Praga. Solo sobrevivió dos años. Cuando murió, la disecaron y la expusieron en el Museo Nacional de Praga hasta el año 2000. Sin embargo, el afán por combatir el colonialismo dentro de la Bienal puede tener una cara oscura: Bolivia ocupa el pabellón dentro de un acuerdo comercial para que Rusia explote las reservas de litio, cuyo impacto en el paisaje será irreversible.
Historias como estas resuenan con más fuerza en los pabellones nacionales que en la exposición central, Extranjeros en todas partes, comisionada por el director de esta bienal, el brasileño Adriano Pedrosa. Más de la mitad de los 332 artistas están muertos, y unos 50 nacieron en el siglo XIX. Tiene mucho valor que Pedrosa dé visibilidad, a menudo por primera vez en la Bienal, a los artistas indígenas, queer, outsiders y naïf, pero la falta de contrapuntos o de diálogos entre distintas generaciones hace que el recorrido sea demasiado repetitivo.