Amos Gitai: "El asesinato de Yitzhak Rabin es la gran oportunidad perdida del conflicto israelí"
BarcelonaEs el gran cineasta de Israel, cronista de su historia moderna y de sus conflictos y heridas abiertas. Amos Gitai (Tel Aviv, 1950), visita Barcelona para presentar la gran retrospectiva que le dedica la Filmoteca de Catalunya hasta el 19 de febrero, y que recorre una obra rica formalmente, fértil en ideas y de un humanismo militante.
En su primer documental, House, entrevistaba a los antiguos habitantes palestinos de una casa y a los judíos que fueron a vivir allí después. Fue recibida con indignación y la prohibieron en la televisión.
— Hace 40 años, el nivel de conciencia del conflicto era más bajo que ahora y los israelíes no querían oír hablar de los palestinos. Ahora, palestinos e israelíes son más conscientes los unos de los otros porque el conflicto ha empeorado. Saben que ni los unos ni los otros se marcharán, y la pregunta es cómo se resolverá todo. Entonces querían resolver el problema haciendo que desapareciera la película. No funcionó, claro. El conflicto no ha desaparecido, pero la película está viva y continúa siendo relevante. Esto me hace feliz como cineasta y triste como ciudadano.
Un misil sirio impactó en el helicóptero en el que usted viajaba en 1973 durante la Guerra del Yom Kippur. Ha dicho que hablar con el director norteamericano Samuel Fuller fue determinante para decidirse a explicar la experiencia 27 años después en el film Kippur. ¿Qué le dijo Fuller?
— Fuller era una persona muy inspiradora porque supo conservar la independencia como cineasta. Lo conocí en 1992, cuando trabajamos en una performance que me encargó un gran festival de teatro. Una noche le expliqué mis experiencias durante la guerra y me dijo que tendría que hacer una película. Yo no sabía cómo hacer cine bélico, pero él decía que las películas de guerra están llenas de mentiras porque los directores no han conocido la guerra. Me dijo que, si no sabía qué hacer, tirara de mis recuerdos y los recreara. Así que empecé a preparar la película y seguí su consejo.
Ha dedicado una película, una obra de teatro y una exposición al asesinato de Yitzhak Rabin. ¿Es el acontecimiento más importante de la historia reciente de Israel?
— También he publicado un libro sobre el asesinato de Rabin, con todos mis archivos sobre el crimen. Conocía bien al personaje y el contexto porque dirigí cuatro documentales para la cadena Arte sobre las negociaciones entre Israel y Palestina. El asesinato de Rabin representa la gran oportunidad perdida para resolver el conflicto. La historia de Israel sería diferente si él continuara vivo. El cine no es solo espectáculo. Yo entiendo mi trabajo como un servicio cívico a la sociedad, una forma de hablar sobre los problemas de la sociedad y concienciarla. Y lo intento hacer a través de películas, exposiciones o teatro.
El asesinato de Rabin dio paso a 25 años casi ininterrumpidos de gobierno de la derecha en Israel. ¿Cómo valora la salida de Netanyahu del poder y el actual gobierno de coalición? ¿Podría ser un empujón para el proceso de paz?
— Es positivo que haya una cierta alternancia en el poder, pero no creo que volvamos a una situación como la que teníamos antes del asesinato de Rabin. Hoy en día hay que ser muy prudente a la hora de valorar las noticias políticas, incluso las buenas. El escenario político global es muy preocupante, con políticos como Donald Trump y el ascenso del antisemitismo en Hungría o el regreso del franquismo en España.
¿Qué papel tiene que jugar el cine ante el auge de la extrema derecha?
— Cambiar la mentalidad de la gente es un proceso largo y lento. El cine tiene que formar parte del cambio, pero no a través de obras simplistas y propagandistas sino profundas, que hagan preguntas incómodas sobre la sociedad. El cine europeo se ha vuelto muy tímido, no encuentro películas valientes que hablen del racismo o la inmigración con complejidad. La mayoría lo hacen de forma didáctica, muy preocupadas por gustar al público. Por suerte, el planeta no lo mueven solo el dinero, la codicia y las armas, sino también las ideas, así que tenemos que hacer cine de ideas.
La joven directora israelí Hadas Ben Aroya comentaba al ARA que ella siente la necesidad "casi política" de no hablar nunca en su cine del conflicto entre Israel y Palestina. ¿Lo entiende?
— Sí. Todo el mundo tiene derecho a hablar de lo que quiera, el conflicto continuará tanto si te enfrentas a él como si lo ignoras. Como sociedad tenemos una vivencia colectiva del conflicto, pero cada cineasta es un individuo. Dirigir una buena comedia es completamente legítimo, no tiene nada de malo. No somos en un país soviético donde todo el mundo tiene que ir en la misma dirección. Pero cada vez veo menos films que sean profundamente cívicos. Y lo digo en el sentido en que lo era el cine de Rossellini, por ejemplo.
En 2009 dirigió a Jeanne Moreau en la obra del Festival Grec La guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas, y después también en el cine. ¿Cómo fue trabajar con ella?
— Increíble, era una actriz genial. He hecho un montón de películas con grandes figuras: Natalie Portman, Juliette Binoche, Rosamund Pike, Hanna Schygulla... Moreau fue muy especial: era una actriz muy inteligente, muy aguda; le gustaban los retos y huía de los halagos. Nos lo pasamos muy bien. Si le decías “qué bien lo haces, Jeanne” te mandabar al carajo; ella quería ser cuestionada y desafiada.
¿Y eso le gusta, en una intérprete?
— Me gusta la gente independiente. Los actores independientes contribuyen al resultado de la película y aportan ideas que a ti no se te ocurrirían. Es el tipo de relación que tengo también con el resto del equipo.
Tiene formación de arquitecto y es hijo de un gran arquitecto de la Bauhaus, Munio Weinraub Gitai. ¿Cómo le marcó este hecho en su carrera cinematográfica?
— Estudié arquitectura nueve años, así que te puedo diseñar una casa, si quieres, tengo el diploma. También me saqué el doctorado en Berkeley, pero como ya dominaba la arquitectura pensé en hacer algo diferente. Ser arquitecto me ha influenciado mucho como director: me interesan mucho el paisaje, los espacios y el ritmo. Me gusta mucho trasladar lo que sé de arquitectura al cine.
Una de las películas más atípicas de su carrera es el documental que hizo sobre el grupo Eurythmics.
— Fue una idea de Eurythmics, ellos me vinieron a buscar al Festival de Londres y me preguntaron si quería ir a Japón a hacer una película con ellos. Yo no sabía quiénes eran, la verdad, pero me pareció interesante plantearlo como un encuentro entre su música y los sonidos del Japón de músicos contemporáneos como Toru Takemitsu y Ryuichi Sakamoto. Fue divertido. Ellos tenían mucho dinero y me decían si quería 10 o 15 cámaras para rodar, pero yo siempre respondía que no, que con una ya tenía bastante. Eso sí, tenía que estar con ellos en el escenario. Y en Tokyo, una crítica dijo que el concierto había sido magnífico pero que era imposible ver a Annie Lennox por culpa de un cámara [ríe].
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