Año Català-Roca

Celebramos el centenario de un nuevo arte

Laurá Terré
y Laurá Terré

Han pasado cien años desde que nació “el niño de casa del retratista”, en el pueblo de Valls. En muchas ocasiones escuchamos a Francesc Català-Roca definirse como un autodidacta, pero realmente la universidad estaba en su casa, su maestro fue su padre y los libros de texto su biblioteca. Unos años después, con el golpe de estado contra la República, su padre entró a trabajar en el Comisariado de Propaganda de la Generalitat. Francisco, entonces con 14 años, entró de aprendiz junto a su padre, ayudando a montar carteles como aquel tan conocido de Chafemos el fascismo, y revelaba los carretes que llegaban del frente de guerra. Su sensibilidad por la realidad y el aprendizaje del reporterismo se consolidaron mirando aquellas fotos y también escuchando a las personas que pasaban: André Malraux, Errol Flynn, Paul Robeson... y aquel reportero húngaro desconocido que después se hizo famoso como Robert Capa. Una buena escuela, ¡hay que ver!

Acabada la guerra, su padre no pudo continuar el trabajo de fotógrafo y fueron los hijos los que sacaron adelante la economía familiar. Hasta que en 1948 Francisco abrió su propio estudio, con una única cámara que le cedió su padre. Aquel instrumento de madera sin obturador, que calculaba el tiempo a ojo, marcó el estilo de la primera época de Català-Roca, con temas con poco movimiento que, a pesar de su ingente archivo fotográfico que ahora se conserva, comprobamos que resolvía en pocos disparos. Enseguida tuvo una filosofía propia del lenguaje fotográfico que se resume en una verdad sorpresiva: las fotografías están todas hechas a disposición de quien las quiera “tomar”. Las fotografías no “se crean”. La fotografía es un sistema sustractivo, que va en diferente sentido que la pintura, el dibujo o la escultura, que son aditivos. Todo consiste en ver la fotografía como traducción de la realidad. Esta última no tiene que enturbiar la vista, solo fijada en las copias como fruto de la cosecha. Teorías sencillas para conceptos complejos. Así pensaba Català-Roca, uno de aquellos fotógrafos que creyó firmemente en la capacidad comunicativa de la fotografía, que no necesita palabras ni pies de foto. Se tiene que leer con la mirada. Francesc, que nació en la plenitud de la técnica del blanco y negro, tuvo el privilegio de poder experimentar con la fotografía en color, el grueso de su producción fotográfica de los últimos años. Una producción que todavía se tiene que descubrir más allá de las publicaciones, donde las sombras, los reflejos y los fragmentos ganan terreno a la descripción.

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Abriendo caminos

Català-Roca recibió el Premio Nacional de artes plásticas en 1983 cuando la fotografía, en el entorno de la cultura, todavía no era considerada más allá de su utilidad comercial. La sorpresa fue grande para él, que celebró el premio no con vanidad, sino para mérito de la fotografía y de todos aquellos que tanto se esforzaron en su carrera sin conseguir la libertad en el encargo. Los fracasos para él habían sido incentivo para continuar “haciendo cosas” que abrirían nuevos caminos de experimentación. Entendía la fotografía como una disciplina muy nueva, que rompía la tradición del arte. “Llegará un momento -decía-, cuando haya perspectiva, que se sabrá cuál fue el primer fotógrafo, la visión del cual ya estaría del todo desatada de la pintura”. Él pensaba que harían falta muchos años para saberlo. Ahora no ha pasado mucho tiempo, pero han pasado muchas cosas que nos sitúan en otro contexto que a él le habría gustado mucho conocer: la imagen al alcance de todo el mundo y las posibilidades increíbles de la comunicación que han inaugurado las nuevas tecnologías. De esta nueva era de la imagen, quizás él es el primer fotógrafo conocido en España. Este año celebramos, pues, el centenario de un nuevo arte.

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El proyecto de este centenario, en vez de centrarse en la nostalgia del pasado, quiere actualizar la figura de este fotógrafo ejemplar, multidisciplinario, la fotografía del cual estuvo al servicio de la sociedad de manera muy diferente, de interés por la cultura, la publicidad, la industria, la historia y las humanidades. A imagen de las torres humanas de los castillos que se levantan en su pueblo, Valls, el proyecto de este centenario se quiere construir con la cooperación de todo el mundo, entidades, fundaciones, escuelas y cualquier colectivo que quiera sumarse al objetivo de hacer llegar la obra de Francesc Català-Pedrusco a donde todavía no ha llegado. Incluso más allá de nuestras fronteras, consiguiendo el perfil internacional que reclama su calidad indiscutible. Buscando la luz, como hacía el maestro, este proyecto querría iluminar el rastro de Català-Roca en las colecciones y los fondos públicos y privados, los libros publicados y los aún inéditos, los textos, los personajes, amigos y artistas, para ofrecer estímulos a las instituciones, fundaciones, museos, bibliotecas, editoriales, galerías, escuelas y universidades, para que piensen autónomamente sus proyectos. Motivar a todos los agentes culturales a implicarse en la celebración del Año Català-Roca y, respetando estilos y objetivos propios, conseguir una reflexión diversa a partir de su obra.