El abismo de querer creer lo imposible

"Quizá sólo soy el estiércol del jardín de su vida". Con estas palabras el chamán André Malby hablaba, entre lágrimas, de su hijo Mathurin, un chico que rehuyó el legado familiar para vivir de forma ajena a la espiritualidad del padre, figura popularmente reconocida por su convicción esotérica. Años más tarde, el testimonio de la actriz Anna Alarcón sobre Malby y su misterio la hará conectar con Mathurin para tratar de corroborar (o rebatir) su creencia.

En el enfrentamiento moral entre el delirio místico y la abnegación pragmática, el posicionamiento fílmico del director Ventura Durall es suficientemente acertado para procurar abrir una nueva vertiente donde el duelo paternofilial acentúa un retrato sobre el milagro de verse con otros ojos. Sin constatar nada, el viaje por la herida y la posible sanación recuerdan a la poética iluminada del Jodorowsky más aterrizado en una serie de cartas que explican la disconformidad de crecer sin una respuesta.

La película se ajusta a unas imágenes evocadoras que invitan a los matices de unos individuos vulnerables. Pero el desarrollo parece no querer ir más allá, en un acto de fe ante el trauma para contemplar el reto que supone el porvenir –más esperanzador que en La ofrenda, el filme de Durall de 2020–. Con más dudas que respuestas, Supernatural funciona como un incentivo para dirigir la mirada hacia una hermandad con lo inexplicable; tan frustrante e injusto como puede ser, en ocasiones, la vida en sí misma.