Sobre el absurdo del cine de autor actual

Quentin Dupieux es el calcetín desparejado del cine francés. Sus películas no se parecen a ninguna otra, ya menudo no se parecen ni entre ellas. El segundo acto, por ejemplo, podría rimar con Yannick, el filme que hizo en el 2023 sobre un espectador que interviene en una obra de teatro y la dinamita, una gamberrada ingeniosa sobre una representación de la realidad, ehem, interruptus. Esta vez, la ficción a trompicones sería el rodaje de una secuencia de una película en la que los actores (¡y qué actores! Léa Seydoux, Vincent Lindon, Louis Garrel y Raphaël Quenard, la creme del cine francés) entran y salen del relato borrando las fronteras entre mentira y verdad.

En un hojaldre metalingüístico quizás con demasiadas capas para que podamos saber quién es quién y cuáles son sus emociones y motivaciones reales (aunque el filme ya juega a esta enrevesada confusión), El segundo acto a veces parece un chiste sobre el mito de la caverna de Platón; o sobre aquellos personajes despistados sobre las intenciones de sus autores que aparecían en obras de Pirandello o Unamuno. Aunque su naturaleza ligera y su veneno no mortífero hacen que en otras ocasiones la película se acerque más a una versión setciencias deLa cena de los idiotas. Dejémoslo pues en un término medio: parece un capítulo afrancesado de la siempre desconcertante y al mismo tiempo estimulante serie Los ensayos de Nathan Fielder.

Al final, mira, esta vez sí que una película de Dupieux es menos verso libre de lo que suele ser habitual. Menos exitosa y alocada que Rubber, Mandíbulas o Fumar provoca tos, El segundo acto vale la pena, sin embargo, por reír de los chistes que el filme incluye sobre el presente del cine actual: pelis hechas totalmente por IA, actores bordeando la cancelación en cada palabra que dicen y rodajes de filmes de autor… en medio de la nada, justo donde Quentin Dupieux sabe perfectamente que vive su tipo de cine.