¿Somos capaces de ponernos en la piel de un sicario?

"No soy excepcional, sólo tengo la capacidad de mantenerme al margen", apunta la voz en off del protagonista de El asesino, que presume de su talento para ejecutar misiones homicidas sin un atisbo de mala conciencia. David Fincher, el maestro del thriller digital, sitúa al espectador ante el reto de tener que mirar a través de los ojos del sicario mientras éste se distrae apuntando con su rifle a un niño que deambula por la calle. El juego está servido y consiste en retorcer los mecanismos de identificación inherentes a la narrativa fílmica. ¿Seremos capaces de ponernos del lado del protagonista conociendo sus tendencias sociópatas? “La empatía es una señal de debilidad”, defiende el asesino, pero Fincher es el primero en reflejarse en el rigor y eficacia del modus operandi del criminal.

Abrazando el voyeurismo de La ventana indiscreta de Hitchcock, El asesino –que adapta la novela gráfica homónima de Alexis Nolent (Matz) y Luc Jacamon publicada en nuestro país por Norma– representa un ácido retrato de la sociedad de consumo, ya que el protagonista adquiere suministros por Amazon y planea asesinatos vía Google Maps . Sin embargo, más allá del comentario social, la película se fundamenta sobre una mirada de orden filosófico sobre la naturaleza trágica del asesino a sueldo, un Sísifo contemporáneo que intenta aferrarse a la desafección, pero que cae una vez y otra en los desmanes de la crueldad y en unos reveladores ataques de curiosidad y compasión.