Isabel Coixet esteriliza la incomodidad de 'Un amor'

Sara Mesa nos arrastra en la novela Un amor (2020) en la caída en el abismo de una mujer urbana instalada en un pueblo que se encoña de un vecino con el que intercambia favores sexuales por trabajos de lampistería. La escritora empapa todo el libro de una atmósfera enrarecida, desde ese polo opuesto a la concepción idílica del mundo rural que bebe tanto de una tradición literaria concreta como de un subgénero cinematográfico típico de los setenta. Resulta inevitable pensar en la magistral Wake in fright (Ted Kotcheff, 1971) mientras acompañas a la protagonista que se hunde en un barro moral espoleada por el contexto machista que la acosa.

Isabel Coixet traslada la novela de Mesa a la pantalla en una adaptación a primera vista bastante fiel. La directora opta por una puesta en escena sobria e íntima, en consonancia con el punto de vista y el refugio personal en el que la protagonista, Nat (Laia Costa), intenta convertir su huida al pueblo. Pero no es capaz de generar el ambiente ensuciado e inquietante del libro, y traslada a los personajes secundarios la función de ejercer de agentes de la incomodidad, por lo que se acentúan sus rasgos negativos al borde de la caricatura, desde la vecina repelente que encarna a Ingrid García-Jonsson hasta el propietario abusador al que da vida un descolocado Luis Bermejo. Coixet plasma la importancia de la relación sexual no romantizada en el núcleo del filme a través de un erotismo epidérmico e impulsivo, pero parece darle miedo desarrollar la obsesión de una protagonista por un hombre rudo si no es desde la perspectiva final de víctima. Todo el desenlace de la película tiende a la simplificación y la esterilización para convertir una novela inquietante, malsana y compleja con una protagonista no especialmente positiva en un relato superficial sobre hombres machistas y mujeres que acaban reconciliándose consigo mismas en una catarsis final sanadora.