La justicia según Clint Eastwood
El director, de 94 años, estrena el apasionante 'thriller' moral 'Jurado nº 2', la 40ª película de su carrera
'Jurado nº 2'
- Dirección: Clint Eastwood. Guión: Jonathan A. Abrams
- 113 minutos
- Estados Unidos (2024)
- Con Nicholas Hoult, Toni Colette y JK Simmons
En Harry el sucio (Don Siegel, 1971), Clint Eastwood interpretaba a un policía frustrado con el sistema judicial que acaba impartiendo su propia justicia, un posicionamiento pionero en el llamado cine de vigilantes que críticos como Roger Ebert o Pauline Kael no dudaron en calificar de “fascista”. Más de medio siglo después, a los 94 años, el Eastwood director reflexiona en Jurado nº 2 sobre la justicia a través de una historia muy distinta, la de un hombre a punto de ser padre que, mientras presta servicio como jurado, se da cuenta de que él es el autor del crimen que se está juzgando. El preciso guión del debutante Jonathan A. Abrams sitúa al protagonista en un cruce ético: asumir la culpabilidad e ir a prisión por un atropello del que ni siquiera era consciente o maniobrar desde dentro del jurado para conseguir la absolución de el acusado.
No es la primera vez que el cine de Eastwood explora la tensa relación entre la justicia y la verdad. En Medianoche en el jardín del bien y del mal (1997), el marchante de arte absuelto del asesinato de su joven amante era cuestionado por su amigo periodista: "¿Me dirás lo que pasó de verdad?" “La verdad, como el arte, depende del ojo con el que se mira”, respondía el personaje interpretado por Kevin Spacey, una idea que Eastwood desplegaría posteriormente en el díptico bélico sobre la batalla de Iwo Jima formado por Banderas de nuestros padres (2006) y Cartas desde Iwo Jima (2006). En su nueva película, los puntos de vista enfrentados son los de la fiscal del caso y el protagonista –Toni Colette y Nicholas Hoult, que hace 22 años eran madre e hijo en Un niño mayor–; ella, ambiciosa y convencida de la infalibilidad del sistema judicial; él, empujado a dinamitarle en favor de una justicia natural y la posibilidad de una redención.
A lo largo de las casi dos horas de Jurado nº 2, que pasan volando, la película acompaña en su odisea personal al protagonista, que no deja de ser un espejo distorsionado del Henry Fonda de Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1958). En vez de defender un sistema basado en el sentido común y la razón, Eastwood pone el foco en la responsabilidad individual como fundamento básico de la justicia, una idea bastante de la cultura política norteamericana que, de alguna manera, ya planeaba como excusa sobre el comportamiento violento de Harry Callahan. No es, por tanto, una revisión de arquetipos o ideologías caducas –un ejercicio que Eastwood sí hacía en Sin perdón o Grand Torino–, sino un nuevo ejemplo de la capacidad del director para retratar la fracturada psique de Estados Unidos y su relación ambivalente con la verdad. Que se estrene pocos días antes de las elecciones estadounidenses, a las que guiña el ojo, añade capas y complejidad a este apasionante thriller moral, la clase de entretenimiento adulto que Hollywood ya sólo ofrece con cuentagotas y que Eastwood filma con la clase y transparencia de un maestro que ya no tiene nada que demostrar.