Lejos de James Bond, Daniel Craig se entrega al deseo gay y la experiencia lisérgica

A partir de la novela homónima de William Burroughs, la nueva propuesta de Luca Guadagnino conecta y al mismo tiempo se distancia de su filme más conocido, Call me by your name (2017). Aquí también tenemos un protagonista, Lee (Daniel Craig) que se desplaza a otro país para vivir de lleno su sexualidad no normativa. Pero si en ese filme todo quedaba envuelto por una tradición cultural y una estética luminosa propiamente mediterráneas , aquí el director italiano subraya la esencia marginal, oscura e incluso vergonzante de la experiencia queer antes que este concepto entrara en la academia y fuera legitimado por las políticas institucionales. En la primera parte, el filme avanza impulsado por el deseo sin excusas románticas de Lee y su obsesión por el joven Eugene (Drew Starkey), mientras evoca el cine de Jean Cocteau y Wong Kar-wai, y la pintura de Edward Hopper a la hora de recrear la estancia del protagonista en México no de una vocación realista, sino desde un artificio consciente que subraya la perspectiva subjetiva y ligada al recuerdo de un forastero que llena los espacios con su soledad anhelante Burroughs escribió. Queer como continuación tardía de Junkie (1953), y la segunda parte del filme entronca con la obsesión en este caso por la experiencia lisérgica de las drogas, más allá de la compulsión adictiva, que lleva a Lee a adentrarse en la selva para probar una sustancia en concreto ; un episodio cargado de autoironía pero que también permite al filme canalizarse en una estructura más clásica de proceso de autoconocimiento y reconciliación con uno mismo. Aquí destaca la presencia siempre impresionante de Lesley Manville, el único personaje femenino significativo en una película que se recrea al otorgar a un grandioso Daniel Craig la libertad para desahogarse en un papel en las antípodas del arquetipo de masculinidad hegemónica y rancia por excelencia que representa James Bond.