La mejor película de este verano llega antes del solsticio

El cine de Christian Petzold suele trabajar a partir de referentes que no se mencionan de forma directa, pero que habitan las imágenes como espectros. En El cielo rojo, la más sorprendente (y, quizás, también la mejor) película del cineasta alemán, el punto de partida es la engañosa ligereza de los filmes veraniegos tal y como les entendía Éric Rohmer. O sea, como un marco donde dejar al descubierto las inseguridades y seguir las energías que acercan y alejan a los personajes. En este caso, tres hombres y una mujer jóvenes que coinciden durante unos días en una casa en el bosque y que experimentan variaciones y flujos en sus vínculos y afectos. Todos excepto Leon, un escritor empeñado en terminar su segunda novela que bloquea con palabras ariscas las invitaciones a la espontaneidad, sobre todo cuando éstas vienen de Nadja, su accidental compañera de peripecias.

La química tensa entre Thomas Schubert y Paula Beer produce la fricción entre dos tradiciones complementarias: por un lado, la poco complaciente mirada a la masculinidad de Hong Sang-soo; por otro, el aura de las grandes damas de la screwball comedy, siempre preparadas para cautivar a sus partenaires sacándolos de quicio. Que un filme del siempre serio Petzold se vea con una sonrisa en los labios nos puede coger desprevenidos, pero no tanto como el giro trágico que cae como una lluvia de ceniza sobre los últimos minutos de metraje, y donde una referencia a los cuerpos de los amantes entrelazados de Pompeya (y, por tanto, al Viaje a Italia de Rossellini) expresa la distancia estéril de una mirada intelectual que no sabe cómo estar presente y relacionarse directamente con el mundo. Todo lo contrario de lo que el director de Barbara logra en El cielo rojo, donde las influencias y los modelos donde reflejarse sólo explican una parte de una obra que crece ante nuestros ojos de forma tan misteriosa como vital.